Peligra la inversión de Caxxor en Sinaloa
Si se queda o se va, asunto de Semarnat

OBSERVATORIO
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    Los desarrolladores del Corredor realizaron prácticamente toda la gestoría sin mayores trabas, creciendo la confianza en que el intento llegaría a buen fin. En 2022 lograron las autorizaciones de las secretaría de Infraestructura, Comunicaciones y Transportes; de la Marina, e hizo la compra del terreno. Hoy la decisión de que se realice o no el proyecto logístico más importante del norte del País depende de que la Semarnat apruebe la manifestación de impacto ambiental que Caxxor le hizo llegar hace un año.

    Está en vilo, pendiendo de una hebra burocrática, el proyecto del Corredor del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá, que invertirá 45 mil millones de pesos en nueva infraestructura portuaria y ferroviaria para conectar a Sinaloa, vía Durango y Coahuila, con centros logísticos estadunidenses y canadienses de carga pesada. Todo iba bien hasta que en la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales entró a ras del naufragio la solicitud para la concesión federal marítimo terrestre y la manifestación de impacto ambiental.

    Parece ser que Caxxor Group, que hace la función de aglutinador en el ambicioso plan, correrá con distinta suerte y menor capacidad de resistencia que los inversionistas de la planta de amoniaco de Topolobampo que con el visto bueno del Gobierno han librado múltiples batallas legales y sociales al asentar la fábrica sobre un sistema lagunar protegido por tratados ecológicos internacionales. A pesar de que el Corredor T-Mec cambió de ubicación de la Meseta de Cacaxtla a la comunidad El Patole, para evitar el deterioro ambiental en el primer sitio, la Semarnat estaría preparando un fallo no aprobatorio.

    La complicación de que Sinaloa pierda la inversión que fluctúa entre los 2 mil 500 y 3 mil 300 millones de dólares requiere de la activación de los cabildeos posibles antes de que la firma empresarial desista por la maraña de trámites. Cuando la historia aún reclama la no concreción del sueño logístico del norte, que desde el siglo 19 imaginó Albert K. Owen para Topolobampo, dejar ir otro proyecto de gran calado constituiría la reiteración de viejas apatías.

    Lo que se perdería tendría repercusiones más allá de lo económico para el desarrollo de Sinaloa. El puerto tipo offshore que se construiría en El Patole, municipio de Elota, considera la derrama de 15 mil millones de pesos, con capacidad para 2 millones de contenedores, mientras que el tren y tendido ferroviario en el trayecto de mil 300 kilómetros para conectar con Texas, implica la inversión de 30 mil millones de pesos.

    Además, capitales internacionales como algunas Family Office europeas e inversionistas institucionales de Estados Unidos se han interesado en ser parte de este proyecto a desarrollar en 15 años. Existen acercamientos con la Banca de Desarrollo de México en cuanto a empujar programas que involucren a productores locales, y estrategias de desarrollo regional en los tres estados participantes.

    Es incalculable la riqueza y oportunidades de trabajo que el Corredor T-Mec dejará a su paso por los tres estados mexicanos que abarca. Porque pretende hacer más eficiente y con menores costos el transporte naviero y ferroviario de la carga pesada que llega desde Asia y Sudamérica, empresas de ingeniería aeroespacial y manufactureras de automóviles ya se apuntan para instalar sus plantas en dicha ruta, no se diga los parques industriales que se anexarán.

    Los desarrolladores del Corredor realizaron prácticamente toda la gestoría sin mayores trabas, creciendo la confianza en que el intento llegaría a buen fin. En 2022 lograron las autorizaciones de las secretaría de Infraestructura, Comunicaciones y Transportes; de la Marina, e hizo la compra del terreno. Hoy la decisión de que se realice o no el proyecto logístico más importante del norte del País depende de que la Semarnat apruebe la manifestación de impacto ambiental que Caxxor le hizo llegar hace un año.

    Es en este punto debe centrarse la atención de los gobiernos federal y estatales, principalmente el de Rubén Rocha Moya en Sinaloa, con la intervención que les compete para que proyecto del Corredor T-MEC se sostenga firme e inicie las obras en los primeros meses de 2024. Aunque no posean igual ventaja geoestratégica que la local, a otros estados o países del Pacífico les significará alta prioridad llevar la inversión hacia allá, quitándole a la tierra de los once ríos la posibilidad que no se da cada vez que sale el sol.

    Si fuera verdad que el estigma de la violencia en Sinaloa se desvaneció y existe mayor confianza para la inversión privada nacional y extranjera, que no resulten ahora como inhibidores de esos capitales el burocratismo y los conflictos porque se trata de otras malas famas a la cual quizá los consorcios como Caxxor le temen más que a la inseguridad. Y no todas las empresas tienen la paciencia que ha mostrado la firma Gas y Petroquímica de Occidente para esperar durante años a que se acomoden las oportunidades.

    Veamos qué pasa. Si la Semarnat dictamina como rechazada la manifestación de impacto ambiental de Caxxo Group, la señal que Sinaloa le envíe a la inversión extranjera directa traerá consecuencias fuertes al desarrollo económico estatal.

    Reverso

    Es la resistencia del Corredor,

    Que trae cuantiosas inversiones,

    Contra las excesivas gestiones,

    De un Gobierno ahuyentador.

    Intervalo de zozobra

    El factor miedo volvió a reinar por momentos ayer entre los habitantes de un sector de Culiacán, desde la zona de Santa Fe hasta la carretera a Sanalona, por el aparatoso operativo para detener a quien supuestamente es el responsable de la seguridad de los hijos de Joaquín Guzmán Loera, quien purga condena por narcotráfico en una cárcel de Estados Unidos. Por fortuna la población se serenó rápido al corroborar en la tarde que se desvaneció el fantasma de otro Culiacanazo. Y así viviremos en esos lapsus de desasosiego mientras el fragor de las ametralladoras y el rugir de los helicópteros de guerra nos hagan percibir que cualquier día de la semana puede convertirse en más jueves negros.