Otros efectos del confinamiento por miedo

ENTRE COLUMNAS
    En los humanos ante el estrés del aislamiento, suele ocurrir que una persona no se atreve a expresar abiertamente su ira hacia un dominante (autoridad de cualquier tipo o nivel). Por lo tanto, tiende a redirigirla hacia sus desventurados hijos, hacia su esposa, o a su mascota.

    No es la primera vez que los sinaloenses nos confinamos en nuestros hogares por miedo al mundo exterior. Hace cuatro años los estudiantes también tomaron clases virtuales desde casa; los adultos que podíamos hacerlo, trabajábamos también a distancia. La economía lo resintió y la calidad de la educación también.

    El miedo colectivo en aquella ocasión era por contagiarse del letal virus. Ahora, el miedo es a ser víctima colateral del fuego cruzado entre grupos delictivos antagónicos, o a ser “levantado” y desaparecido.

    Si bien en ese espacio que llamamos hogar nos sentimos seguros, el confinamiento prolongado también tiene importantes efectos en la salud física y mental, por lo que no es recomendable su larga duración.

    En días recientes me permití releer el libro titulado “El zoo humano” (The human animal) del autor Desmond Morris (1969). Al repasar algunos apartados del texto sobre el comportamiento del “animal humano” ante el encierro, y su analogía con el de los “animales del zoo”, identifico algunos comportamientos sociales recientes, que bien pueden ser explicados desde sus páginas.

    Uno de los efectos más notables es la agresión redirigida. Para Morris, en el mejor de los casos, éste es un fenómeno desagradable; en el peor, es literalmente letal. Puede observarse con claridad cuando se enfrentan dos animales en cautiverio. Cada uno de ellos quiere atacar al otro, y cada uno de ellos teme hacerlo. Si la despertada agresión no puede encontrar una vía de escape, entonces encontrará expresión en otra parte. Se busca una víctima propiciatoria, un individuo más pacífico y menos intimidante, y la ira reprimida es desfogada en esa dirección.

    En los humanos ante el estrés del aislamiento, suele ocurrir que una persona no se atreve a expresar abiertamente su ira hacia un dominante (autoridad de cualquier tipo o nivel). Por lo tanto, tiende a redirigirla hacia sus desventurados hijos, hacia su esposa, o a su mascota.

    Durante la declaratoria de emergencia y confinamiento en aquel 2020, la violencia contra mujeres y menores de edad dentro de los hogares aumentó en 120 por ciento a nivel nacional; 9 de cada 10 personas que fueron violentadas en el hogar fueron mujeres. Los divorcios en México crecieron un 61 por ciento en el primer año de la pandemia.

    La violencia hacia niños, niñas y adolescentes también aumentó. El estrés por cubrir con las horas de trabajo a distancia, la incertidumbre económica de los padres como consecuencia de la pandemia, así como el cumplimiento de las tareas escolares en tiempos y horarios específicos no fueron una buena combinación.

    La agresión redirigida también se refleja en el maltrato animal. Desde las civilizaciones más antiguas hasta la actualidad, una importante válvula de escape para la agresión redirigida han sido los indefensos animales.

    Ahora bien, ante el aislamiento el ser humano pudiera estar “superestimulado”, así como “subestimulado”. Algunas personas sufren más por la situación que otras. Los primeros, aunque tengan ingresos económicos y dietas bien equilibradas, y estén perfectamente abrigados y protegidos, se volverán aburridos e inquietos y, por fin, neuróticos. En los segundos, puede aumentarse la intensidad de conducta superreaccionando a un estímulo normal.

    En los zoológicos en que se permite al público dar de comer a los animales, ciertas especies aburridas que no tienen otra cosa que hacer, continuarán comiendo hasta engordar en exceso. Habrán comido ya la dieta completa que se les suministra y no tendrán hambre, pero mordisquear es mejor que no hacer nada.

    Los seres humanos podemos dedicarnos a la comida como recurso ocupacional, mordisqueando distraídamente chocolates y galletas para pasar el tiempo, y, en consecuencia, engordando más y más. O a beber, si las bebidas son abundantes y dulces se puede llegar a la obesidad; si espaciadas y alcohólicas, al hábito y, posiblemente, a padecer afecciones hepáticas. Fumar puede ser otro recurso para matar el tiempo, y también esto tiene un daño en la salud física.

    Por otra parte, hay personas que durante el confinamiento pueden aumentar la creatividad. Si las actividades habituales son demasiado monótonas, el ser humano puede inventar otras nuevas. Pasamos aquí del terreno de las banalidades ocupacionales a los excitantes mundos de las bellas artes, la filosofía y las ciencias.

    Por ejemplo, tengo un amigo músico culiacanense que, ante la falta de trabajo, me comenta que en este tiempo es cuando más creativo ha sido. Otro amigo me ha comentado que está aprendiendo un nuevo idioma, y otra amiga que ha inventado recetas de cocina nuevas.

    El libro de Desmond Morris en su tiempo fue criticado por no considerar los factores culturales propios del ser humano, que sin duda influyen en los comportamientos mencionados en este texto, pero su aportación nos permite entender en buena parte, su origen biológico y evolutivo. ¿Se identifica usted con alguno de estos comportamientos?

    Es cuanto...

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