México y Brasil

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    Hay lecciones que puede aprender México porque la gestión de Bolsonaro tiene similitudes a las de un México con un Presidente de distinta ideología. Bolsonaro y López Obrador comparten un pésimo manejo de la pandemia, la promoción de la polarización, la descalificación de las autoridades electorales, la poca disposición al diálogo y una narrativa de desempeño que no se sostiene en la realidad.

    Las elecciones de otros países pueden y deben ser lecciones para las propias. Brasil las tuvo el domingo pasado y bien vale analizarlas pensando en la democracia mexicana.

    Antes que nada, está claro que las encuestas pueden “fallar”. Aún las muy cercanas al día de la elección. Siempre pueden ocurrir cambios de parecer, hay voto oculto y es prácticamente imposible predecir el comportamiento de los indecisos. Apenas unos días antes de la elección, la coalición de izquierda moderada, que encabezan el PT y el ex Presidente Lula, llevaba una ventaja declarada de entre 10 y 15 puntos porcentuales frente al actual Presidente derechista, conservador y autoritario que pretende reelegirse. El resultado final fue de apenas un 5 por ciento de diferencia. Bolsonaro perdió en la primera vuelta pero Lula no lo pudo derrotar para no ir a la segunda vuelta. Un triunfo con sabor amargo.

    Los brasileños irán de nuevo a las urnas el próximo 30 de octubre y hoy nadie se atreve a predecir el triunfo de Lula de manera tan contundente como se hizo antes del 2 de octubre.

    Hay lecciones que puede aprender México porque la gestión de Bolsonaro tiene similitudes a las de un México con un Presidente de distinta ideología. Bolsonaro y López Obrador comparten un pésimo manejo de la pandemia, la promoción de la polarización, la descalificación de las autoridades electorales, la poca disposición al diálogo y una narrativa de desempeño que no se sostiene en la realidad.

    Bolsonaro habló y sigue hablando del desarrollo sostenible, pero ha promovido en los hechos la destrucción de la Amazonia, llegó a la Presidencia con la bandera de la corrupción rampante de los gobiernos anteriores pero la suya no es mejor (Brasil obtuvo tan solo 38 puntos en el último Índice de Percepción de la Corrupción), prometió bienestar y hoy hay más pobreza, en su discurso se privilegian los derechos humanos y las violaciones a los mismos han crecido, su gobierno ha gastado miles de millones de reales en subsidios y transferencias pero su efectividad ha sido decepcionante, ofreció crecimiento pero entregó malas cuentas (el crecimiento de 4.6 por ciento en 2021 ayudó a Bolsonaro, pero vino después de una caída de 4 por ciento en 2020). En suma, no hay políticas públicas ni indicadores que sostengan el discurso del todavía Presidente de Brasil.

    Lo mismo le ocurre a López Obrador: lejos de promover las energías limpias las ha boicoteado y lejos de cuidar la ecología la ha devastado, el Índice de Percepción de la Corrupción es aún peor que el de Brasil (31 puntos), el número de pobres se ha incrementado, las transferencias y subsidios se llevan una buena tajada del presupuesto pero el bienestar no mejora y el crecimiento económico nunca llegó. Al igual que en Brasil, no hay políticas públicas ni resultados que sostengan el discurso.

    Después de una gestión bastante desastrosa, de comportamientos políticos que atentaron contra la democracia y de la paulatina pérdida de popularidad en las encuestas de preferencia electoral, Bolsonaro intentó montar una doble estrategia para mantenerse en el poder: polarizar más a la sociedad y desacreditar la imparcialidad de la autoridad electoral.

    Al PT de Lula y Dilma lo reventaron los grandes escándalos de corrupción y la crisis económica (2014) que siguió a los avances paulatinos que logró Brasil desde 2003 cuando Lula llegó por primera vez a la Presidencia. Supongo que hay quienes todavía se acuerdan de eso. A Bolsonaro lo persiguen sus fracasos. Y el domingo los brasileños mostraron su desengaño. Pero la sociedad está dividida. Como dice The Economist, en algún momento de la contienda, el 38 por ciento de los brasileños declaró no querer ni a Bolsonaro ni a Lula, pero no había de otra.

    La buena noticia es que Bolsonaro no hizo buena la promesa de desconocer a las autoridades electorales en esta primera vuelta. La mala es que persiste el fantasma de que lo haga si la segunda vuelta resulta muy cerrada.

    En todo caso, si Lula llega a la Presidencia -ojalá lo haga porque ha prometido no ahondar la polarización y porque ha demostrado creer en la democracia- lo hará muy acotado. Bolsonaro dominará la Cámara de Diputados y tendrá una posición cómoda en el Senado además de tener en la bolsa a la mayoría de las gubernaturas.

    El jueves 29 de septiembre, Leonardo Kourchenko escribió en El Financiero un espléndido artículo que tituló Cueste lo que cueste. En él, hacía referencia a una reunión de López Obrador con sus huestes en la que el Presidente habría afirmado que había “que hacer todo lo que sea necesario para conseguir la victoria” y que “tendrían que hacer lo necesario para conseguir el resultado”.

    Con todas las similitudes recién descritas, ojalá y ésta no sea una de ellas.