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"MITOS, REALIDADES Y ALGO EN MEDIO"

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    La biotecnología y la obra de Harari

    Los científicos no pueden, debido a restricciones técnicas, físicas, y éticas, inmunizarnos contra enfermedades potencialmente letales; nos veremos optimistas hasta el fanatismo si decimos que pueden convertirnos en dioses en una escala de tiempo humana. Quedará por probarse, entonces, si la biotecnología terminará por existir en una escala de tiempo sobrehumana

     

    En los dos libros más populares del historiador israelí Yuval Noah Harari, Sapiens y Homo deus, con frecuencia sale a relucir la importancia que tienen los nuevos avances en biotecnología para definir el curso que tomará la humanidad en los años venideros, no sólo en términos técnicos, sino filosóficos: para Harari, la investigación de punta en biotecnología es “la bomba de tiempo en el laboratorio”, que obligará a la humanidad a redefinir totalmente su lugar en el universo.

    A pesar de demostrar haber leído algo sobre los nuevos objetos de estudio y paradigmas biológicos, Harari no es, por supuesto, un experto en el tema, y tiende a presentar visiones un tanto tendenciosas sobre el rol de la biotecnología en la ciencia moderna, particularmente en torno a la visión de la comunidad científica sobre la modificación genética humana.

    Es una pena que el segundo libro haya sido publicado en 2015, cuando la investigación de frontera en biotecnología seguía siendo casi exclusivamente ingeniería genética con CRISPR-Cas9, ya que hoy en día la biología sintética casi le ha concedido a Harari dotes de profeta, con la aparición de la computación biológica.


    Sobre la biotecnología desde la visión de Harari

    Antes de comenzar, habrá que aclarar -ya que Harari no lo hace en sus textos- que la biotecnología es el conjunto de aplicaciones posibles del conocimiento acumulado sobre biología molecular y procesos químicos, a fin de obtener información y bienes útiles a partir de sistemas biológicos. No es de ninguna forma un campo unificado y homogéneo del saber humano: un biotecnólogo bien podría encontrarse diseñando una terapia génica para combatir la anemia falciforme, o haciendo yogurt enriquecido para alguna compañía de lácteos.

    No obstante, la palabra biotecnología, con sus seis sílabas, sonido rimbombante y definición poco clara, evoca una visión en muchos de científicos locos y sin escrúpulos, en batas blancas, pipeteando líquidos de colores dentro de aparatos enormes, encerrados en laboratorios dentro de torres de acero híper modernas, jugando a ser Dios.

    El propio Harari peca un poco de esto. Evocando el argumento de la película GATTACA, pregunta: “¿Qué le ocurrirá a la sociedad humana cuando la biotecnología nos permita tener bebés de diseño?”.

    A lo largo de Homo deus, con frecuencia insiste en que la biotecnología nos dará el poder de “remodelar nuestra propia mente” y que “los científicos nos transformarán en dioses”.

    En su crítica -bastante dura- de Homo deus, Sexton escribe que, para Harari, la revolución científica es la historia de la torre de Babel: “la humanidad quiso alcanzar el cielo, con terribles consecuencias”.

    Así, el cuadro que construye Harari es algo ilusorio, por varios motivos.

    Principalmente, hace parecer que la comunidad científica no ha incurrido en algún debate sobre las implicaciones éticas de la modificación genética humana, lo cual no es en absoluto la verdad; tan sólo dos años después de la publicación de Homo deus, un grupo de trabajo internacional liderado por la Sociedad Americana de Genética Humana redactó, tras años de debate y una revisión de documentos previos, la primera postura de consenso completo sobre el uso de edición genética en humanos, en líneas celulares somáticas y germinales. De este documento se derivaron múltiples documentos legalmente vinculantes.

    Hoy por hoy, los acuerdos mínimos en este campo son:
    Debido a la incertidumbre en el uso de la técnica, es inaceptable hacer modificación genética que culmine en un embarazo humano.

    Es permisible la modificación in vitro de gametos y embriones humanos, con consentimiento de los donantes y supervisión rigurosa.

    Futuras aplicaciones de edición genética no deben proceder a menos que exista una razón médica, evidencia que apoye su uso terapéutico, una justificación ética, y un proceso público y transparente para incorporar opiniones de las partes interesadas (Ormond et al., 2017).

    Algunas excepciones provienen de países con gran ímpetu en genética humana; un infame ejemplo es el experimento del investigador chino He Jiankui, que en 2018 reportó haber modificado el gen CCR5 en dos embriones humanos para inmunizarlos contra el VIH, para luego implantarlos en una mujer que llevó el embarazo a término.

    Cabe mencionar, para calmar a Harari y al lector, que no se ha encontrado evidencia de que Jiankui de hecho haya logrado la hazaña que reportó, y su experimento es universalmente condenado por su irresponsabilidad, incluso dentro de China. El caso de Jiankui y su recepción en los medios, pone en evidencia lo que la comunidad científica ya sabía: las restricciones actuales son necesarias para evitar que se prohíba de lleno el uso de la edición genética humana, que tiene el potencial (sólo debemos refinar el savoir faire) de aliviar los padecimientos de millones de personas.

    Los científicos no pueden, debido a restricciones técnicas, físicas, y éticas, inmunizarnos contra enfermedades potencialmente letales; nos veremos optimistas hasta el fanatismo si decimos que pueden convertirnos en dioses en una escala de tiempo humana. Quedará por probarse, entonces, si la biotecnología terminará por existir en una escala de tiempo sobrehumana.


    Los aciertos de Harari

    Si bien Harari se equivocó en cuanto a la ingeniería genética humana, sus afirmaciones sobre el paradigma algorítmico en la biología han sido muy acertadas. En el último capítulo de Homo deus, plantea que la ciencia moderna obedece a un culto a los datos, el cual “sostiene que el universo consiste en flujos de datos”; en el campo de la biología, esto se traduce en “la idea de que los organismos son algoritmos y que jirafas, tomates y seres humanos son solo métodos diferentes de procesar datos”.

    Los datos a los que hace referencia son datos genéticos: Harari está hablando, aunque sin lujo de detalles, sobre el dogma central de la biología molecular, base de todo nuestro nuevo entendimiento de los mecanismos de la vida.

    Según este dogma, el flujo de información es el siguiente: el ADN se transcribe a ARN (ácido ribonucleico, una molécula similar al ADN pero más maleable), y el ARN (a través de un sistema de equivalencias químicas llamado código genético) se traduce a proteínas.

    El uso de la palabra dogma denota cierta inmutabilidad y carácter de incuestionable, sin embargo, la biología continúa siendo -en palabras de tantos profesores de bioingenierías-, la ciencia de las excepciones. El dogma central a veces ocurre al revés: en algunos casos, en seres vivos, a partir de ARN se genera ADN nuclear. A veces, entidades que no están vivas, como los virus, siguen rutas del dogma central.
    Surgen complicaciones extra al introducir nociones como la epigenética: para explicar la expresión de un fenotipo, no basta con saber la información contenida en la secuencia de bases en el ADN de un organismo, sino también las modificaciones químicas a las proteínas que empaquetan el ADN (llamadas histonas), y las interacciones entre diferentes genes, a sabiendas que todo lo anterior está sujeto a las condiciones de un sistema orgánico, y por tanto, es susceptible a cambiar en función de las condiciones externas. Si un organismo es un algoritmo, es un algoritmo con elementos caóticos de segundo orden.

    La vertiente de la biotecnología conocida como biología sintética propone, para eliminar el caos de estos algoritmos, eliminar al organismo vivo. A través de una tecnología llamada expresión génica libre de células (CFE, por sus siglas en inglés), es posible utilizar los eficientes procesos de transcripción y traducción propios al dogma central de la biología molecular a partir de extractos crudos celulares, en otras palabras, sin necesidad de mantener viva a una célula.

    La tecnología ni siquiera es nueva: se ha utilizado durante al menos 50 años para muchos fines diferentes. Más recientemente, se ha utilizado para prototipar circuitos génicos -es decir, evaluar cómo interactúa una serie de genes diseñados, en un proceso llamado breadboarding (nótese que la terminología es importada de la electrónica).

    Algunos investigadores llevan estos circuitos a un nivel más literal: en la computación biológica, las puertas lógicas, en vez de operar a través de impulsos eléctricos, operan a través de apareamientos de pares de bases tipo Watson-Crick (adenina-timina, citosina-guanina) y enzimas de restricción que cortan ADN. Esto produce computadoras potentes, capaces de operar múltiples puertas simultáneamente y con gran eficiencia, que pueden integrarse directamente para producir CPUs digitales.

    Los investigadores en este campo, en un arrebato casi poético, le conceden la razón a Harari: “La belleza de los seres vivos está en su habilidad de procesar información y su capacidad ubicua de cómputo al nivel molecular”.


    A manera de cierre

    En conclusión, a pesar de su presentación algo desatinada de los avances de la ingeniería genética humana, las ideas de Harari respecto a la importancia de los datos en la ciencia moderna son fascinantes, controversiales, y, en lo que concierne a la biotecnología, bastante acertadas. Es más importante que nunca el no dejar de lado las implicaciones prácticas y tangibles del progreso científico. Si no lo hacemos, quién sabe cuánto tarde en desplomarse nuestra torre de Babel.

    La autora es estudiante de Ingeniería en Biotecnología


    Responsable
    Ernesto Diez Martínez Guzmán

    Comentarios
    diez.martinez@itesm.mx

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