El escenario global actual es de gran incertidumbre. La pandemia ha cedido, no obstante, no se tiene seguridad de que no emergerán rebrotes por causa de variantes más agresivas. A ese choque externo experimentado por las economías se añade ahora otro: el conflicto Rusia-países de la Organización del Atlántico Norte.
Aún antes de la invasión de Ucrania, se esperaba que para este año ocurriera una caída generalizada en las tasas de crecimiento económico, debido a la cesación de las medidas de estímulo fiscal y la necesidad de hacer frente a los desequilibrios causados por las medidas de ampliación del gasto público.
También se sabía que las medidas de política monetaria tendrían que dejar su carácter expansivo, para buscar el retorno a la normalidad. Por lo tanto, se anticipaba el alza en las tasas de interés de referencia de los bancos centrales, particularmente en Estados Unidos, que se había rezagado en hacer frente a presiones inflacionarias.
En el tratamiento de la inflación, inicialmente había optimismo en cuanto al restablecimiento rápido de las cadenas de suministros, pero esa visión pronto tuvo que dejarse de lado. La persistencia del problema indicaba la existencia de rupturas más profundas. Los daños sobre las cadenas no han sido fácilmente reversibles.
Adicionalmente, el reencadenamiento de las cadenas de valor está ocurriendo de manera lenta debido a procesos de descolocación y relocalización de procesos de producción en áreas nacionales o regionales, como expresión de la marcha hacia la desglobalización.
Para las economías avanzadas la dependencia respecto a suministros chinos y de economía asiáticas ha aparecido como un nuevo problema. A lo cual se suma ahora la dependencia europea respecto a energéticos y granos de Rusia.
Ya se sabía que las medidas comerciales aplicadas por la administración Trump contra China podrían ser causa de aumento de precios. Además, la pérdida de competitividad de la fuerza de trabajo china sugería que eventualmente emergerían presiones inflacionarias.
Los bienes chinos, soportados en la producción en masa y una fuerza de trabajo barata, permitieron globalmente bajar las expectativas de inflación por largo tiempo. De manera particular en economías desarrolladas. Además, la capacidad de ahorro de China facilitó mantener bajas tasas de interés y el acceso a dinero barato.
En tal sentido, la disrupción de las cadenas de suministro, a causa de la pandemia, aceleró proceso que ya estaba en marcha. En ese entorno, las medidas de política de economías avanzadas estimularon la ampliación de la demanda agregada más allá de lo prudente.
La guerra en Ucrania no es la causa de las recientes presiones inflacionarias, éstas ya estaban presentes. Sólo han acentuado el desplazamiento hacia la estanflación (bajo crecimiento, con desempleo persistentemente alto, e inflación elevada).
Los países europeos creían que podría mantener las presiones inflacionarias en niveles tolerables, al asumir que estaban en una situación de excepción en comparación a Estados Unidos, sin embargo, su dependencia energética y alimentaria respecto a Rusia y Ucrania ha alterado esa perspectiva. En conjunto ya muestran un promedio de inflación del 7.5%
Desde nuestra opinión, el reacomodo en las cadenas de suministros refleja algo más: fuertes reacomodos geopolíticos en un mundo cada vez más multipolar, donde Estados Unidos busca mantener su hegemonía global. En esta perspectiva, la fuente de inestabilidad global no es un problema propiamente de economía sino de política internacional.
En un escenario así, los diseñadores de políticas de economías en desarrollo como la nuestra deben moverse con mucha precaución, e inteligencia. Se vienen tiempos difíciles que anuncian cambios profundos, y estos pasan por un periodo de alta inestabilidad global.