Un lector se comunicó para opinar que falleció el viernes 13 de mayo la mezzosoprano Teresa Berganza y no ha visto ningún comentario al respecto. Lo primero que debo decir es que esta columna no es un obituario, aunque sí hablemos de la partida de algún personaje de la cultura o de nuestro entorno inmediato (como lo acabamos de hacer con Vangelis).
Asimismo, debo mencionar que tratamos de abordar los detalles y la vida de los artistas que nos han sido más familiares o cercanos. Por ejemplo, podemos hacer alusión a cuando Giuseppe di Stefano cantó en la Catedral de Culiacán, o cuando José Carreras lo hizo en el Teatro Pablo de Villavicencio. Sin embargo, Teresa Berganza nunca vino a Culiacán, se retiró de los escenarios en 2008 y se dedicó a dar clases en la Escuela Superior de Música Reina Sofía.
Además, quisimos ser congruentes con el deseo de Berganza, cuando expresamente subrayó: “No quiero anuncios públicos, ni velatorios, ni nada. Vine al mundo y no se enteró nadie, así que deseo lo mismo cuando me vaya”.
Su exordio en el bel canto tuvo lugar en 1957, al debutar con la ópera de Mozart “Cosí fan tutte”, en el papel de Dorabella. Con satisfacción recordaba que la prensa francesa escribió al día siguiente con grandes titulares: “Ha nacido la mezzosoprano del siglo”.
Al írsele la voz en el escenario, decidió no volver a cantar. Sostuvo que no necesitaba que le rindieran ya ningún homenaje: “puedes vivir sin homenajes porque creo que mi vida ha sido un homenaje tan grande, continuo: cantar 58 años en los mejores teatros del mundo, con los mejores directores, con un público que se pone de pie... ¿Qué más puedes pedirle a la vida?”
¿Exijo homenajes? ¿Prefiero partir en silencio?