Mi abuela, era una mujer de su tiempo
y se fue en el tiempo de las mariposas,
supo morir,
le sonrió a la vida
y le sonrió a la muerte,
y quedó su sonrisa
dibujada en su cara.
Era una mujer verdaderamente hermosa
de blanca piel, con alargados dedos
que sabían tocar la mandolina
y plasmar sobre el lienzo los colores.
Ella se fue sonriendo,
dejándole el turno a mi madre
y mi madre me lo ha heredado a mí.
Cuando me llegue el tiempo,
mi pasaporte tendrá el último visado
del país del silencio
con sus calles de olvido,
entonces seré la abuela
y de mí hablarán, supongo,
alguno de mis nietos.
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