En uno de sus libros más brillantes, William Appleman, definió el imperialismo como “siempre querer más de lo que se tiene” (El imperialismo como forma de vida, 1980). En ese libro el autor definía la carrera estadounidense por conquistar el liderazgo capitalista mundial a través de distintos métodos, la guerra sin cuartel, la apropiación de territorios dentro de distintas naciones (enclaves), la ubicación de transnacionales con intereses a favor del capital estadounidense facilitado por élites locales y, la toma directa de las riquezas naturales de los países sometidos por medios legalmente acordados (extractivismo legalizado). En esa ruta, la alianza con grupos de la élite del poder de cada nación siempre ha sido fundamental para alcanzar el objetivo concreto. Es obvio que una confrontación bélica somete a la élite hasta el punto de rendirse y en todo caso, buscar su propia sobrevivencia, negociando. Otras rutas son más complejas porque se acompañan de distintos niveles de acción y en muchos casos, de largos procesos que incluyen desde la intervención directa por estructuras de control empresarial y mediático que apoyan la formación de valores culturales que buscan la consolidación de la mentalidad imperialista de distintos sectores sociales que ni siquiera son parte de la elite beneficiada. En este punto de construcción de valores políticos también se ubican los códigos de lealtad y traición que tan detalladamente están descritos por los mismos estadounidenses, como el autor citado al inicio. Lo que sorprende es que las élites políticas de los países asediados, por ejemplo, México, crean que sus compatriotas no van a darse cuenta de cómo actúan, que están dispuestos a ceder y como suele decirse, “que se los demanden”.
Pero lo que de veras no se entiende desde esta lógica histórica de gran calado es por qué si las empresas transnacionales han logrado avanzar de manera pausada a lo largo de décadas, construyendo códigos de legitimidad a su favor basados en la supremacía del modelo capitalista a ultranza, si tienen un aparato político, legal y mediático que cubre su imagen como generadora de empleos y desarrollo y nunca como despojadora o cómplice de desplazamiento forzado y violencia, ¿para qué jalar la cuerda al extremo? ¿Qué necesidad de exponer a la élite aliada, de dinamitar su imagen y anteponerla a los intereses de la nación a cambio sea de monedas, privilegios o, es más, al simple reconocimiento que se le da a un perro guardián que no pide más que una palmada afectuosa? Por qué si tienen tanto, han extraído tanto y hubieran ganado tanto de un acuerdo que los hubiera mantenido en el mercado con beneficios que les acotan pero no les eliminan ganancias ¿Por qué pelear por pagar los impuestos correctos y las tarifas justas y querer ahorrarse hasta el pago de la luz que usan los Oxxos? De veras que no se entiende, si los negocios trasnacionales son tan extremadamente productivos, tan jugosos, tan deseables dada la manera como los codician. ¿Por qué querer incrementar la ganancia a costa incluso de quitarle el pan de la boca a los pobladores nacionales, mantener los salarios generales en condiciones de hambre e incrementar la desigualdad al extremo? ¿Por qué querer más de lo que se tiene de sobra, en exceso, sin siquiera tiempo, condiciones y vida para disfrutarlo una y cien generaciones?
Es el imperialismo, diría nuestro autor citado, pero a estas alturas esa respuesta ya no basta porque la acumulación delirante como característica del capitalismo contemporáneo y sus formas de expresión en toda la sociedad donde amplios sectores replican a su nivel y posibilidad este formato, se topó con su antagonismo histórico por excelencia que presume a su vez lealtad y patriotismo, asociado a otros valores más amorfos como son el derecho a vivir con dignidad y no solo a merced de la suerte del lugar de nacimiento ni a la fortuna que da la clase social de origen sin movilidad alguna. Es en este plano donde la batalla discursiva e ideológica que coincide con muchos de los grandes debates que se libran en el planeta entero, le han dado un enorme triunfo a los nacionalistas mexicanos frente a esos para los que nunca nada es suficiente, aunque para lograrlo, tuvieron incluso que traicionarse.