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@rodolfodiazf
La muerte y la vida son dos vocablos íntimamente unidos y dos conceptos esencialmente humanos. El animal no sabe que muere, el hombre sí es consciente de este paso vital.
El culto a los muertos es una de las primeras expresiones que caracterizan al ser humano. Los vínculos con la persona fallecida no se rompen ni desaparecen tan fácilmente. A pesar de la ausencia física existe una intrínseca comunión con el ser querido que ha partido. El familiar fallecido es honrado y recordado con sublime veneración. No se le considera ausente o desaparecido, sino alguien que se ha adelantado y aguarda en la otra vida.
Conmemorar a los difuntos no es celebrar la muerte, sino entonar un cántico a la vida. Pensar en nuestra muerte debe conferir profundidad a nuestra existencia y enseñarnos el arte de vivir, como señaló Marco Rupnik:
“La muerte es una cosa muy seria, implica que hay que vivir. El arte de morir tiene mucho que ver con el arte de vivir, uno muere en función de cómo ha vivido. Desde hace unos cuantos años, siguiendo el consejo de los antiguos monjes, me imagino que muero. Este ejercicio lo hago para no apegarme, me ayuda a ir a lo esencial y a no dejarme enganchar por detalles insignificantes”.
Fernando Pessoa expresó que hemos invertido el significado de lo que es vida y muerte: “Somos muerte. Esto, que consideramos vida, es el sueño de la vida real, la muerte de lo que verdaderamente somos. Los muertos nacen, no mueren. Están trocados, para nosotros, los mundos. Cuando creemos que vivimos, estamos muertos; vamos a vivir cuando estemos moribundos”.
La muerte es parte ineludible del proceso natural de la vida y continuo recordatorio de que nuestro caminar es breve y efímero.
¿Vivo mi muerte?