Es común hablar del nacimiento de la filosofía, pero poco se aborda el tema de la filosofía del nacimiento. Se comprende que en filosofía se especula sobre el origen y las causas de las cosas, pero sobre todo por su sentido, razón de ser o finalidad.
Una de las afirmaciones que hizo el filósofo alemán Martín Heidegger fue que el hombre es un ser para la muerte; pero casi nunca se reflexiona en que, primeramente, debe ser un ente para la vida. Se aborda mucho la temática de la óntica tanática (pulsión de muerte), pero muy poco de la óntica erótica (pulsión de vida).
El filósofo Peter Sloterdijk señaló en su obra “Venir al mundo, venir al lenguaje”, que es mucho más cómodo elaborar metáforas crepusculares que natalicias, pues mientras el hecho de la muerte se ha visto realzado en la historia del pensamiento y obtenido prestigio intelectual, el del nacimiento se ha visto ensombrecido, no obstante que -según resaltó Sócrates- el acto de filosofar se transforma en un verdadero alumbramiento, tal como hacía su madre, Fenarete, para auxiliar físicamente a las mujeres parturientas.
La muerte provoca una sobrecogedora estupefacción y suspenso ante el desgajamiento y la partida, pero el nacimiento debe celebrar la extrañeza, asombro y admiración inicial del infante al encontrarse con el mundo, aunque en un principio le parezca hostil por el abandono del confortable refugio uterino.
Aunque suene paradójico, cuando celebramos un aniversario de nuestro nacimiento, lo que estamos festejando, también, es que nos acercamos cada vez más al momento en que nuestra vida llegará a su fin. La primera página del libro nos es dada, pero las siguientes constituyen improntas de nuestro ser y acontecer. Hoy rindo tributo al nacimiento de mi musa: ¡Feliz cumpleaños, Ely!
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