En el estado de Sinaloa, y particularmente en el municipio de Mazatlán, existen históricamente dos corrientes migratorias con características muy distintas: por una parte, los ciudadanos centroamericanos, que por razones económicas o de refugio, transitan por la entidad en busca de llegar a la Unión Americana. Y por otra, ciudadanos de Estados Unidos y Canadá que por razones de ocio y placer llegan a residir aquí.
La población estadounidense y canadiense que radica en Mazatlán no produce miedo o aversión, que es lo que significa en griego el vocablo Fobos, sino todo lo contrario: los mazatlecos nos esforzamos por atenderles en los hoteles, en las tiendas, en las playas, o en las agencias de bienes raíces. Que vuelvan es el deseo más extendido. Más bien tendríamos que de hablar del vocablo filia; de xenofilia, que significa amor y amistad hacia el extranjero. Hacia este tipo de extranjeros. Y es un comportamiento entendible, pues son personas que traen divisas a nuestra ciudad.
No obstante, la actitud frente a otros grupos y personas, como los refugiados o los migrantes pobres, que también llegan a Mazatlán es diferente. En este caso no se trata de extranjeros dispuestos a dejar dinero, sino que tienen otro perfil: los arrancan de sus hogares la violencia, el hambre, la miseria, se ponen en manos de mafias explotadoras y se transportan de manera clandestina al lomo de “La bestia”. Miles de ellos mueren en territorio mexicano y, para los que logran llegar a su destino deseado, permanentemente sufren de discriminación y/o de la incertidumbre de una posible deportación. Sus protagonistas son principalmente de Honduras, El Salvador y Guatemala.
Tanto en México, como en Estados Unidos, se les cierran las puertas, se levantan murallas alambradas, se impide el traspaso de las fronteras. Entre los mexicanos, el concepto de xenofobia creo no es aplicable en este caso, pues lo que produce rechazo y aversión no es que vengan de fuera, que sean de otra raza o etnia, pues aparentemente somos similares: morenos, hispanoparlantes, católicos; no molesta el que sean extranjeros, lo que molesta es que sean pobres; parece que no pueden aportar algo positivo al Producto Interno Bruto. Por eso puede decirse que las agresiones y expresiones de odio no son actos de xenofobia, sino de aporofobia, es decir, de rechazo, de odio, aversión, temor y desprecio hacia el pobre.
El concepto de aporofobia fue construido etimológica y sociológicamente por la filósofa española Adela Cortina (2017). Para ella un término bien conocido actualmente es el de xenofobia, que significa rechazo, miedo u odio al extranjero; al que viene de fuera, al forastero. Sin embargo, se pregunta: ¿por qué los inmigrantes ricos no despiertan el sentimiento de rechazo?.
La aporofobia, dice ella, es un atentado diario, casi invisible, contra la dignidad, el bienestar de las personas hacia las que se dirige. Pero como actitud tiene un alcance universal: todos los seres humanos somos aporófobos, y esto tiene raíces cerebrales, pero también sociales, y por supuesto lo debemos evitar como sociedad.
Institucionalmente, pareciera que los migrantes pobres y/o refugiados son ajenos a derecho, pues son constantes y documentadas las agresiones verbales y físicas en su tránsito por territorio sinaloense, que en su mayoría quedan en la impunidad.
El discurso de odio es un rasgo también de la aporofobia, y es también tan antiguo como la humanidad. Consiste en cualquier forma de expresión cuya finalidad es propagar, incitar, promover o justificar el odio hacia determinados grupos sociales, desde una posición de intolerancia. Con este tipo de discursos se pretende estigmatizar a los pobres y abrir la veda para que puedan ser tratados con hostilidad.
Es cuanto...
Desde el Consejo Consultivo de la Comisión Estatal de los Derechos Humanos (CEDH) de Sinaloa, permanentemente hemos gestionado la atención humanitaria a migrantes de tránsito, así como también se han investigado de oficio los abusos de los que son víctimas, pero para asegurar el respeto a sus derechos, es importante que se involucre la ciudadanía; que conozcan las causas de la migración sur-norte, y evitar así también las agresiones simbólicas.