Palas, picos y pañuelos blancos: la lucha de las mujeres en México y Argentina
El pasado viernes 21 de julio el Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, recibió a Estela Carlotto, cofundadora de Las Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo. Durante “la mañanera” reconoció sus luchas, recordó los esfuerzos y se pronunció porque nunca más vuelva el fascismo a América Latina. No podríamos estar más de acuerdo con que se distinga a una de las mujeres emblemáticas de la lucha para que América Latina quede libre del fascismo y del militarismo que le acompaña al totalitarismo.
Ante este pronunciamiento, me resulta necesario hacer notar que para las madres y abuelas en México no alcanza la empatía del Estado en todos sus niveles, es por eso que deseamos que el gobierno de México haga frente a la realidad de más de 110 mil personas desaparecidas, y que las madres mexicanas no tuvieran que salir a buscar a sus hijas, hijos, hermanas, hermanos o esposos en los SEMEFOS (Servicio Médico Forense) o en las fosas clandestinas que hay en todo el país, que las madres centroamericanas no tuvieran que hacer caravanas de búsqueda para saber qué fue de sus seres queridos en su paso por nuestro país.
A raíz del recibimiento de Carlotto por parte del Presidente resurgió la indignación porque las madres y familias mexicanas que buscan a sus personas desaparecidas no han sido recibidas por el presidente, porque ellas solas han tenido que comprar palas para buscar bajo tierra a los suyos y a las suyas, han tenido que pedir treguas al crimen organizado porque el Estado no ha sido capaz ni de prevenir la violencia ni de llevar estrategias adecuadas y mucho menos para reparar el daño que sus acciones irresponsables y sus omisiones cómplices han causado. Recibir a una defensora argentina de izquierda va con la política exterior feminista de la 4T y lo celebramos, el reclamo viene después de observar que acabar con la esperanza de las madres y a padres de los 43 normalistas de Ayotzinapa es una muestra de la impunidad nacional.
Si vamos a la historia vemos que la situación que llevó a la formación de las Madres y de las Abuelas de Plaza de Mayo no fue muy diferente a la que llevó al colectivo Una Promesa Por Cumplir a buscar en Guanajuato y en todo el país a sus desaparecidos y desaparecidas. En mayo de 2023 Teresa Magueyal fue asesinada por buscar a su hijo, así como en 1977 Azucena Villaflor de Vicenti, Esther Ballestrino y María Ponce de Bianco fueron desaparecidas y asesinadas por exigir a la Junta Militar Argentina la presentación con vida de sus hijos e hijas.
Así como en México, desde la década de los noventa las madres de las víctimas de feminicidio salen al desierto y escarban para encontrar los cuerpos de sus hijas, desde 2008 con el calderonismo las madres mexicanas en muchos estados del país sacaron sus palas para buscar con sus propias manos a los y las suyas. Tal como las madres argentinas en 1977 se pusieron un pañal de tela blanco para simbolizar al hijo o a la hija que había nacido de su vientre y que les habían arrebatado. ¿Eso es lo que hereda la América Latina a sus mujeres? ¿Las Madres Buscadoras y las Madres de Nuestras Hijas de Regreso a Casa necesitan ir a otro país para que se les trate como dignas de atención y reconocimiento?
La historia argentina y la mexicana están llenas de dolor, y es que si bien en México no ha habido, oficialmente, una dictadura militar, tanto la Guerra Sucia como la estrategia militarizada contra el crimen organizado, en conjunto con violencias como la feminicida, consolidan a México como un país con conflicto armado interno no reconocido y con una profunda crisis de derechos humanos.
La naturaleza del conflicto actual en México tiene grandes diferencias con la crisis en Argentina por el Golpe de Cívico Militar contra la presidenta Estela Martínez “Isabel Perón”, que hundió a Argentina en uno de los periodos más oscuros de su historia, donde hombres y mujeres fueron sometidos a torturas y tratos crueles, desaparición forzada y ejecuciones acusándolos de “subversión”; además cientos de bebés, algunos nacidos y nacidas en centros de detención de la dictadura, fueron arrebatados de sus madres para darles en adopción a familias de militares y algunas otras, mientras sus madres y padres eran asesinados y desaparecidos.
Esa ha sido la lucha de mujeres como Estela, buscar a sus nietos y nietas y saber del destino de sus hijas e hijas, pero también buscar justicia, llevar ante tribunales a los genocidas. Al menos en Argentina se lograron procesos históricos contra militares y otros agentes del Estado, muy diferente a lo que vivimos en nuestro país.
En México nuestra historia de desapariciones y desapariciones forzadas también comienza cerca de la década de los setentas y aquí todos los responsables siguen impunes. Tal como en 1974 la señora Agustina Pacheco Ramos, mamá de Rosendo Radilla Pacheco, se preguntaba por el destino de su hijo y veía a su nuera Victoria Martínez y a sus nietas buscarlo sin éxito, así miles han muerto sin las certeza del destino de sus familiares y sin justicia.
En la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos (CMDPDH) hemos acompañado a madres que desde los años noventa buscan a sus hijos e hijas. Comenzó con la señora Guadalupe Guzmán y su familia, quienes buscan desde mayo de 1995 al joven militar Miguel Orlando Guzmán, visto por última vez en las instalaciones militares y cuya desaparición fue negada por las autoridades castrenses. Pero ella no ha parado de buscarlo. En 1998 la señora Evangelia Arce comenzó la búsqueda de su hija Silvia Arce, quien desapareció en marzo de ese año. Su madre ha dedicado su vida a encontrar justicia, pero se ha enfrentado con la violencia feminicida institucionalizada en el estado mexicano.
En 2007, el entonces presidente Felipe Calderón desató la crisis actual de derechos humanos que vivimos en México, al declararle “la guerra al crimen organizado” a través de una “estrategia” de militarización de la seguridad pública y la seguridad nacional, y desde entonces el país vive una crisis sin precedentes que incluye fabricación de culpables, enfrentamiento armados, ejecuciones sumarias, desapariciones forzadas, feminicidios y desplazamientos forzados, entre otras violaciones graves a los derechos humanos. En 2012, el presidente Enrique Peña Nieto continuó la fallida estrategia que muy lejos de resolver la crisis, llevó a México a ser una gran fosa clandestina.
Las desapariciones forzadas también ocurrieron al interior de los cuerpos de seguridad del estado, como fue el caso del policía federal Luis Ángel León Rodríguez desaparecido en 2009. Su madre Aracely ha hecho lo que muchas madres y familiares, buscar justicia, hacer las investigaciones que el Estado no quiere hacer, ha buscado recursos internacionales, incluso decidió estudiar Derecho para poder exigir con más entendimiento justicia para su hijo. Todas estas madres se han topado con la impunidad que protege a los poderes políticos, militares, criminales y de particulares, ¿Qué han recibido? “Verdades históricas”, mentiras disfrazadas de verdad, discriminación, una crisis forense enorme porque no hay ni recursos humanos ni económicos suficientes, ni voluntad política para identificar restos humanos y mucho menos responsables por lo cual tampoco hay garantías de no repetición ni reparaciones integrales.
En 2018 parecía que la estrategia cambiaría, sin embargo solo se ha matizado el discurso pero la militarización de la seguridad pública y el militarismo en otros sectores continúan, lo cual lejos de tener impactos positivos ha mostrado su ineficacia. Justamente en el tema de las personas desaparecidas y no localizadas en lo que va del sexenio “aumentó 27.69%, según cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) y la Comisión Nacional de Búsqueda (CNB)”.
Las madres y familias que buscan justicia para sus hijas víctimas de desaparición o feminicidio se encuentran con estigmatización: si salen a marchar el 8 de Marzo, el gobierno las llama “conservadoras”, si quieren que la Glorieta de las Mujeres que Luchan siga en pie, las llaman “clasistas y racistas”.
Para todos los gobiernos la exigencia de justicia, la solicitud de rendición de cuentas y transparencia, así como los cuestionamientos sobre los procesos de prevención y atención de la violencia y particularmente de sus estrategias contra la inseguridad son vistos como un ataque directo y un intento de “desestabilizar a sus gobiernos”, así como para el PRI de los años setenta y para las dictaduras de Sudamérica los movimientos sociales eran tachados como subversivos, en la actualidad exigir y cuestionar al gobierno es un boleto seguro a ser considerada “neoliberal, conservadora”.
Sin embargo ellas, las madres, han sido claras al reclamar al presidente que no han sido escuchadas, pero recibe con algarabía a Estela Carlotto. La propia activista argentina expresó lo que espera de nuestro mandatario: “ Yo deseo que el presidente no abandone a su pueblo”.
Si el mensaje de Estela ha sido importante, el de la Brigada de Buscandol@s hacia el presidente ha sido contundente: “No somos sus opositoras, somos como Estela de Carlotto, madres, familiares rotos por el dolor. Sólo buscamos saber qué pasó con nuestros seres queridos. Le pedimos que, así como recibió a Estela, nos reciba a las madres, hermanas, padres buscadores, para hablar de la tragedia en que vivimos, nosotras seguimos hasta encontrarlos y encontrarlas. Les buscamos porque les amamos”.
No hay palabras que reparen el hueco en la vida de cada madre y cada familia a quien le han arrebatado a sus hijos e hijas y con ellos a su propia alma. Los Estados y los gobiernos de la región tienen una deuda histórica: violentan y abandonan a las mujeres en la paz y en guerra y con total cinismo dejan que sean las que buscan, investigan, reparan y hagan red para acompañarse y limpiarse las heridas sangrantes en las venas abiertas de esta América Latina, cuya historia se ha escrito por las plumas de los hombres en el poder a costa del dolor de los pueblos. Ya sea en México, en Guatemala, en Chile o Argentina, las mujeres han parido los procesos de verdad y justicia rompiendo la historia transgeneracional de abusos patriarcales y colonialistas. No queremos un sepulcro para ellas de honor, queremos justicia y proyectos de nación en los que nuestros países sean la cuna de nuestro derechos y no la fosa de la dignidad.
* La autora Giselle Yañez (@giselleyavis) es Maestra en Política Pública y Género, es investigadora, internacionalista, feminista y actualmente se desempeña como Coordinadora del área de Desarrollo Institucional en la @CMDPDH.