México y sus demonios

    La reforma judicial se presenta como una panacea, una solución mágica a los problemas del sistema judicial mexicano, pero cuando se examina más de cerca se revela como una amenaza a la independencia judicial y al equilibrio de poderes.

    Carl Sagan, en su libro El Mundo y sus Demonios, advertía sobre los peligros que enfrenta una sociedad cuando abandona el pensamiento crítico en favor de la superstición. En este sentido, la reforma judicial que promueve la elección popular de jueces, magistrados y ministros no es más que un eco de esas supersticiones que Sagan tanto temía. Se presenta como una panacea, una solución mágica a los problemas del sistema judicial mexicano, pero cuando se examina más de cerca, se revela como una amenaza a la independencia judicial y al equilibrio de poderes.

    El humo de la reforma judicial

    La idea de que el voto popular pueda garantizar justicia y equidad es tan atractiva como errónea. En la superficie, puede parecer que la elección directa de jueces por parte del pueblo fortalecería la democracia, pero en realidad, politizar el Poder Judicial erosiona sus cimientos. La independencia judicial no es sino una necesidad. Sin esta independencia, los jueces se convierten en meros actores políticos, más preocupados por satisfacer al electorado que por aplicar la ley con imparcialidad.

    Desde su concepción, el Poder Judicial ha sido diseñado para ser un contrapeso, una fuerza independiente capaz de equilibrar las ambiciones del Ejecutivo y el Legislativo. Sin embargo, la reforma propuesta altera esta arquitectura. Al convertir la elección de jueces en un proceso de popularidad, corremos el riesgo de que las decisiones judiciales ya no se basen en la justicia o el derecho, sino en la demagogia y las preferencias de una mayoría circunstancial.

    Una reforma impulsada por la emoción, no por la razón

    El contexto político actual en México está marcado por una retórica populista que apela a las emociones y las lealtades políticas, más que a un análisis riguroso de las implicaciones. Se promueve una visión reduccionista del poder y se ofrecen soluciones simplistas a problemas complejos. La promesa de que el voto popular resolverá las ineficiencias del sistema judicial es, en esencia, una superstición moderna. Al igual que las supersticiones que Sagan criticaba, esta idea pasa por alto las verdaderas causas de los problemas que intenta resolver.

    La politización del Poder Judicial amenaza con convertirlo en un teatro político. Las decisiones que deberían basarse en la ley, en el derecho y en el conocimiento técnico, ahora estarían subordinadas a la popularidad y las preferencias del electorado. Esta no es una democracia más fuerte, es una democracia más frágil.

    El Senado y la traición a la República

    Los últimos acontecimientos en el Senado mexicano son testigos de cómo esta reforma ha sido empujada sin un debate sustancial ni una reflexión crítica. La aprobación de la reforma se ha visto empañada por traiciones políticas, como la inesperada deserción de Yunes, quien traicionó su promesa de oponerse a la politización del Poder Judicial. Además, las manifestaciones en contra de la reforma han sido reprimidas con fuerza, culminando con la desaparición de figuras clave como el Senador Barreda y la irrupción de manifestantes en el Senado, que exigían ser escuchados en un proceso que, para muchos, carece de legitimidad.

    A nivel internacional, la reforma ha generado reacciones de alarma. Países como España y Canadá han expresado su preocupación por la erosión de las instituciones democráticas en México, mientras que organizaciones de derechos humanos han advertido sobre el peligro de politizar un poder que debería permanecer imparcial y alejado de las dinámicas partidistas.

    Resiliencia democrática

    Carl Sagan nos advirtió sobre los peligros de abandonar el pensamiento crítico en favor de soluciones mágicas y supersticiones políticas. Cuando una sociedad lo hace, pierde su capacidad de autogobernarse de manera justa y racional. Hoy, México se encuentra en ese umbral. Si no resistimos la tentación de las soluciones fáciles, podríamos encontrarnos pronto en un país donde la justicia ya no es un derecho, sino una herramienta política al servicio de los poderosos.

    El Senado ha tenido en sus manos la oportunidad de preservar la independencia del Poder Judicial, pero al parecer, ha optado por seguir el camino de la superstición. El futuro de nuestra república depende de que volvamos a abrazar la razón, antes de que las llamas de la autocracia consuman todo lo que hemos construido.

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    El autor es especialista en materia político-electoral, comunicación política e innovación

    @RobertHeycherMx

    Animal Político / @Pajaropolitico

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