Lincoln Portrait logra su objetivo de presentar al Presidente como un modelo de la acción política ética que busca el ideal democrático

    Muchos proyectos políticos, particularmente los que aspiran a cambiar las estructuras sociales, han usado a la música como uno de sus instrumentos principales. Sólo hay que recordar cómo el régimen soviético estaba dispuesto a invertir en la producción de obras musicales consideradas adecuadas y cómo ejercía el control sobre sus compositores, directores, orquestas, compañías e intérpretes solistas, para evidenciar la importancia que asignaba a la identidad común generada en la música y en las ideas en torno a ésta. Es todavía impresionante que el aparato burocrático dedicara tantos recursos a analizar la producción de los compositores contemporáneos, ponderándola de acuerdo con su capacidad para transmitir los valores básicos de la revolución bolchevique. La música que no fuera accesible y alegre, como correspondía al nuevo régimen de la dictadura del proletariado, era descartada como “formalista” y sus autores descalificados como “enemigos del pueblo”. Shostakovich y Prokofiev, por ejemplo, recibieron críticas devastadoras y fueron excluidos y aislados del mundo musical y social porque sus composiciones eran disonantes o porque eran demasiado intelectuales en opinión de los censores.

    El régimen soviético es un ejemplo extremo de la instrumentalización del arte por parte del poder. Sin embargo, hay otros casos que, aunque todavía en el ámbito populista de la generación de una identidad nacional, son más benévolos. Su benevolencia radicaría en la propuesta de héroes y valores que ayudarían a cohesionar en medio de la pluralidad política, económica y social, en torno a un proyecto de Estado-nación. Como ejemplo interesante de este segundo tipo de uso de la música se encuentra El retrato de Lincoln (Lincoln Portrait) de Copland (+1990). La obra, estrenada en 1942, no podría haber sido escrita por alguien más ajeno al establishment americano: Copland era judío, agnóstico, homosexual y de izquierda. Sin embargo, entendía las aspiraciones identitarias de su época de una manera muy clara. La segunda interpretación de la obra se realizó en una barcaza en el río Potomac, teniendo de fondo al monumento a Lincoln. Los asistentes, muchos de ellos políticos endurecidos por la práctica de muchos años en la capital norteamericana, lloraban conmovidos.

    La obra inicia con una sección instrumental que hace referencias a melodías de los lugares en los que Lincoln creció y adquirió sus habilidades, tan útiles cuando llegó el momento de evitar la secesión de los estados del Sur y lidiar con la guerra y un congreso adverso. La obra alcanza sus mejores momentos cuando la orquesta toca en torno a textos de sus discursos, que no son cantados sino leídos por narradores, quienes deben leer con la velocidad y en el lugar adecuados para que la música no los interrumpa. El efecto es realmente sorprendente, pues algunos de los textos parecen más adecuados para un curso de historia o de ciencias políticas. Sin embargo, la combinación potencia ambos:

    Es la lucha eterna entre dos principios, el bien y el mal, en el mundo.

    Es el mismo espíritu que dice “tú esfuérzate y trabaja y gana el pan, y yo lo comeré”.

    No importa la forma en que venga, ya sea de la boca de un rey que busca dominar al pueblo de su propia nación, y vivir del fruto de sus trabajos, o de una raza de hombres como apología de la esclavitud de otra raza. Es el mismo principio tiránico.

    Y también:

    Compañeros ciudadanos, no podemos escapar a la historia.

    Nosotros, de este congreso y esta administración, seremos recordados a pesar de nosotros mismos. Ninguna cosa importante o insignificante se nos perdonará. El juicio terrible que pasaremos resultará en nuestro honor o deshonor frente a las nuevas generaciones. Nosotros, aquí y ahora, tenemos el poder y cargamos con la responsabilidad.

    La ocasión está llena de dificultades y debemos estar a la altura de la ocasión. Así como nuestro caso es nuevo, debemos pensar y actuar de formas nuevas.

    Debemos liberarnos a nosotros mismos y así salvar a nuestro país.

    La obra termina con el final del famoso discurso de Gettysburg:

    Que de estos muertos a los que honramos,

    Obtengamos un mayor fervor para la causa por la que ellos dieron la mayor muestra de devoción.

    Que resolvamos firmemente que estos muertos no hayan muerto en vano.

    Que esta nación, bajo Dios, tendrá un nuevo nacimiento de libertad.

    Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, no desaparezca de la faz de la tierra.

    Lincoln Portrait logra su objetivo de presentar al Presidente como un modelo de la acción política ética que busca el ideal democrático. Lo logra no solamente por la brillante selección de los textos, que ponen énfasis en los valores fundamentales: libertad, igualdad, responsabilidad, servicio a los demás, sino también porque resalta las cualidades de Lincoln que son más atractivas en cualquier servidor público. Esto siempre es un reto pues la gran mayoría de los héroes nacionales, no hay que olvidarlo, fueron políticos en su tiempo: impulsando una particular manera de ver la nación que estaban ayudando a formar que, sin embargo, generaba desacuerdos y luchas entre distintos actores.

    Esta es ciertamente una ventaja adicional de la música, que puede presentar estos valores de una manera casi apolítica. Nosotros tenemos en el Huapango de Moncayo, por ejemplo, una composición que nos une a pesar de nuestras diferencias. Lincoln Portrait nos cuestiona si no podríamos también tener textos que nos unieran y entusiasmaran de la misma manera en que el Huapango nos hace querer bailar. ¿Se imagina el(la) lector(a) un texto mexicano tan hermoso como los discursos de Lincoln? ¿Podríamos encargar la composición de una obra sinfónica con el artículo primero de la constitución actual o alguno de la de Apatzingán? Los soviéticos lo intentaron, poniendo en coros la constitución de la URSS con resultados no tan buenos.

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