Nuestros sueños y las urnas

10/04/2025 04:02
    La elección judicial se convierte así en una trampa de falsa libertad, donde la ignorancia inducida sustituye al ejercicio pleno del derecho al voto.

    Las elecciones, esas ceremonias de la democracia, parecen diluirse cada vez más en aguas turbias. Robert Dahl decía que, aunque indispensables, las elecciones no bastan por sí mismas para definir una democracia auténtica. Nos entregamos a la ilusión de que basta introducir una boleta en una urna para sentirnos libres, pero la democracia es algo más profundo que el acto mecánico del sufragio.

    Una democracia real exige un Estado que defienda los derechos y el bienestar de sus ciudadanos. No puede haber democracia en un país donde el Estado no garantiza salud, educación, seguridad y justicia equitativamente. La democracia requiere la presencia vigorosa del Estado de derecho, la protección efectiva frente a los poderes que, desde las sombras, tratan de imponer sus intereses por encima del bien común.

    No basta tener
    urnas y boletas

    Las elecciones democráticas necesitan algo más que urnas y boletas. Necesitan reglas claras y justas, condiciones equitativas de participación y, sobre todo, ciudadanos informados y conscientes de que su voto es un acto trascendente. Necesitan la convicción de que cada voto cuenta exactamente igual, que no existen ciudadanos de primera y segunda clase, sino un solo pueblo, unido en la diversidad de sus sueños.

    Pero México vive hoy una paradoja amarga. Se convocan elecciones, pero se cuestiona la esencia misma de su legitimidad. La próxima elección judicial es un ejemplo claro de ello. Votar por jueces parece un acto profundamente democrático; sin embargo, en la práctica cotidiana resulta casi imposible que el ciudadano común conozca suficientemente a todos los candidatos. La elección judicial se convierte así en una trampa de falsa libertad, donde la ignorancia inducida sustituye al ejercicio pleno del derecho al voto.

    Durante décadas, México padeció el simulacro electoral del régimen priísta. Las urnas eran cajas de ilusión, rituales destinados a legitimar decisiones tomadas previamente en las sombras del poder. Hoy, esas sombras vuelven con distinto rostro, disfrazadas en comités de designación cuya neutralidad está comprometida por intereses políticos evidentes. Los comités encargados de seleccionar candidatos judiciales han mostrado claramente su sesgo en favor del oficialismo, repitiendo viejos vicios autoritarios que creíamos superados.

    El riesgo que trasciende a la elección

    El riesgo actual no es solo la elección de jueces comprometidos políticamente, sino la erosión paulatina y silenciosa del Estado de derecho. ¿Qué democracia sobrevive sin jueces independientes, sin instituciones fuertes, sin ciudadanos críticos? Las candidaturas judiciales surgidas de estos comités se asemejan a fichas idénticas en un tablero donde la verdadera elección ha sido arrebatada previamente.

    Es tentador rendirse a la desesperanza y optar por la abstención como protesta. Pero recordemos que las urnas, aunque imperfectas y manchadas por la sospecha, siguen siendo nuestras. Negarse a votar sería entregar completamente la batalla a quienes desean reducir la democracia a un mero trámite burocrático. Por eso acudiré a votar el próximo 1 de junio. Lo haré por aquellas candidaturas que provengan de una trayectoria sólida en el Poder Judicial, respaldada por el mérito y el compromiso auténtico con la justicia. No daré mi voto a quienes representan intereses disfrazados de pluralidad, pues al hacerlo sería cómplice del simulacro.

    El zapatismo nos advirtió con claridad poética y dolorosa: cuando las elecciones no son democráticas, nuestros sueños no caben en sus urnas. Pero tampoco nuestros miedos. Las urnas deben volver a ser espacios donde quepan todos nuestros anhelos, todos nuestros temores, todas nuestras esperanzas. Depende de nosotros reclamar ese derecho con dignidad y valentía.

    La democracia es, en última instancia, un sueño compartido. Un sueño frágil que requiere ser defendido día tras día, elección tras elección. Si abandonamos las urnas, renunciamos a nuestra posibilidad de reconstruirlas desde adentro. Recuperar la democracia implica recuperar las urnas como verdaderos espejos en los que podamos reconocernos plenamente, sin distorsiones ni sombras. Implica rescatar la política del cinismo y devolverle la capacidad de albergar, íntegramente, nuestros sueños.