Seamos realistas, no va a cambiar. Seguirá con sus agresiones e intentos de división. Seguirá vendiendo sus sueños de opio. Seguirá tirando dinero, pero ya se acabó la mayor parte, no hay margen. Qué nos quedó.
En lugar de mostrar un ánimo postelectoral conciliador, el Presidente que tenemos y que tendremos, se lanzó contra los que se persignan y contra los que aspiran “aspirantismo” -sic y recontra sic, como diría Monsiváis, así lo llamó. Lo dijo desde el madrugador micrófono que lo está enterrando. Agredió al México católico, que es la gran mayoría, y a las crecientes clases medias que conforman en términos objetivos a la mitad del País. Clases medias que, en términos subjetivos, como lo demostró Enrique Alduncin, en su gran mayoría -más del 80 por ciento, se autocalifican como tales y aspiran a una mejoría. Por el venenoso micrófono y por la dolorosa realidad que ya se impone, su aprobación cae sistemáticamente, por eso sus detractores ahora desean que no interrumpa su monólogo tempranero, que siga mintiendo y resbalando. Él es su peor enemigo.
En el horizonte la otrora poderosa 4T se desvanece. Las calificaciones sobre los logros en combate a la corrupción -décimo primera posición de 15 países del continente- y cayendo, ridiculizan al moralista. Crecerá el cerco del narco fortalecido por los “abrazos” que hoy cogobierna en varios sitios lo que obliga a la duda: ¿pactó desde el principio? Seguirá la violencia que no ha sabido controlar. Seguirá la mentira institucional que cobró otro puntual retrato: Morena no entregó para vacunas el 50 por ciento de su financiamiento, alrededor de 850 millones de pesos, como pregonó, entregó sólo 50. Cinismo que no va a cambiar.
Lo que va seguir, muy a su pesar, es la alta credibilidad del INE con el 81 por ciento de confianza, (El Financiero, 14/06/21). Seguirá el nervio ciudadano que salió a votar, en el entendido de que algo muy serio puede ocurrir a México si no se corrige el rumbo. Seguirá el poder permanente del empresariado que exige certidumbre para generar inversión. Se puede ir sin lograrla y con claras consecuencias de poco crecimiento y empleo. También seguirá allí la presencia de jueces como Juan Pablo Gómez y Rodrigo de la Peza que muestran cómo la ley es capaz de frenar sus locuras. Seguirá allí la Suprema Corte con un pleno capaz de frenar el entuerto de la prolongación del mandato de su presidente. Corte que tiene en sus manos más de una decena de asuntos entre acciones de inconstitucionalidad y controversias constitucionales, centrales para México.
Seguirán allí las críticas en medios nacionales, prensa, radio, televisión, medios digitales y redes. Y por supuesto la vigilancia internacional como lo muestra el reportaje de NYT sobre la Línea 12. Seguirá allí la sociedad civil brindando información y pugnando en contra de sus arbitrariedades, hasta Joe Biden salió a respaldar su labor. De nada sirvieron sus calificativos -vendepatrias, traidores- tampoco las amenazas personalizadas. Por el contrario, cohesionaron y sirvieron para ratificar lo mucho que se puede hacer desde la sociedad civil para contener a un poder político embriagado de soberbia. Se topó con un muro de convicciones que desconoce y fracasó. Seguirán, e incrementadas, las presiones internacionales para que México recupere sus compromisos en energías limpias, el absurdo viraje ha provocado la irritación mundial. Esa pelea la tiene perdida y no rectifica.
Lo que sí cambió, a pesar de los muchos dineros repartidos a clientelas, es el crecimiento de una Oposición que supo dejar atrás lo menor, para sobreponer el acuerdo en lo esencial de Mariano Otero. Una Oposición que, en meses, cambió el mapa político del País y que tiene buenos motivos para mantenerse unida: todos salieron ganando. Oposición que necesitamos para contener la marcha de destrucción institucional.
Con todo el poder, no pudo. Cambiaron los tiempos. Viene el declive y el juicio histórico de un país al que empobreció y al que amenaza en sus libertades.