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A muchas personas les atemoriza navegar porque existe el riesgo de naufragar; sin embargo, se pierden la aventura única de surcar por mares ignotos, descubrir nuevas rutas y encontrar paraísos escondidos.
El riesgo es inherente al vivir. La vida, lo hemos dicho en otras ocasiones, es una aventura. Al nacer, se nos entregó la barca de nuestra vida para hacernos a la mar, no para quedarnos varados en la orilla por miedo a perdernos o por el temor de naufragar.
Es cierto que, en ocasiones, el mar nos envuelve con sinuoso oleaje y se torna traicionero, pero no siempre conserva ese feroz talante, pues también nos arrulla como bebés en su cuna y nos mece en la hamaca de mágicos y encantados sueños.
Tal vez, como acontece a muchos marinos, el mar nos deposite en destinos desconocidos y tierras insospechadas; pero, aun así, es una oportunidad insólita para descubrir nuevos puertos y emprender inéditas nuevas expediciones y conquistas.
Al navegar abrimos el baúl de la esperanza y oteamos confiadamente el horizonte del porvenir. Algunos días sentiremos que nos sonríe la fortuna y, otros, que enmudece compungida, pero en esa alternancia estriba la riqueza de la vida, como expresó Jacinto Benavente: “La vida es como un viaje por la mar: hay días de calma y días de borrasca; lo importante es ser un buen capitán de nuestro barco”.
Con palabras semejantes, Carlos Marx, señaló: “Desplegamos intrépidos la bandera de la libertad; cada marinero cumplió seriamente su deber; si los esfuerzos de la tripulación por alcanzar una tierra nueva fueron vanos, el viaje fue hermoso y no lo lamentamos. Aunque la ira de los dioses nos haya acompañado, no nos asusta que nuestro mástil haya sido abatido. El valor sigue incólume en el mismo naufragio”.
¿Temo al naufragio?