Noche de Reyes y epifanía

EL OCTAVO DÍA
05/01/2025 04:02
    El mejor regalo que podamos dar y recibir a veces no cuesta mucho y también suele serlo todo. Algo tan sencillo y tan añorado como la paz, hermoso don que no sabemos apreciar cuando lo tenemos.

    Mi mejor obsequio navideño y de Reyes Magos es un adolescente que ya ruge de 13 años. Ese hijo estaba programado para nacer un 5 de enero como hoy y, fiel a la cercanía de la fecha, se iba llamar Ian Gaspar.

    Nombre es destino y, si este bebé era un milagro por provenir de un embarazo de riesgo, me parecía justo apoyarme en la decisión con la voluntad divina, que suele a veces adoptar la forma de la coincidencia.

    Ya hasta había pensado invitar como padrinos al amigo Gaspar Pruneda y su esposa Ana Belén, un matrimonio sano y culto que hasta tienen hotel con alberca, pero como se adelantó al 28 diciembre, me di cuenta que no le quedaban para nada el “Ian Inocencio”, así que le impuse el nombre del bisabuelo, Rainieri Guido.

    En sus páginas de erizados juegos electrónicos, hoy se forma como “rainieriwido”.

    ¿Por qué me decanté por el nombre de Gaspar entre esa tríada? Suena contundente y corto: Melchor me suena más a un nombre aseñorado y, aunque me encantan las culturas africanas y tratado a nacidos en oriente, el Baltasar retumbaba muy fuerte.

    Por cierto, acaba de decirme mi hijo que le hubiera gustado ser Ian Baltasar... y eso que en el kínder personificó al Rey Melchor.

    Qué fuerte es en nuestra cultura el peso simbólico de esas majestades mágicas. En España y el antiguo DF, los juguetes se entregan el 6 de enero para que no quede duda de que es un asunto cristiano y no del gringo Santa Clos. Igual en Rusia y demás culturas ortodoxas, lo fuerte de la Navidad recae en estos soberanos.

    En parte del mundo anglosajón se le llama la Noche de Epifanía y el festejo inicia hoy al ponerse el sol. Existe hasta una comedia de errores y situaciones de trasvestismo que se llama así, escrita por don William Shakespeare.

    Por eso a los niños nacidos un 6 de enero se les daba el nombre de “Reyes” o el de alguno de los mágicos jerarcas ya mencionados... y a las niñas, el no muy popular nombre de Epifanía, “Pifas”, aquí en Sinaloa, o “Fanny” en otros entornos.

    De niño me invadía la incómoda certeza de que, a pesar de que eran reyes -y, aparte magos-, Gaspar, Melchor y Baltasar habían llevado cosas bastante inapropiadas para un niño, a excepción del oro.

    Incluso hasta repetitivas, como el incienso y la mirra, que servían para lo mismo.

    ¿La falta de imaginación o la tacañería eran privilegio desde entonces de las testas coronadas? ¿Para qué darle incienso a un niño que puede terminar quemando una casa de madera?

    El Niño Jesús, según los evangelios apócrifos, misma fuente de los nombres de los Reyes Magos, era bastante travieso y no controlaba bien sus poderes. Hacía palomas de barro y luego les daba vida durante el exilio en Egipto y tenía prohibido hacer milagros fuera de su casa, para evitarse problemas con los vecinos... de hecho, los tuvieron.

    Ahí también en los apócrifos viene la historia de la palmera que se arrodilla ante él durante la fuga a Egipto, provocada sin querer por los propios Reyes Magos cuando van con toda la buena intención de mundo a darle la noticia a Herodes el Grande.

    Recuerdo que nuestra maestra de la escuela dominical tuvo la precaución de decirnos que la mirra y el incienso eran bastante apreciados, así que no me quedó ninguna duda que El Niño Dios los había vendido de grande, siempre y cuando sus padres no los hubieran dejado “guardados” para toda la posteridad, como era costumbre de algunos jefes de familia de mi tiempo.

    Los Santos Reyes o Reyes Magos en inglés se llaman “los tres reyes sabios”: Three Wise Kings.

    La palabra «mago», proviene del persa ma-gu-u-sha, que significa sacerdote. En esa antigua región, se practicaba el Mazdeísmo, religión de magos cuyo más destacado fue Zarathustra, convertido por Nietszche en el santo de los ateos.

    Llegó al griego como magos, plural: magoi), refiriéndose a una casta de sacerdotes persas o babilonios, que estudiaban las estrellas en su deseo de buscar a Dios. Del griego pasó al latín como magus, plural magi, /mágui/, de donde llegó al español mago.

    Esto nos indicaría que esos tres embajadores eran astrólogos de profesión y más que seguir a una sola estrella, iban en pos de un mensaje leído en las constelaciones.

    No dejan de ser una figura simbólica de la aceptación de los extranjeros por la noticia y el nacimiento de una persona humilde cuyo destino cambiaría el mundo y su concepción de nuestro papel en él.

    Que la iconografía popular los montase en un caballo, un camello y un elefante es parte de la metáfora que representaban a Europa, Asia y Africa reconociendo al niño de Belén, fue un secreto argumento de conversión

    Pero volvamos a la avasallante. No se trata de creer aún en los Santos Reyes, sino saber dar un regalo que sea eterno como el oro y memorable como la mirra y el incienso.

    Y el mejor regalo que podamos dar y recibir a veces no cuesta mucho y también suele serlo todo. Algo tan sencillo y tan añorado como la paz, hermoso don que no sabemos apreciar cuando lo tenemos.

    Que la paz esté con ustedes y no sólo hoy y mañana.