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La depresión es una enfermedad mental subjetiva que se define como un sentimiento persistente de tristeza y pérdida del interés.
De acuerdo con datos de la OMS y un estudio publicado en Lancet (https://doi.org/10.1016/S0140-6736(21)02143-7), en el primer año de la pandemia de Covid-19, la prevalencia mundial de ansiedad y depresión incrementó un alarmante 25 por ciento. Se estima que actualmente el 5 por ciento de la población mundial padece depresión (400 millones de adultos).
A diferencia de los cambios de ánimo ocasionados por nuestras actividades y retos de la vida cotidiana, la depresión es una condición recurrente con intensidad moderada-severa, afectando la vida diaria de una persona y en casos severos, puede llevar al suicidio. El suicidio es la cuarta causa de muerte en personas de 15-19 años (700,000 personas mueren al año por suicidio).
Nadie está exento de sufrir ansiedad o depresión. Estas condiciones resultan de una intrincada y compleja relación de factores sociales, psicológicos y biológicos. Las personas que han sufrido eventos adversos (desempleo, eventos traumáticos, duelo, jueves negro, etc.) son más propensas a sufrir depresión. A su vez, la depresión genera más estrés, el cual afecta el correcto funcionamiento de todos los sistemas corporales y agrava la condición anímica, generando un círculo vicioso de estrés-depresión.
Aunque existen terapias efectivas para el manejo de la ansiedad y depresión, más del 75 por ciento de las personas que la padecen nunca reciben un tratamiento. Esto se debe a una falta de concientización, falta de recursos destinados a estos padecimientos, falta de profesionales de la salud entrenados en la salud mental, y el estigma social. Asimismo, muchas personas que padecen depresión no son correctamente diagnosticadas y numerosas otras que no padecen depresión son erróneamente diagnosticadas y manejadas con antidepresivos.
Los sinaloenses experimentamos un sándwich de jueves negros y pandemia. Los datos históricos muestran que el surgimiento de enfermedades mentales continuará más allá del brote de coronavirus. Se estima que los suicidios y el uso de alcohol o drogas derivados de este problema se verán reflejados hasta el año 2029 (OMS).
De acuerdo con el Atlas de Salud Mental 2020 de la OMS, los gobiernos mundiales invirtieron, en promedio, el 2 por ciento del presupuesto en salud para la salud mental. En el caso de países de bajos ingresos, el reporte reveló que en algunos casos había menos de un trabajador de la salud mental por cada 100,000 habitantes.
Se ha demostrado que los programas de prevención reducen los índices de depresión. Los enfoques comunitarios efectivos para prevenir la depresión incluyen programas escolares para mejorar un patrón de afrontamiento positivo en niños y adolescentes. Las intervenciones para padres/madres de niños con problemas de conducta pueden reducir los síntomas depresivos en los padres/madres y mejorar los resultados para sus hijos. Los programas de ejercicio en adultos mayores también pueden ser efectivos en la prevención de la depresión.
A medida que se continúan discutiendo acciones adicionales para aliviar los afectos de la pandemia de Covid-19, también será importante considerar cómo la creciente necesidad de servicios de salud mental persistirá a largo plazo.