Nos falta Luciano

    Si usted tuvo la oportunidad de apreciar el espectáculo operístico ofrecido el 7 de junio en la Arena de Verona, a través de la liga que ofrecimos en la columna anterior, nos daría gusto conocer sus comentarios.

    El final era previsible: cerrar el concierto con el brindis de La Traviata, de Giuseppe Verdi, que constituye una recurrencia clásica debido a su carácter festivo. Sin embargo, desde mi humilde punto de vista, nos sigue faltando Pavarotti (aunque cuando vino a la Laguna Salada, de Mexicali, ya no tenía voz).

    En la penúltima interpretación intervino Vittorio Grigolo cantando el aria Nessun dorma, de la ópera Turandot, de Puccini, que Pavarotti popularizó de manera impresionante. Grigolo cantó muy bien el aria de Calaf, pero no alcanzó la plenitud dramática del hijo predilecto de Modena, quien –guardando las distancias- se parangonaba a los más grandes tenores italianos.

    En efecto, cómo olvidar a Enrico Caruso, Giuseppe di Stefano, Beniamino Gigli, Tito Schipa, Giacomo Lauri Volpi, Giovanni Martinelli, Franco Corelli, Carlo Bergonzi, Mario del Monaco y, pudiéramos añadir a un maestro de José Manuel Chú, Gianfranco Cecchele, quien alternó con María Callas e Giulietta Simionato en una representación de Norma, en la Ópera de París.

    Volviendo al espectáculo, fue realmente impresionante y con una duración de 3 horas 40 minutos, en el majestuoso escenario de la Arena de Verona, para recordarnos que esa ciudad es algo más que el romance de Romeo y Julieta, de la Plaza de las Hierbas, del Río Adige y del Puente Scaligero.

    Cabe resaltar que solamente participó como tenor de Latinoamérica el peruano Juan Diego Flórez; quien, por cierto, fue también el único cantante que intervino dos veces, interpretando las arias Che gélida manina y La donna é mobile.

    ¿Extraño la inigualable voz de Pavarotti?

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