¿Pax narca o paz positiva para Sinaloa?
Nunca volvamos a elegir la calma tensa

OBSERVATORIO
18/10/2024 04:02
    Nunca como hoy en Culiacán está cobrando forma el planteamiento colectivo de paz positiva y duradera mediante el tan trillado Pacto Social o el Gran Acuerdo en ciernes, no obstante que nos falta dirimir qué tipo de armonía fundada en los valores y el marco legal necesitamos y hasta dónde estamos dispuestos a luchar por ésta.

    Hablar de paz en Sinaloa como deseo genérico y por lo tanto repleto de vaguedades lo hemos hecho durante más de medio siglo, cada vez que la violencia de alto impacto nos saca de quicio y nos mete a refugios o procedimientos que creemos seguros. Esta conversación acaba tan pronto percibimos que el peligro ha pasado y nunca llegamos a construir el modelo de pacificación, mucho menos a implementarlo, conformándonos con disponer de la pax narca. Es probable que después de la actual crisis de seguridad pública volvamos a sentirnos satisfechos con la calma tensa que invariablemente llegará.

    La aspiración de vivir tranquilos, aunque sea con mínimos cánones de predominio de la Ley y de civilidad flexible, significa el punto de conformismo en que confluye cualquier miedo derivado de las conflagraciones entre los segmentos que componen el Cártel de Sinaloa. La costumbre a ver las armas, los muertos, las calles y carreteras bloqueadas, y el dominio del crimen sobre todos y todo, es proporcional al morbo nacional e internacional que enfoca todos los reflectores hacia esta tierra porque es cuna y campo de guerra de grandes capos.

    Siempre es lo mismo. Calculamos la proclama de paz en razón del estado de conciencia de cómo comienzan, progresan y cierran los episodios de barbarie. La saña de los sicarios y el costo en sangre que pagan sus huestes al ser repelidos por militares y policías que también sufren bajas; las víctimas colaterales estimadas en pérdida de vidas inocentes y actividades económicas y sociales diezmadas; la localización en casa del resquicio que creemos blindado y la rendición de los espacios públicos. A los días, y en algunos casos a las horas, los ciudadanos decretamos la normalidad adelantándonos al “todo bien” que decreta el Gobierno.

    Y todo se ciñe a la lógica de que la concordia, aunque poca y efímera, es mejor que la barbarie de la narcoguerra. Las organizaciones del narcotráfico y los personajes e instituciones del Gobierno nos tienen bien medidos en los dos terrenos: en el miedo germinan mejor la inconformidad y movilización cívica; de la pax narca tomamos bríos para volver a examinar la raíz del problema de la violencia y demasiado pronto retornamos a sestear bajo el árbol de la desmemoria cuya sombra enfría las beligerancias.

    Nunca como hoy en Culiacán está cobrando forma el planteamiento colectivo de paz positiva y duradera mediante el tan trillado Pacto Social o el Gran Acuerdo en ciernes, no obstante que nos falta dirimir qué tipo de armonía fundada en los valores y el marco legal necesitamos y hasta dónde estamos dispuestos a luchar por ésta. Cuando asoman condiciones indispensables para instalar el diálogo tal vez como catarsis o quizás sólo para adquirir fe, lo primero a resolver será la tenacidad y compromiso para a partir de lo colectivo o lo individual poner manos a la obra.

    Ya sabemos que sí es posible la paz que queda sujeta a treguas, pactos e intereses mancomunados entre los jefes de las corporaciones criminales. Aún con la reconfiguración en el Cártel de Sinaloa que deriva del hecho de que Ismael “El Mayo” Zambada esté sujeto a diligencias judiciales en Estados Unidos, lo cual anula a uno de los equilibrios que el Gobierno usó por décadas para administrar las guerras intercárteles, permanecen los puntos de encuentro entre los capos y los relevos de éstos que entienden que el negocio de las drogas debe continuar o de lo contrario pausarlos significaría la extinción de tales organizaciones del narco.

    Pero pese a la narcopandemia que ayer dio signos de larga permanencia, la pax narca no debiera ser premisa de una sociedad, al estar sujeta con los alfileres de concesiones que si resultan rotas acaban siendo infinitas intermitencias de guerra o apacibilidad. Es la ruleta rusa donde la delincuencia se juega el todo por el todo y los ciudadanos apuestan nada. La encrucijada consiste en suficiente Estado de derecho como eje de la seguridad pública que sostenga la expectativa de coexistencia pacífica, o bien poquita legalidad y estabilidad para aparentar que las cosas marchan bien.

    Tenemos que ser claros y firmes en exigir que la paz positiva, verdadera y duradera venga enseguida de la larga ola o tsunami de violencia que golpea a Sinaloa desde el 9 de septiembre, con bucles a veces de esperanza y en ocasiones de desánimo. Continuar a tientas en la senda que marcan sectores e instituciones como Construyendo Espacios para la Paz, Consejo Estatal de Seguridad Pública, Culiacán Valiente, Congreso del Estado y los colectivos que buscan a víctimas de desapariciones forzadas.

    Caminar sabiendo que si no vamos fusionados como un solo Sinaloa ni caso tiene intentarlo. Alcanzar la paz en toda la extensión que el termino propone es la batalla intensa a contracorriente de la bestialidad; ondear las banderas blancas con el viento en contra, subir las pendientes de la apatía y los boicots. Cuestionar a nuestros miedos sobre de la paz que queremos, los arrestos de que disponemos y las redenciones que pretenderemos desde el ámbito de lo terrenal.

    Reverso

    Ha sido una lucha fugaz,

    Desde las pacas de a kilo,

    A la era del fentanilo,

    Eso de la construcción de paz.

    La cultura, germen de paz

    Con el inicio del Festival Cultural de Sinaloa brilla desde ayer algo de luz en el faro de la civilidad que en estos días ha lucido apagado. Once días dedicados a las bellas artes en 18 municipios, con la participación de Cuba, España, Inglaterra, Sudáfrica y Polonia como invitados, mostrando juntos a artistas locales y nacionales ese rostro esplendoroso de esta tierra de los once ríos y las mil y una esperanzas por la paz, no obstante la tenacidad de los bárbaros por mantenernos en la penumbra, sin la chispa de la urbanidad. Sigamos ese resplandor los sinaloenses que queremos, urgidos, trasponer la zona de guerra.

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