Establecí contacto directo con Lydia Cacho cuando en 2012 generosamente aceptó amadrinar el proyecto de apoyo emocional para mexicanos que han huido de la violencia extrema en México y buscaban, desde entonces, protección a través de solicitar asilo político en Estados Unidos. Ella inauguró la parte del proyecto de Mexicanos en el Exilio (@mexenex), organización binacional que requería, además de dar asesoría jurídica, ofrecer acompañamiento a las víctimas de desplazamiento forzado por parte de psicólogas expertas en trauma que desde el ILEF (Instituto Latinoamericano de Estudios de la Familia) aportaron su ayuda profesional de manera completamente solidaria. Lydia fue, como suele ser, emotiva y contundente, comprometida y sin rodeos cuando le dijo al grupo: “La palabra desplazado no alcanza a definir el significado de la vivencia emocional, profesional, económica y psíquica de lo que en realidad es una expulsión del territorio vital”.
Lo terrible de leer hoy sus palabras es que describen su momento actual, lo que nos deja sin aliento. Lydia, la que escribió entonces para consolar a otros del destierro, vive hoy exiliada porque descubrió y describió una red de criminales de lesa humanidad, como es el abuso premeditado, sostenido y planeado desde distintas instancias, incluso gubernamentales, que explota sexualmente a niños, niñas y adolescentes. Aún peor, y al grado del delirio, dicha red criminal que está completamente acreditada y puesta a la luz del mundo entero desde uno de los países con mayores crímenes de pederastia del planeta, México, recibe la protección del mismísimo Poder Judicial a través de interpretaciones leguleyas que buscan que las acusaciones en curso y sentencias a punto de dictarse contra personajes sumamente poderosos carezcan de la fuerza que 16 años de lucha en tribunales nacionales e internacionales ha dado Lydia. A pesar del reconocimiento de su calidad de víctima, del perdón histórico que el Estado Mexicano en voz de Alejandro Encinas, Subsecretario de Gobernación dio a la periodista, nada de eso sirve ahora para salvaguardar su vida si permanece en el país lo que la obligó a exiliarse. La lección es durísima, no importa ni siquiera la voluntad de un Presidente, la decisión de un Gobierno, el apoyo de funcionarios aliados a su causa, la realidad es que en México la impunidad es un asunto mucho más profundo pues corroe al sistema político y se impone incluso sobre quien gobierna. Es el país donde la justicia está puesta al servicio de los poderosos y la impunidad es un pacto inquebrantable. El caso de Lydia es de enorme trascendencia porque ha exhibido (más de una vez), cómo se echa a andar la maquinaria judicial que encuentra cualquier recoveco para volver a la víctima en culpable y liberar y hasta pedirle disculpas al criminal mientras sea miembro del exclusivo club de los impunes.
En este contexto, algunos de los debates en torno a la primera Consulta Popular de nuestra historia, que precisamente busca revisar los crímenes del pasado, toman una forma un tanto macabra, por ejemplo, en el decir de algunos que descalifican este ejercicio político al repetir a coro y en cadena nacional que “la justicia no se consulta”, parece un chiste o un nivel extremo de ignorancia del país que habitamos. Aunque es cierto, en México nadie debería consultar a la justicia, porque la justicia tampoco se aplica, solo se gestiona. La justicia se compra, se corrompe, se usa para dar “coscorrones” a quienes se atreven a denunciar atrocidades como las redes de tráfico de menores y los atentados personales como los que sufrió de manera directa y en su persona Lydia Cacho.
Por todo esto, aquel día de hace casi una década cuando Lydia dio por iniciada la etapa de apoyo psicológico desde las oficinas de Mexicanos en el Exilio en la Ciudad de El Paso, Texas, dijo algo que hoy resuena con tanta fuerza que duele: “Alguien del otro lado de ese exilio forzado pronuncia sus nombres, recuerda sus rostros y les espera en casa. Aunque la espera sea larga, sé que algún día volverán”. Y así será, querida Lydia, en tu ausencia repetiremos tu nombre hasta el cansancio, tu hermoso rostro seguirá presente en estos rumbos y un día, tu casa abrirá sus puertas para recibirte nuevamente. Ese día muchos vitorearemos tu regreso por las calles, porque será un día en que en este país se ganó una de las mil batallas contra la impunidad y la memoria, bendita memoria, no renunció a ser nombrada.