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"El Octavo Día"

"Nombre es destino: Felinos, canes y caballos"

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EL OCTAVO DÍA

    Un olvidado novelista de la Revolución Mexicana, Rafael F. Muñoz, bien podría merecer una estatua en el Parque México o cualquier otro santuario hipster, por ser promotor de la adopción de mascotas abandonadas o rechazadas.
    Acabo de ver una entrevista suya, de 1958, donde cuenta cómo acaba de adoptar un gato callejero, rechazado por todo el edificio. (No exagero con lo del monumento: alguna vez vi en Insurgentes sur, yendo a TV Azteca, cerca del Ajusco, un monumento de bronce al perro abandonado, todo flaco y callejero. No solo las mascotas tienen derechos).
    Muñoz, autor de Vámonos con Pancho Villa fue entrevistado por Emmanuel Carballo, pero no nos dice cómo nombró a ese gato de barrio chilango.
    Uno de los ejercicios imaginativos más interesantes que existen en un taller de creación literaria, es ponerle el nombre perfecto a un gato. ¿Cómo debe llamársele a un perro guardián? ¿A un caballo de tiro o a una yegua de batalla?
    Aquí, la premisa es elegir el nombre correcto a una entidad: a un gato no se le puede llamar como a un canario o un perro.
    A Nabokov le molestaba que los traductores del Rey Lear, al ruso, omitieran el nombre de sus tres perros. Para él eran tan fundamentales que, a la hora de iniciar sus cursos sobre Shakespeare, dedicados a alumnos avanzados, compulsaba sus cuerdas con una pregunta sobre dichas mascotas reales.
    Gente que juraba saberse de memoria dicha obra parecía jamás recordar a Tray, Blanche y Sweetheart, no obstante a que esos nombres fueron comunes en algunos hogares de los Estados Unidos del Siglo 19, especialmente en aquellos de pretensión Isabelina.
    Los nombres de los lores, hidalgos y plebes que abarrotan la comedia humana de Shakespeare, ya nos suenan a shakespearanos, aunque la historia los puso ahí antes: Warwick; Ricardo III, Duque de York; Enrique de Bolingbroke y el veloz Henry Percy, de Northumberland, Hotspur: espuela caliente, caído en el campo de batalla, según las crónicas, por una flecha al levantar la visera de su yelmo.
    Shakespeare ha mejorado eso, haciéndolo sucumbir a golpes de sable, ante el propio Príncipe de Gales, entre el fragor de la batalla, con la misma enjundia de los futuros caballeros Jedi de la ópera espacial Star Wars.
    (Por cierto, David Prowse, el actor invisibilizado bajo el mambrinesco yelmo de Darth Vader, nació en Bristol, al sur de Gales, y a su momento fue nombrado Caballero de la Orden del Imperio Británico por su apoyo altruista a campañas de educación vial; otros actores británicos también, nombrados OBE, son los dos Obi Wan: Alec Guinness y Ewan McGregor).
    La siguiente faceta, más común a los hombres del ayer, era darle nombre a su caballo. A Kirk Douglas le halagaba que muchos rancheros le pusieran por nombre Whisky a sus caballos, por uno suyo... y los decepcionaba al decirles que el caballo no era suyo y la idea original pertenecía al guionista del western.
    “Trigger” (gatillo) era el caballo de Roy Rogers y en las revistas animadas lo traducían como “Tigre”. Mientras que todos sabemos en plata pura cómo se llama el caballo del Llanero Solitario (Hi Oh Silver!), existen severas confusiones sobre el nombre del caballo de su compañero, que en inglés se llamaba White Feller y algunos cómic le arrogaron el de Pinto.
    En la radio, ambos usaban bestias blancas, pero en el cine, para no confundirse, Toro o Tonto en inglés, tuvo que conformase con un caballo de colores mixtos. El creador de Toro juraba no saber el significado en español de la palabra y decía que en idioma potawatomi Tonto significa Salvaje. Yo no me la creo a como eran de segregados allá, entonces sus pueblos originarios.
    Nadie como Pancho Villa, que le puso a su bonita yegua La muñeca y, después de correr por el desierto con una bala adentro, le cambió a La Siete Leguas.