A principios de siglo, cuando el hoy Presidente era Jefe de Gobierno del Distrito Federal, se hizo famosa su respuesta a las preguntas incómodas, cuando no quería que quedara registro verbal pero sí que se conociera su posición sobre algún tema escabroso: “lo que diga mi dedito”, sentenciaba.
Cuando López Obrador fundó Morena a “dedito” se le quedó la costumbre de opinar, humildemente como ha sido su costumbre, sobre las candidaturas. En el proceso electoral de 2018 dos candidaturas fueron particularmente debatidas: la de Claudia Sheinbaum a la Ciudad de México, decidido por una encuesta que nadie vio y nadie conoce, pero que de sobra se sabe que se decidió por un voto, el de “dedito”, y la plurinominal número dos para el Senado de la República que “dedito” se la dio a Napoleón Gómez Urrutia en contra de la voluntad de la Asamblea de Morena.
Hoy, ante la sucesión adelantada, generada en gran medida por el derrumbe de la Línea 12, el Presidente ya sentenció que la selección del candidato a la presidencia de Morena será por encuesta, tal como lo establecen los estatutos del partido. ¿Por qué lo dice el Presidente de la República desde Palacio Nacional y no el presidente del partido, quien, en principio, tiene la facultad de dar ese tipo de información? El mensajero es el mensaje: “dedito” está trabajando; el dedazo está de regreso a nuestra cultura política.
Las dudas son si el poder de “dedito” seguirá intacto hasta el 2024 y cómo evolucionará internamente el partido Morena. La decisión que tome el partido sea por encuestas reales o por las hechas a la medida, como ha sido hasta ahora, generará inconformidad.
Los incentivos para los derrotados no son los mismos que, por ejemplo, los que tuvieron en la selección de la candidata de la Ciudad de México en 2018. Los que no fueron favorecidos finalmente se acomodaron dentro de la gran ola que generó la candidatura de López Obrador: Martí Batres encontró espacio en la Cámara de Diputados y ahora en la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México; Mario Delgado en la presidencia del partido Morena, y Ricardo Monreal se quedó con poder real en el Senado de la República. Por el contrario, los incentivos de Marcelo Ebrard para apoyar a Claudia Sheinbaum son prácticamente nulos, y a la inversa también. Mantener unido a Morena tras el proceso de sucesión no solo dependerá de la credibilidad de las encuestas, sino de que “dedito” llegue al momento de la decisión con fuerza y credibilidad para dirigir el proceso de sucesión.
La amenaza para el proyecto lopezobradorista no parece estar hoy en la Oposición sino en las fracturas internas, en la convivencia de proyectos muy disímbolos dentro de un partido sin reglas. La ausencia de institucionalidad es al mismo tiempo la gran fuerza del Presidente, pues la decisión recae solo en él, y la gran debilidad de Morena, pues su unidad está sostenida solo por un “dedito”.