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En medio de un proceso electoral adelantado, Sinaloa vive una experiencia más de lo que habrá de ser la elección a Gobernador, alcaldes y legisladores locales y federales el próximo 6 de junio de 2021. Una vez más los partidos se acomodan para acordar candidaturas con los grupos políticos al interior, y en otros de menor influencia, pero con registro nacional, para ofertar candidaturas, garantizar votación y negociar posiciones de representación proporcional.
Así ha sido desde que nuestro País es legalmente democrático y plural en todos los órdenes de gobierno. Y aunque poco ha cambiado la situación en las entidades del País con respecto a los grandes problemas y desafíos como sociedad, cada tres y seis años toda una maquinaria institucional funciona de manera legal y estructurada para llevar a cabo elecciones con el respaldo de una vasta experiencia en todos los sentidos que se pudieran imaginar en las democracias modernas occidentales.
En nuestro País, podemos decir que la lucha por las garantías de una democracia electoral ha logrado prácticamente todas sus demandas. Es a partir de la década de los 80 cuando la izquierda por una parte logra articularse como partido en el PRD y la derecha representada en el PAN consigue por su lado la primera Gubernatura. La Oposición obtiene logros importantes que habrán de cambiar el escenario electoral en los espacios de representación incluyendo la presidencia de la república en el 2000. La alternancia se vuelve desde entonces un asunto cotidiano en nuestra democracia.
En este nuevo escenario, se conforma una nueva clase política que es ocupada ahora por los distintos partidos que han aprendido a convivir en la alternancia, un tiempo desde el poder y otro desde la oposición. El sistema de partidos y el régimen democrático electoral, se crean en función de las necesidades propias de los partidos y su clase política. En esta lógica, los partidos y su acción política se acomodan, entre los partidos que gobiernan y los que son Oposición.
Por lo regular se ha cuestionado el trabajo de los partidos en el Gobierno, en los congresos, pero muy poco, o casi nada, el desempeño de los partidos en la Oposición, de la que poco sabemos y se discute sobre cuál es el rol que deben desempeñar en un régimen democrático como el nuestro, en el entendido que también reciben presupuesto público.
Algunas de las ideas que en teoría definen a la Oposición, expresan que tiene como función limitar el gobierno, promover el pluralismo, mantener el equilibrio, la convivencia en el disenso, etc. Una Oposición que procure la colaboración con quienes gobiernan, en la responsabilidad del disentimiento y el acuerdo para encontrar el mayor bienestar de la población.
No obstante, la tradición democrática de nuestros partidos no ha sido precisamente el de una Oposición garante y comprometida con el bien común. A pesar de las honrosas excepciones, la enorme mayoría de los actores políticos en la Oposición dirigen sus energías y estrategias para conseguir el fracaso de los gobiernos en turno sin importar consecuencias, mientras los resultados favorezcan a sus partidos en la próxima elección y ello permita recuperar el poder.
Esta nueva realidad se nos plantea la necesidad de exigir como sociedad la rendición de cuentas no sólo de los que gobiernan sino también de los partidos de Oposición. Atender este dilema social y político, se vuelve cada vez más apremiante pues que cuando los intereses de la política se desvían hacia propósitos privados y de grupo, como regularmente sucede, la democracia y todo el sistema de partidos se vuelve una verdadera amenaza pública.
La historia nos ha enseñado que cuando la Oposición sólo descalifica y sistemáticamente ataca al Gobierno apostando al fracaso, no es confiable, como tampoco puede fiarse de aquella Oposición que actúa en el disimulo guardando silencio en la obediencia o complicidad. Lo cierto es de que poco sirve una Oposición que lo único que le interesa es dejar de serlo, sin considerar el compromiso e importancia de su rol social en la democracia y pluralidad política.
Si bien existen o se conforman distintos tipos de Oposición que, según el politólogo estadounidense, Robert Dahl, elementos como el sistema electoral, la cultura política, la subcultura, las fracturas políticas y el descontento social, definen el tipo de Oposición existente en un país. La experiencia en las últimas cinco décadas nos plantea la exigencia de ir más allá de un inventario de razones y características de los partidos de oposición.
Durante los últimos años la pluralidad creció en todos los órdenes de representación en México, consolidando un sistema de partidos en el que una clase política concentró el dominio de acceso a las candidaturas y al servicio público. Después de las elecciones de 2018, existe el riesgo de que se repita la historia con los nuevos actores políticos que surgen de los gobiernos y legisladores de Morena.
Sinaloa será un interesante laboratorio que habrá de configurar una nueva manera de ser Oposición y Gobierno, encontrar la utilidad de la democracia, el futuro de los sinaloenses y de su clase política, mientras la ciudadanía termina por aprender su papel en esta historia.
Hasta aquí mi opinión, los espero en este espacio el próximo viernes.