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El ambiente político del país está más caliente que el verano quemante que priva en el llamado Valle de la muerte ubicado en California, y no contento con ello, el Presidente de la República agita vehementemente el tizón, abanicándolo con el expediente penal, o más bien político, de Emilio Lozoya, de cuya boca, salen señalamientos a diestra y siniestra, cual máquina tirolera en manos de un inexperto albañil, a cuyo paso, va dejando un reguero de salpicaduras.
A ello, se agrega el contraataque de los que repudian al Presidente López Obrador, exhibiendo a través de las redes, un video que da testimonio de varios momentos en el que su hermano recibe entregas de dinero para apuntalar la campaña electoral del entonces candidato a la presidencia, Andrés Manuel López Obrador; actos, que indudablemente caen en el plano de la corrupción, y que por supuesto, también son censurables y con asideras para presentarlos ante los tribunales electorales. Y de seguro vendrán otros, pues me parece que Andrés Manuel no revisó bien su closet antes de señalar los “muertos” de los contrarios.
Y todo esto, se da en medio de una pandemia que no da señales de estar cediendo y, que dada su gravedad y sus impactos traducidos en muertes, merece, más bien, exige, la atención plena del Ejecutivo federal y la conjunción de los diversos sectores de la sociedad; unión de fuerzas que le correspondía convocar al Presidente de la República, pero no quiso hacerlo, perdiendo la oportunidad de haberse constituido en un estadista de Ligas Mayores y con derecho al Salón de la Fama. Lástima, Margarito. Y no solo por él, sino por el cambio prometido.
Por ahora, el Presidente está en lo suyo, atendiendo el llamado de su naturaleza política y aprovechando las circunstancias para pasarle facturas a sus enemigos, y de paso, enjuiciándolos públicamente, cual si su papel fuera el de juez supremo indiscutido.
Sin lugar a dudas, la entrega de Emilio Lozoya, uno de los grandes peces gordos de la llamada mafia del poder, resulta importante para el intento de ir desecando la redomada fuente de corrupción que le ha sangrado miles de millones de pesos al tesoro público, en detrimento de servicios esenciales del bienestar social, como es el caso de los sistemas de salud pública y educación; cuenta con los elementos suficientes para constituirse en todo un precedente para el ejercicio de la justicia mexicana, justo la expectativa que ha levantado entre la ciudadanía, la cual espera, un castigo ejemplar para los pillos de cuello blanco.
Pero por lo que hasta ahora hemos visto y escuchado, las cosas no van por la ejercitación plena de la ley; en torno al juicio se están dando circunstancias para que el indiciado alegue el rompimiento del debido proceso, al estarse manejando filtraciones importantes que pisotean la secrecía que el caso exige y, por otra parte, no se está respetando la presunción de inocencia de los señalados por el enjuiciado, previsto por las leyes penales de nuestro país.
Por todo lo visto hasta ahora, me atrevo a pensar que el frondoso árbol surgido con la entrega de Emilio Lozoya, confeso de sus delitos, dará magros frutos para la justicia y la cosecha mayor, será para el interés político del Ejecutivo federal y su partido.
Y mientras que rayos y centellas a cielo despejado se desprenden de la causa que se le sigue al que le cargaba el llamado maletín negro a Enrique Peña Nieto, los estruendos de la pandemia que está enlutando a miles de hogares mexicanos, no logra el rojo vivo que ha alcanzado el juego político, y en consecuencia, la urgente atención que merece.
No dudo de la honestidad del mandatario mexicano, pero tampoco es honesto de pureza al 100, como él presume. ¡Buenos días!