Patrullas de cartón de Guardia Nacional
Seguridad de a deveras, no la de adorno
A los automovilistas les causa algo de risa el hecho de que en algunos puntos de la carretera de cuota Culiacán-Mazatlán, maxipista no puede llamársele, existan parapetos de patrullas de la Guardia Nacional plasmados sobre cartón y que las unidades de vigilancia reales, de carrocería y con motor, brillen por su ausencia para gozo de células delictivas que se mueven con sus arsenales por dichas vías y ejecutan sin interferencias los actos violentos. Con estos monigotes de la seguridad pública a cargo del cuidado de los sinaloenses, la hilaridad debería transitar a la preocupación ciudadana por la desprotección que denotan.
A quien se le haya ocurrido colocar esas unidades espejismo le corresponde explicar cómo los asiduos usuarios de la autopista Culiacán-Mazatlán deban sentirse seguros por la iconografía de la falsa vigilancia. O bien permitir que la interpretación pública les asigne a tales imágenes placebo la conclusión de que también son ilusorios los operativos de la fuerza policiaca-militarizada para pacificar a territorios asediados por la delincuencia.
El suceso de violencia de alto impacto que ocurrió a 12 kilómetros de Mazatlán, en el tramo de la carretera México 15 comprendido entre El Chilillo y El Habal, con el saldo de tres personas asesinadas, vuelve más absurda la ausencia de las fuerzas del orden en rúas de uso cotidiano por la población. El punto en que sucedió el crimen es paso obligado para turistas que se desplazan hacia El Quelite, un pueblo mágico que es parte de la ruta lúdica obligada que se les oferta a los visitantes.
Se ha vuelto costumbre que el despliegue de policías, militares y guardias nacionales se efectúe después de acontecimientos cuyo nivel de alarma estremece a la sociedad y redundan en el miedo colectivo. Unos días antes, por los eventos criminales que obligaron el desplazamiento de pobladores del Municipio de Sinaloa, cobró fuerza la interrogante de dónde están, qué hacen y cuándo y dónde vigilan los contingentes de seguridad federal que se dice llegan para proteger a la gente de bien e inhibir la actividad delincuencial.
Por ejemplo, dos días después del ataque en El Habal que causó la pérdida de tres vidas humanas, atribuido por las autoridades a choques entre células del narcotráfico, se dio a conocer el arribo a Mazatlán de otros 300 elementos del Ejército Mexicano y de la Guardia Nacional, adicionales a los 212 que un mes antes, el 9 de julio, acudieron a reforzar la seguridad del puerto en el marco del Plan Nacional de Paz y Seguridad 2018-2024, según lo dio a conocer la Secretaría de la Defensa Nacional.
Comúnmente los contingentes de la Sedena y GN desfilan por los principales sectores de las ciudades y comunidades a los que llegan y al rato nada se sabe de ellos. Podría tratarse de acciones persuasivas más que funcionales, sin la correspondiente faena de vigilancia efectiva, labor de inteligencia que sujete a los convoyes de sicarios del narco, desmantelamiento de la red de punteros que avisan a la delincuencia de los desplazamientos castrense y policial, así como puntos de revisión estratégicos y uso de tecnología para ubicar y asegurar armas.
Es normal que haya la reacción posterior a hechos de violencia de alto impacto, pero sería mucho mejor que la seguridad pública lograra la anticipación a sucesos delictivos, salvando a eventuales víctimas y fortaleciendo la confianza social en la protección que brinda el gobierno. Los estrategas y mandos que a diario se reúnen para evaluar escenarios y planear medidas en consecuencia tienen pendiente esa tarea, sobre todo al volver la nota roja al compendio de crímenes que empezaban a desaparecer de las coberturas policiacas.
Muchas de las patrullas monigote instaladas en el trayecto de la autopista Culiacán-Mazatlán (¿podríamos llamarle así a pesar del deterioro en que se encuentra la vía concesionada al magnate Carlos Slim Helú?) han sido destruidas y de ellas están quedando sólo trozos como para no olvidarlas. Ojalá que las retiren pronto porque si cuando estaban completas a nadie intimidaban, al estar devastadas podrían convertirse en monumentos a la seguridad pública simulada, espantamalandros que ahuyentan el aburrimiento e incitan a la risión.
Cualesquiera que sea el autor de la idea de las patrullas quiméricas merece el galardón al engaño y la apariencia. Cómo se le ocurre que frente a criminales que disparan armas que sí asesinan y víctimas de carne y hueso que en algún momento creyeron que sus vidas estaban resguardadas por el Estado, la respuesta a ofrecer sea la alucinación de destacamentos de la Guardia Nacional insulsos y paralizados, ajustados al molde de la desconfianza ciudadana. ¿Policía de artificio para sinaloenses indefensos?
Ojalá que estas patrullas de cartón de la Guardia Nacional, de mentiritas, pudieran detener las balas y las intenciones de la delincuencia, que sí son de verdad y crueles.
Uno cree viajar seguro,
Y de pronto el golpe bajo,
Al enfrentarse al conjuro,
De las patrullas espantajo.
Nadie esperaría de los mazatlecos la alteración de las reglas y costumbres del orden urbano, aunque quizá los conductores de las pulmonías, aurigas y motociclistas de Uber y Didi que toman por asalto las ciclovías del Malecón, desde Olas Altas hasta Cerritos, sean parte de la anarquía característica del pequeño segmento marismeño que necesita de la presencia y la mano dura de la autoridad para reencarrilarse en los buenos modales y ceñirse a la norma legal. Y desistan de poner en peligro la vida de los que utilizan la bicicleta como medio de transporte o de esparcimiento.