El poeta romano, Quinto Horacio Flaco, exclamó: “Non omnis moriar multaque pars mei vitabit Libitinam. Exegi monumentum aere perennius” (No moriré del todo, y gran parte de mí escapará a Libitina. Levanté un recuerdo más duradero que el bronce).
Libitina, según la cultura romana, era la diosa encargada de lo relativo a las obligaciones de honrar a los fallecidos, de ahí que se le rendía culto en un monte sagrado ubicado en el Monte Aventino, al sur de Roma. Incluso, en el Coliseo existía una famosa puerta llamada “Porta libitinaria”, por donde se extraían los cadáveres de los gladiadores y animales muertos en combate.
Sin embargo, lo más importante a resaltar en esta frase de Horacio son sus primeras palabras: “Non omnis moriar”, que se puede traducir como “no todo moriré” o “no moriré del todo”. ¿Acaso el poeta latino creía en la resurrección de los muertos? No es ese el sentido de la expresión. Simplemente constata que pervivirá en el recuerdo; es decir, que estará presente en todos aquellos que honren su memoria; además de que los sublimes alcances de su poesía lo tornarán inmortal. Por eso, convencido manifestó que gran parte de él escaparía al poder de la diosa de la muerte: “Levanté un recuerdo más duradero que el bronce”.
Este melancólico sentimiento fue plásticamente escenificado en la película “Coco” y su tema musical Recuérdame: “Recuérdame, hoy me tengo que ir mi amor. Recuérdame, no llores por favor, te llevo en mi corazón y cerca me tendrás. Recuérdame, aunque tenga que emigrar”.
El meollo de la cuestión no estriba en si nuestros familiares, amigos o la posteridad misma nos recordarán o cómo nos recordarán; el problema principal es si nosotros estamos construyendo el legado necesario para que ellos nos recuerden.
¿Moriré del todo?