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@rodolfodiazf
Las películas y series sobre los zombies han alcanzado gran éxito. Estas criaturas fantásticas han, supuestamente, resucitado; sin embargo, no lo hicieron en la plenitud de sus facultades, pues se mueven con dificultad y no llegan a pensar con claridad.
Pero hoy no nos detendremos en el ejemplo de esos muertos vivientes, sino en el de nosotros mismos, pues en muchas ocasiones vivimos como si estuviéramos muertos y no desarrollamos todas nuestras potencialidades y capacidades.
Incluso, como comentó una persona detenida en una cárcel italiana durante la séptima estación del Vía Crucis -Jesús cae por segunda vez- a veces ni llegamos a pensar que nosotros pudiéramos estar en una situación semejante:
“Cuando pasaba delante de una cárcel, miraba para otro lado: “Bueno, yo no acabaré nunca ahí dentro”, me decía a mí mismo. Las veces que la miraba respiraba tristeza y oscuridad, me parecía que pasaba junto a un cementerio de muertos vivientes”.
Sin embargo, con tristeza reconoció: “Un día acabé entre rejas, junto con mi hermano. Como si no fuera suficiente, también conduje allí dentro a mi padre y a mi madre. La cárcel, que era para mí como un país extranjero, se convirtió en nuestra casa. En una celda estábamos nosotros, los hombres, en otra nuestra madre. Los miraba, sentía vergüenza de mí mismo, ya no podía llamarme hombre. Están envejeciendo en la prisión por mi culpa”.
Presa de profundo arrepentimiento, dijo: “Caí en tierra dos veces. La primera cuando el mal me cautivó y yo sucumbí. Traficar con droga, en mi opinión, valía más que el trabajo de mi padre, que se deslomaba 10 horas al día. La segunda fue cuando, después de haber arruinado a la familia, empecé a preguntarme: “¿Quién soy yo para que Cristo muera por mí?”
¿Soy muerto viviente?