Si nos tomamos las manos, nos estrechamos, nos abrazamos, podremos salir, juntos, de esta pesadilla. Porque no hay mayor tragedia para un país como México que el duelo de miles de familias que viven con la incertidumbre por no saber el paradero de sus seres queridos a partir del día en que los alcanzó la tragedia.
Porque la desaparición de personas es la forma que ha tomado la violencia más extrema que se ha ensañado con quienes no dejan de buscar y rascar el suelo y caminar al fin del mundo para saber ¿dónde están?. Y a estas alturas, ni quien lo dude, la experiencia de ser un país de desaparecidos es ya un trauma colectivo que Norbert Lechner resumiría como el uso del miedo como forma de control político que aterroriza a toda una sociedad, y sin embargo, de esos a los que les arrancaron a quien más quieren, hemos visto surgir a los personajes más valientes de este mundo, que si alguna vez fueron madres, padres, hermanos, familia extensa que tuvieron que volverse rastreadores hasta encontrarlos, hoy son el referente de una sociedad poblada de valientes.
Es en ese marco en el que hay que celebrar la reciente aprobación del Centro Nacional de Identificación Humana (CNIH), tardía dada la tragedia, pero aplaudida hasta por los más rabiosos adversarios del gobierno actual, la cual deriva de la Ley General en Materia de Desaparición Forzada de Personas que implicó reconocer que en este país hay más de 99 mil personas reportadas como desaparecidas y 52 mil cuerpos sin identificar.
Además, el descubrimiento continuo de fosas clandestinas desalienta la posibilidad de que las personas sean encontradas con vida, aunque al mismo tiempo, la fosa puede ser el fin de un círculo de duelo que no tiene forma de cerrar sin encontrar.
Por eso, el Centro Nacional de Identificación Humana (CNIH) era urgente, porque se trata de un programa especializado para generar un censo meticuloso, bancos de muestras de ADN, un equipo profesional de búsqueda que no recaiga solo en los propios deudos y sobre todo, que movilice la capacidad de representar a la población frente a las fiscalías que muchas veces son el primer obstáculo que las familias enfrentan ante la desaparición de un ser querido.
Esto es lo que se pretende avanzar con este logro que es solo el primer paso para cambiar el estado de cosas que de entrada, no debería sumar un solo desaparecido más. Ni uno más.
Como parte de este viacrucis, casi 3 mil de los desaparecidos contabilizados en México son migrantes, la inmensa mayoría centroamericanos que en su paso por territorio nacional simplemente fueron tragados por la tierra y nadie supo más de ellos. Sus familiares los siguen esperando y como lo han hecho desde hace ya 16 años, muchos de ellos se sumarán a la caravana de madres buscadoras a través del territorio mexicano para demandar que sus seres queridos sean incluidos en la numeralia de búsqueda y en las estrategias de rastreo.
Dicha caravana recorrerá del 1 al 10 de mayo, Chiapas, Tabasco, Veracruz y concluirá en la Ciudad de México, como parte de una ruta en la que denunciarán la desaparición de sus hijos, pero también alzarán la voz exigiendo al Estado mexicano lo más obvio, el derecho humano a ser buscado extendido más allá de la nacionalidad.
A pesar de lo difícil del tema y la realidad que parece rebasarnos, la voluntad por llegar a las últimas consecuencias solo puede ser colectiva. Pero debería ser claro que no es un tema de otros, ni un evento para el morbo o el uso abusivo de información delicada. Es un duelo que merece respeto y sobre todo, pasos firmes que solo pueden darse desde el propio Estado, donde el principal responsable acaba siendo el sistema de justicia mexicano en su omisión, contubernio o franca complicidad, que solo así explica cómo hemos llegado al punto desde el cual buscamos hoy, desesperadamente, cambiar las cosas.