Otra vez escribo desde el hartazgo, desde el enojo.
No me gusta sentirme así ni escribir en este tono emocional que a tantos intelectuales y opinólogos molesta pero no me avergüenza, me avergonzaría no sentir nada, refugiarme en la indolencia.
Cierro los ojos. Concibo estas imágenes en cualquier otro lugar, en cualquier otro tiempo.
Jóvenes desaparecidos. Restos encontrados en tiraderos de basura. Cabezas cercenadas, rostros desollados. Jóvenes cosidos a balazos por error, levantados afuera de una secundaria por tener apariencia de delincuentes, apariencia de piel morena, estatura baja: la genética de la pobreza generacional.
Jóvenes disueltos en ácido. Y me digo que esas imágenes sólo pueden encajar en las guerras más crueles, las literarias, las legendarias, las de la historia que cuenta la parte más hija de puta de la humanidad; la que considera daño colateral y merma social la muerte de quienes nacen en el segmento social, el entorno y el momento equivocado.
Hace unos días nos informaron que Javier Salomón Aceves Gastélum, Daniel Díaz y Marco Ávalos, los tres estudiantes de cine desaparecidos en Tonalá, fueron asesinados y sus cuerpos disueltos en ácido por estar en el lugar equivocado, fueron confundidos entre bandos del narco.
Y como no hay cuerpos, porque según el dicho de la Fiscalía General de Jalisco fueron disueltos en ácido, debemos creer lo que nos dicen, las pruebas también se desintegraron. Dicen.
Si es mentira me aterra pensar que semejante aberración puede cubrir una verdad aún más escalofriante. Pero podría ser. Porque esto es México.
Hay muchos responsables, muchos coludidos, muchos intereses inconfesables en medio de esta tragedia pero hay también un origen que viene del matrimonio más jodido de cuantos existen: es el que forman la pobreza y la corrupción.
Los veintidós gobernadores involucrados en desvíos de dinero durante el sexenio de Peña Nieto están sospechosamente cerca del narco que infiltra sus gobiernos municipales, sus funcionarios de nivel más bajo en el organigrama.
Pero esos gobernadores y los titulares de las secretarías y sus particulares y toda la dinastía de políticos voraces siguen cobrando sus salarios oficiales y los no oficiales, desayunando en sofisticados restaurantes, proyectando su carrera política y asegurando el próximo cargo que ostentarán cuando terminen con este.
Y la pobreza —porque los recursos para combatirla salen por la puerta grande de La Estafa Maestra y sus más de 7 mil millones de pesos desviados en este sexenio— sigue dejando a los municipios más jodidos del país sin escuelas, sin agua potable, sin pavimento, sin electricidad.
Sigue dejando a los jóvenes sin más alternativa que formarse en las filas del narco o de los campos de amapola (precursora del opio) y les pone un arma en la mano que termina asesinando a otros jóvenes como los 43 de Ayotzinapa o los 3 estudiantes de cine. Como aquellos 31 adolescentes desaparecidos en Cocula, como los sin nombre que se pudren en los cientos de fosas que albergan mochilas, playeras y cuerpos dolorosamente jóvenes, de escasos veinte años.
Es demencial. Es aterrador. De eso es de lo que yo tengo miedo. Del sistema perfectamente engranado que deriva en esto.
La fórmula pobreza más corrupción más impunidad, siempre será garantía de tragedia. Y las tragedias serán cada vez más alucinantes y dolorosas.
Hace cuatro años, cuando recién nos enterábamos de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, estuvo en México el escritor y dramaturgo Wajdi Mouawad; cuando supo lo que ocurría, dijo esto:
“Me sorprende mucho cuando escucho a los jóvenes decir que no se sienten listos para hacer tal o cual cosa. Es como escuchar la palabra de alguien que fue tragado por una bestia. ¿Por qué me siento así? Porque los 20 años es la edad de los héroes, los griegos, por ejemplo, tenían 20 años cuando realizaron sus grandes hazañas. En la mitología los héroes tenían 20 años.
Cada época inventa la manera de asesinar a sus jóvenes. En la Primera Guerra Mundial murieron millones con una edad promedio de 23 años de edad; hoy es la crisis, el ‘no estás listo para vivir’, es el ‘tienes que seguir preparándote’. Me indigna, es como una estafa económica, política”.
Los muertos y desaparecidos de la administración de Enrique Peña Nieto tienen una edad promedio de 25 años.
Yo no tengo hijos, pero muchos de ustedes sí, y también tienen nietos, y tenemos sobrinos y una deuda como especie y como sociedad. Y el amor a un país y a una sangre y una dinastía que cuidar. ¿Vamos a seguir entregando a nuestros jóvenes a las fauces de esta bestia insolente que se los traga sin consecuencia alguna?
Perdonen el acento desesperado de mi texto pero es que no puedo con la idea de que esto es normal y responder de un modo ecuánime. Nada más no puedo.