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Dicen que muchas veces “la realidad supera la ficción” ya que la ficción es simplemente el reflejo de la realidad. Esto parece ser lógico, pero en el caso de la “guerra contra el narco” en México -en la era de la post-verdad y bajo la óptica post-moderna- es sumamente difícil reconocer la verdad y distinguir el mito de la realidad. La verdad es relativa en la era digital y la realidad se puede manufacturar haciendo uso de los nuevos medios masivos de comunicación. Las nuevas tecnologías, el Internet y las redes sociales perfeccionaron la televisión y el cine a través de Netflix y otras plataformas digitales de entretenimiento que mantienen al mundo ocupado y distraído en la sociedad del espectáculo. En esta sociedad, ni las ficciones superan a las realidades, ni las realidades a las ficciones; más bien, ahora, las ficciones manufacturan realidades.
Un posible ejemplo de esto es el caso de la saga de “El Chapo”, representada por la popular serie de Netflix y Univisión (del mismo nombre) que enamora por igual a gringos y a mexicanos, y que retrata majestuosamente el mito del narcotráfico en México. Esta serie es el más nítido reflejo del pensamiento “americano” sobre lo que es y debe ser México. Para muchos estadounidenses, México es un lugar peligroso, violento, medio salvaje, donde reina la corrupción y gobierna el narco. En cambio, Estados Unidos, “tierra de los libres y hogar de valientes”, es un país donde rigen las leyes y el orden; pero esa gran nación vive amenazada por los cárteles mexicanos. Los narcos de México, según el imaginario americano, tienen un poder extraordinario: manejan billones de dólares, corrompen a todos los políticos (incluidos presidentes mexicanos) y contaminan a los güeros vulnerables con sustancias mortales que se producen en tierras enemigas del sur del continente y de Asia.
Según esta visión post-moderna del gringo justiciero y el México narco, a Estados Unidos no le queda más que “hacer justicia por su propia mano”. Así, ese país justifica declarar una guerra contra sus enemigos en el sur del continente. Las armas, el equipo, los tribunales, los jueces, las prisiones, es decir, toda la estrategia anti-narcos correría por cuenta de ellos. A México lo definen como un “Estado fallido”, en el cual todo está podrido, de pies a cabeza, comenzando con los presidentes. Esta idea justificaría eventualmente operaciones más directas por parte de las agencias de seguridad estadounidenses. Y este escenario se convierte finalmente en la realidad de México. Lo que se representó una vez en las series de Telemundo, Univisión y Netflix se confirmaría en la realidad. Tal es el caso de las historias de ficción de Teresa Mendoza, “El Chapo” y Conrado Sol, personificadas en el mundo real por Kate del Castillo, Joaquín Guzmán y Genaro García Luna.
El extraño caso de Genaro García Luna, quien fuera la cabeza de la Policía Federal mexicana y uno de los principales protagonistas de la guerra contra el narco en México, representa, sin duda alguna, un nuevo episodio de la serie de Narcos o El Chapo. Y lo califico como “extraño” pues, si lo pensamos bien, existen aún muchas dudas sobre el verdadero papel de este personaje. Parece demasiado raro que quien fue quizás el empleado más leal de las agencias de seguridad estadounidenses durante todo el sexenio de Felipe Calderón hubiera estado todo el tiempo trabajando con el cártel de “El Chapo” y ellos (los gringos) no lo hubieran detectado. En efecto, García Luna operó de forma masiva y a la perfección la estrategia preferida de la Administración para el Control de Drogas (DEA, por sus siglas en inglés) de “cortar cabezas a los cárteles”-denominada en inglés: The Kingpin Strategy-. Decenas de fuentes periodísticas, trabajos académicos, investigaciones propias y entrevistas con expertos confirman la gran cercanía del ex jefe de la Policía Federal mexicana y las agencias de seguridad estadounidenses.
Los recientes testimonios de narcotraficantes en el “verdadero” juicio de “El Chapo” en Nueva York y los procesos de investigación formales en el sistema judicial estadounidense dejarían muy mal paradas a las autoridades de ese país pues parece que colaboraron de manera muy, muy cercana con un verdadero criminal por muchísimo tiempo. Según testimonios de otros criminales-que parecen haber sido tomados muy seriamente en cuenta por los fiscales estadounidenses que siguen el caso de Genaro- las relaciones entre el cártel de Sinaloa y el top cop mexicano comenzaron, por lo menos, desde el sexenio de Vicente Fox. Resulta, por lo tanto, sorprendente (por decir lo menos) que los americanos decidieran trabajar tan de cerca con un hombre tan mafioso y tan peligroso. Y lo que es peor, resulta escandaloso que se le otorgara la residencia después de tantos años de crimen y traición a los Estados Unidos de América.
Los tiempos de esta detención también resultan, por así decirlo, un tanto curiosos o interesantes. Este arresto no pudo haber sido más oportuno. Se avecinan elecciones en Estados Unidos. El proceso promete ser muy competido y el tema del narco mexicano podría ser un instrumento perfecto para un controvertido Presidente que representa al Partido Republicano y que desea reelegirse. Al mismo tiempo, esta historia se enmarca perfectamente en la plataforma electoral conservadora estadounidense. Por lo tanto, el arresto de Genaro parece ser la historia perfecta en un momento perfecto. Este episodio apoya de manera contundente la narrativa de la guerra fallida y el Estado narco -que involucra a las principales figuras de las altas esferas de la política mexicana, incluidos los tres primeros presidentes de este siglo, jefes policiacos, y jefes de Gobierno. Solo una guerra operada desde la Unión Americana podría proteger a los gringos de los “hombres malos” de México.
El espectáculo de “El Chapo” y Conrado Sol (quien parece que personifica a García Luna en la serie co-producida por Netflix y Univisión) podría ser benéfico para la administración de Trump. Al mismo tiempo, la detención de Genaro podría beneficiar momentáneamente al Gobierno de López Obrador. Genaro García Luna es quizás uno de los más odiados personajes políticos en el imaginario mexicano de los últimos tiempos. Enfocar la atención en el caso podría resultar, por el tema de la gobernabilidad, bastante conveniente. Parece curioso que, en medio de un escándalo por el tema de la seguridad en México, el Gobierno actual -a través de su Unidad de Inteligencia Financiera- informe sobre una investigación de enormes dimensiones que implicaría al ex jefe de la Policía Federal y otros políticos de gran envergadura en sexenios anteriores en la triangulación de recursos y quizás otras actividades ilícitas.
Las investigaciones en México y Estados Unidos sobre el caso García Luna arrojan aún grandes preguntas. Varios analistas plantean serios cuestionamientos pues aún falta ver las pruebas que demuestren sin lugar a dudas la culpabilidad del ex Secretario de Seguridad Pública. Hasta ahora conocemos los testimonios de narcotraficantes en el juicio de “El Chapo” en Nuevo York; también contamos con las declaraciones de Santiago Nieto. Genaro García Luna es “presunto culpable” de delitos graves que lo vinculan directamente al narcotráfico y a actos de corrupción sin precedentes. No dudamos que esto sea cierto. Sin embargo, bajo el sistema judicial mexicano y el estadounidense todo acusado es “inocente hasta que se demuestre lo contrario”.
Confiamos en que las autoridades estadounidenses en el juicio que llevarán a cabo mostrarán las evidencias correspondientes. Esperamos lo mismo de las investigaciones realizadas en México. Sería una pena que en Estados Unidos el caso terminara en un acuerdo extrajudicial o resolución fuera de tribunales (settlement). Así, el público en general no tendría la oportunidad de conocer exactamente con que pruebas contaron los fiscales estadounidenses para arrestar a Genaro. Todo quedaría basado en dichos de delincuentes. Sería también bochornoso que se desestimara la investigación en México por ineptitud o integración incorrecta del expediente. Ambas posibilidades se sustentan en experiencia pasada, en realidades y no en relativismos post-modernos. Dichos resultados “posibles” son, a su vez, extremadamente probables.
Y mientras los votantes mexicanos y estadounidenses se encuentran entretenidos en la sociedad del espectáculo, leyendo libros malos de “señores del narco” y disfrutando de series de Telemundo, Univisión y Netflix, la realidad dibuja miles y miles de muertos. La guerra contra el narco en Estados Unidos y México ha dejado ya centenas de miles de muertos y decenas de miles de desaparecidos. Y lo que es peor, las adicciones en Estados Unidos están en su máximo esplendor. Al mismo tiempo, el acceso a estupefacientes es el más alto en toda la historia de esa nación. Y ojo: muchas de las drogas que ahí se consumen no provienen de, ni se producen en México (they are not “Made in Mexico”)... al igual que las series de Netflix.