A pesar de que López Obrador debilitó hasta donde pudo a las instituciones democráticas y gobernó de manera autoritaria, hasta antes del 2 de junio el cambio de régimen fue más discurso que realidad. Ahora sí vendrá el cambio de régimen en el sentido verdadero y profundo del concepto. Claudia Sheinbaum podrá hacer realidad la Cuarta Transformación de la que habló por seis años su predecesor, pero que no pudo concretar en un nuevo orden jurídico y en un nuevo sistema de representación. Si se quiere, AMLO instauró un cambio de régimen de hecho, pero no de derecho, un cambio de facto pero no de jure. No sabemos si AMLO le dejará esa gloria a Claudia o si apure las reformas para que antes del 1° de octubre se cuelgue él la medalla.
Por ahora, nos informó en su mañanera del lunes 3 de junio que se irá satisfecho por haberle entregado la banda a su candidata: “misión cumplida”, dijo.
Claudia Sheinbaum será la primera Presidenta de México. Ganó con una contundencia que, al menos yo, no preví. Un carro completo que ni AMLO obtuvo. Digno de la hegemonía priista que prevaleció en México durante más de seis décadas para, paulatinamente, dar paso a una democracia plural y, después a los gobiernos sin mayoría. Una democracia que antes de llegar a la plenitud comenzó a declinar desde la llegada de López Obrador a la presidencia.
No me queda duda de que presenciamos una elección de Estado, aunque ésta no me alcance para explicar la diferencia de 30 puntos con los que ganó Claudia. Ésta se fraguó desde hace años. Por decir lo menos, después de las elecciones de 2021 en la que el Presidente y su movimiento no esperaban la pérdida de cuatro millones de votos a manos de la oposición.
La elección de Estado estuvo en la intervención del gobierno en la composición y comportamiento de las autoridades electorales -el INE y el TEPJF-, en el uso ilegal de recursos públicos, en el dinero bajo la mesa, en la operación de los Servidores de la Nación, en la apropiación y personalización de los programas sociales, en la operación de los 22 gobernadores, en la sucesión adelantada y en la intervención sistemática e ilegal del Presidente como promotor de su candidata y detractor de la oposición.
La ilegal intervención del gobierno en el proceso queda más nítida en los datos publicados por las encuestas electorales desde que iniciaron las campañas. Según Buendía y Márquez (febrero de 2024) el 59 por ciento de los beneficiarios directos o indirectos votarían por Sheinbaum. Entre los NO beneficiarios el porcentaje bajaba a 39 por ciento. O sea, la probabilidad de votar por Claudia aumentaba 20 puntos entre los beneficiarios. En la encuesta de salida de El Financiero (2 de junio de 2024) el fenómeno se confirmó. Entre los que recibían programas sociales, la votación por Claudia Sheinbaum fue de 69 por ciento mientras que entre los que no los recibían fue de 49 por ciento. Otra vez, 20 puntos de diferencia.
La narrativa gubernamental en boca de AMLO también ganó. Xóchitl y los partidos que la apoyaron nunca lograron borrar la idea de que, si ellos ganaban, los programas desaparecerían y volverían a gobernar los ricos y la derecha que ni siquiera volteaban a ver a los pobres.
Claudia no engañó a sus votantes. El electorado tuvo a la vista su desempeño como Jefa de Gobierno, su apoyo irrestricto a las políticas públicas de AMLO y a la manera discrecional en que ejerció el poder. Sobre todo, tuvo a la vista sus promesas de campaña que bien pueden reducirse a poner el segundo piso a la transformación.
Elección de Estado aparte, Claudia ganó con la contribución de todos los estratos sociales, de todos los niveles educativos, de hombres y mujeres, de población rural y urbana y de todos los grupos generacionales.
Los electores optaron mayoritariamente por la permanencia de las fuerzas armadas en funciones tanto de seguridad como civiles, la continuación de la política de abrazos y no balazos que ha dejado más de 185 mil homicidios en el sexenio, 9 feminicidios por día, más de 40 mil desaparecidos, 92 defensores de derechos humanos y 43 periodistas asesinados.
Optaron por un crecimiento mediocre (1.1 por ciento), por la disminución del PIB per cápita, por el crecimiento de la informalidad que creció 3.8 por ciento, por la disminución de 4 años de vida, por la falta de medicinas y atención médica y por la disminución de la calidad educativa.
Votaron por la concentración del poder, por la desaparición de los contrapesos, por la opacidad, por la corrupción y por la aniquilación de la independencia del Poder Judicial. Votaron no por la pluralidad sino por la mayoría calificada en las cámaras y en la distribución del poder territorial.
En suma, el 60 por ciento de los electores votaron por la continuidad de un gobierno de pocos resultados y muchas transferencias en efectivo. Votó por la consolidación de una presidencia todopoderosa y que promete darse todavía más poder a través de la propuesta del mayor cambio constitucional que hayamos visto desde 1917.
Los mexicanos fueron convocados a decir un SÍ o un NO a la continuidad y decidieron por el SÍ. No hay vuelta de hoja.
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