Nuestra secreta y cotidiana raíz del mal

EL OCTAVO DÍA
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    El problema de la cultura del guarura no se limita a andar con una escolta, sino a las actitudes que asumen ellos y también los vivos políticos. Ahí está la raíz del reto.

    Se dice, se piensa y se cree que el narcotráfico es el problema principal de la cultura de violencia y corrupción, la raíz y suma de todos los miedos.

    Pero algo en lo que no reparamos es que existe una situación previa, que como un sustrato colectivo, permea las conductas y no sólo de las personas que trasiegan con estupefacientes.

    Nos referimos a la cultura del guaruraje, que es de las más extendidas, gracias a las actividades y acciones de los señores políticos.

    ¿En qué momento se volvió un símbolo de poder y estatus llegar siempre, escoltado a cualquier sitio, por más de siete personas, fieras y atentas, leales y vigilantes?

    Probablemente esta conducta sea una herencia del nomadismo tribal, de cuando fuimos una audaz especie de simios a los que el cambio climático en África les obligó a bajar de las ramas y caminar erguidos, sencillo acto que potenció el crecimiento del cerebro.

    El término “guarura” (waru - ra) es una palabra que viene del tarahumara, la hermosa lengua rarrámuri.

    Es el plural de “amigo” y parece que comenzó con un chiste privado de un Presidente en gira que visitaba a un Gobernador indígena, Éste le pidió en su español muy básico que entrara a una casa comunal, junto con todos sus acompañantes, los cuales el creyó que eran sus amigos. “Sean bienvenidos aquí tú y tus guaruras“.

    El concepto se extendió ya que el Presidente, (¿Ruiz Cortines? ¿Miguel Alemán?, no está muy clara la anécdota) hizo del detalle humor privado dentro del todopoderoso estado mayor presidencial, entonces otro estado dentro del estado, si me permiten la repetición... “ A ver, síganme rápido, mis guaruras, ya vamos a llegar a Palacio“.

    Ese protocolo del séquito se dio en casi todas las culturas antiguas y la nuestra tiene su aportación.

    Si usted va al Museo de Antropología e Historia verá en la sala azteca una impresionante maqueta del mercado de Tlatelolco con un ejemplo de lo que digo.

    Ahí, entre la reconstrucción de los tendajos, los puestos de cerámica, chachalacas y chichicuilotitos vivos, hay un pequeño grupo de muñecos detrás de la marcha un caudillo mexica, acompañado por un séquito de, literalmente, achichincles, caminando en línea de fondo, con penacho y capa tejida, rostro al frente, tal como si fuera un diputado del PRI de los años sesenta antes de inaugurar una presa hidroeléctrica.

    Una ficha en la base de la maqueta confirma mi percepción.

    Esa situación se da incluso en otras culturas como la japonesa: en alguna ocasión un amigo mío fue a un asunto político a Tokio, se topó ante una fila de ejecutivos y al querer verse muy educado, hizo una caravana del primero de ellos lo cual provocó una discusión.

    Logró que éste prorrumpiera en gritos de disculpa y genuflexiones, ya que él bárbaro extranjero no sabía que la reverencia se le hace solamente el jefe, que estaba hasta el último en la fila y mi amigo creyó como que era como aquí, en que saludamos a todo el mundo y hasta nos damos abrazos tronadores, sin conocernos ni volvernos a ver.

    Luego le explicaron que solamente se saluda al jefe y que es fácil reconocerlos porque generalmente tenían la cara toda torcida como un jefe real. Si eso era entre ejecutivos, imagine usted entre samuráis y los mafiosos yacuza, que se cortaban un dedo meñique solo por faltarle el respeto al clan.

    Pero el problema de la cultura del guarura no se limita a andar con una escolta, sino a las actitudes que asumen ellos y también los vivos políticos. Ahí está la raíz del reto.

    Creen que, por ser parte de un grupo gobernante, sea del poder democrático, la economía de la delincuencia, ya pueden pararse en doble fila, saltarse las colas e incluso no pagar cuentas. Ese es el factor número uno que provoca que esta sociedad se fragmente y fracture a cada rato, estremecida con esos aspavientos del poder o la ilusión del mismo.

    Y es que una regla de la política dice que, para tener poder, hay que saber demostrarlo o al menos aparentarlo.

    El otro problema de esta actitud omnipotente es que no es exclusiva de funcionarios públicos o iniciativa privada de narcotráfico. Es justo decir que alguna vez, hemos escuchado conversaciones sobre personas que pertenecieron a grupos delincuenciales que se comportaron de forma tranquila y respetuosa, no sólo en el pasado remoto.

    La actitud del guarura brota en cualquier lado. Cualquier persona con una camioneta nueva de clase media se siente con las suficientes ínfulas para estorbar y no dignarse para bajar un vidrio.

    ¿Algún día superaremos eso? Tengo fe, ya que los mexicanos, aún con nuestras complicadas formas de pensar hemos sabido progresar. Por ejemplo, hoy no todos los albañiles piropean como antes a las damas que se atrevían a pasar por sus banquetas.

    El problema es que muchos aún ven como práctica común una faceta de comportamiento evidentemente mal hecha. Solo porque son amigos de un político o un candidato en campaña.

    Y seguirán ofendiéndose, si alguien los rebasa o toca un claxon, mientras sueñen que comportarse como un guarura o achichincle te hace exitoso, digno de admiración y merecedor de las grandes cosas de la vida. Desterremos ya esto.