Pastillas contra el tráfico vehicular

ECOSISTEMA
    @JuanCarlosRojoC / jccarras@hotmail.com
    En México, seguimos diseñando las ciudades con el volante en las manos. Quizá porque aquellos que toman las decisiones se mueven principalmente en automóvil y su ceguera no les permite recapacitar en los impactos negativos que generan las grandes inversiones en infraestructura vial. Ampliar o hacer más calles es y será siempre un factor de inhibición de otras formas de desplazarse en las ciudades como caminar, usar la bicicleta o incluso el transporte público que sigue sin ser prioridad en la vía pública como lo exige la nueva Ley General de Movilidad y Seguridad Vial.

    “Los automóviles son una seria amenaza a la forma física de las ciudades”, así lo expresó Colin D. Buchanan, en 1963 en el Informe Buchanan como producto del estudio que le encargó el gobierno británico sobre los efectos a largo plazo del tráfico de automóviles en las áreas urbanas del Reino Unido. Hace 60 años el urbanista escocés predijo lo que pronto sucedió y sigue sucediendo en la mayoría de las ciudades del mundo.

    El automóvil transformó no solo la forma física de las ciudades sino también los estilos de vida de sus habitantes, sus condiciones ambientales y la función del espacio público, particularmente la calle que pasó de ser el espacio de encuentro, caminabilidad, recreación, venta y socialización a ser, en su mayoría, de uso exclusivo del automóvil.

    El informe Buchanan incluía planteamientos como los accidentes y la siniestralidad; el deterioro producido en el ambiente que se centraba en los ruidos, humos, olores, intrusiones visuales, estrés, ansiedad y problemas de salud debidos a la contaminación; y otras, como la expansión urbana.

    No se puede negar que este invento motorizado trajo múltiples beneficios a la humanidad. Sobre todo, a las personas que han tenido posibilidad de adquirirlo, aunque debemos también reconocer que a quienes no han tenido esa posibilidad -que son mayoría- les ha propiciado serias repercusiones económicas, sociales, ambientales y de salud. Según la Organización Mundial de la Salud, las colisiones en las vías de tránsito causan en el mundo casi 1.3 millones de defunciones prevenibles y se estima que 50 millones de traumatismos cada año, lo que los convierte en la principal causa de mortalidad de niños y jóvenes en todo el mundo.

    La contaminación es otro gran impacto del automóvil en las ciudades, ya sea por exceso de ruidos o gases tóxicos; o por los miles de árboles, plantas y especies de fauna silvestre que sucumben ante el crecimiento urbano y la obsesión de abrir cada vez más caminos a los vehículos para lapidar con asfalto y cemento grandes extensiones de áreas naturales.

    Todo lo anterior sucede en nombre del progreso. Hasta la fecha, los gobiernos no dejan de anunciar nuevas vialidades como lo mejor que le puede suceder a las ciudades, que hasta cierto punto es normal, la ciudadanía lo festeja y mientras el espejismo de “la modernidad urbana” siga, la inversión seguirá fertilizando el tráfico en las ciudades. Es como echarle gasolina al fuego.

    Hace poco más de un año, en el Foro-Taller de Movilidad Sostenible que organizó el Secretariado Ejecutivo del Sistema Estatal de Seguridad Pública del Gobierno de Sinaloa; Miguel Anxo Fernández, Alcalde de Pontevedra -ciudad gallega multipremiada por sus logros urbanos- impartió una interesante conferencia virtual en el Auditorio del MIA donde explicó “Una lección aprendida” lo dijo así “El tráfico no se mejora. Cualquier acción dirigida a mejorar el tráfico fracasa. La solución no es mejorar el tráfico, sino reducir la cantidad de tráfico”. Para terminar de interpretar esta acertada expresión, cabe agregar que “reducir el tráfico” significa disminuir considerablemente el uso del automóvil. Las intervenciones urbanas en Pontevedra han tenido siempre el objetivo de desestimular el uso del automóvil -no facilitarlo- y estimular más la caminabilidad. Para ello se ha reducido en muchos de los casos las dimensiones del espacio vial y se ha limitado considerablemente la velocidad de los vehículos motorizados.

    En México, seguimos diseñando las ciudades con el volante en las manos. Quizá porque aquellos que toman las decisiones se mueven principalmente en automóvil y su ceguera no les permite recapacitar en los impactos negativos que generan las grandes inversiones en infraestructura vial. Ampliar o hacer más calles es y será siempre un factor de inhibición de otras formas de desplazarse en las ciudades como caminar, usar la bicicleta o incluso el transporte público que sigue sin ser prioridad en la vía pública como lo exige la nueva Ley General de Movilidad y Seguridad Vial.

    Es todavía inevitable la inercia de las administraciones públicas de pavimentar cada vez más las ciudades y seguir invirtiendo en una supuesta mejora a los problemas del tráfico vehicular. Anunciar este tipo de inversiones pareciera ser muy redituable políticamente. Lo que sí me parece importante exigir es que no se anuncien cosas que no sucederán. La inversión en infraestructura vial no resolverá el problema del tráfico en las ciudades, sino todo lo contrario, lo incrementará a corto plazo. Es una historia que la hemos vivido por décadas y no terminamos de darnos cuenta de la realidad. No tratemos de curar el cáncer con una aspirina. No existen las pastillas contra el tráfico vehicular.

    Es momento de cambiar la estrategia. La única solución para resolver el tráfico motorizado es reducirlo en cantidad, es decir, no seguir estimulando el uso del automóvil sino todo lo contrario, empezar a limitarlo de una vez. Las ciudades con futuro prominente serán aquellas que logren multiplicar la movilidad activa (caminar y usar la bicicleta) y que evidentemente logren disminuir la enfermiza dependencia que hemos generado del uso del automóvil.

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