México de pie defiende la democracia. La gente marchó, pese a políticos viles

OBSERVATORIO
    Miles de personas en defensa de la democracia escenificaron, otra vez, el paradójico papel de emancipar independencias ya ganadas que el gobierno con origen en la izquierda política debiera blindar, fortalecer y defender hasta con la vida del Estado mismo. Retazos multiplicados de la defensa pacífica de aquello que resulta deshecho por la violencia de la palabra que intenta criminalizar a una parte del pueblo bueno que determinó arrancarse ya el yugo del autoritarismo

    Las numerosas concentraciones de personas que defendieron en Culiacán, Mazatlán, Guasave y Los Mochis la autonomía del Instituto Nacional Electoral dan cuenta de la historia diferente que está escribiendo la ciudadanía sin que interfieran los “otros datos” que la narrativa presidencial construye en menoscabo de la reconciliación mexicana. Ni más ni menos se oyó el ultimátum popular de “los hacemos responsables” a quienes osen distorsionar la esencia independiente del voto queriendo regresarlo a la arbitrariedad del fraude.

    Ocurrió ayer que, para una sociedad dispuesta a defender las libertades, salir a la calle se ha vuelto costumbre porque espolear el pavimento mediante miles de pasos y taladrar los oídos de la sociedad con gritos unánimes también constituye la única manera de dialogar con los intolerantes, los que han dividido a México hasta que tenga más fracturas que esperanzas. Cuando el pódium gubernamental es megáfono de insultos, descalificaciones y despedazamientos, la vía pública facilita los altavoces que desagravian, reivindican y reconstruyen.

    En Sinaloa, no obstante la visible presencia de personajes políticos, ciudadanizados o de partidos, predominó la mayoría cívica en amparo del árbitro comicial, al que no se le toca en su imprescindible neutralidad. “Todos somos INE”, “Este es el plan C de ciudadanos”, “Plan B de Morena, manual para hacer trampa”, “Ahomenses unidos venceremos el autoritarismo” y otras proclamas transformaron a un domingo cualquiera en día en pie de lucha.

    Las marchas en más de 100 ciudades del País, en rechazo a la mini reforma electoral de Andrés Manuel López Obrador, conocida como Plan B porque el Presidente la sacó de la chistera llamada Cuarta Transformación cuando no logró mayoría calificada su iniciativa de reforma constitucional para atrasar al Instituto Nacional, volvieran a funcionar como los contrapesos y equilibrios ciudadanos contra el régimen absolutista.

    Miles de personas en defensa de la democracia escenificaron, otra vez, el paradójico papel de emancipar independencias ya ganadas que el gobierno con origen en la izquierda política debiera blindar, fortalecer y defender hasta con la vida del Estado mismo. Retazos multiplicados de la defensa pacífica de aquello que resulta deshecho por la violencia de la palabra que intenta criminalizar a una parte del pueblo bueno que determinó arrancarse ya el yugo del autoritarismo.

    Presenciamos el choque frontal dentro de un mismo México que reclama con sentido de urgencia la moderación de la ofensa como arma institucional contra el disidente, y la escucha de la advertencia proveniente del segmento que ve a la Nación en ruta directa hacia el colapso político, económico y social. Aquel diálogo de sordos que a la Patria le ha costado el sacrificio de muchas vidas inocentes, como las masacres de Tlatelolco en 1968 y de Ayotzinapa en 2014.

    Hoy no faltan quienes les soplen a esas cenizas de bestialidad añorando fuegos que están apagados. “Son trasnochados que no quieren que se hable de la culpabilidad de Genaro García Luna y de la responsabilidad de Felipe Calderón y sus ligas con el crimen organizado”, le susurra a la contraparte de la marcha el Secretario de Gobernación, Adán Augusto López, a quien le corresponde hacer desde el cargo la tarea de distensión, no la de la azuzar para que el País sea incendiado. “Lo que la derecha quiere gritar es que Felipe Calderón y García Luna no se tocan, la corrupción no se toca, y el influyentismo no se toca”, abonó Mario Delgado, dirigente de Morena.

    El Gobierno federal usó todas sus posibilidades propagandísticas, costeadas con recursos públicos, para endosar a los marchistas la etiqueta de defensores de García Luna, el ex Secretario de Seguridad Pública en el sexenio de Felipe Calderón que fue hallado culpable por una Corte de Brooklyn, Estados Unidos, de la narcopolítica mexicana. Toda la fuerza de la Federación, inclusive hasta la de la esposa del Presidente, Beatriz Gutiérrez Müller, para estigmatizar la movilización.

    Y pese a todo el vigor ciudadano pudo más. La pujanza cívica incapaz de intimidarse frente a la defensa del “Plan B” orquestada desde Palacio Nacional, las enormes mantas colocadas para manchar la movilización con el caso García Luna; la gente que decidió no amilanarse por la debacle interna de los partidos como Acción Nacional que toca fondo con la referencia de la grotesca narcopolítica en el calderonismo, o los más recientes estertores del Revolucionario Institucional cuyo líder, Alejandro Moreno, Cárdenas está imposibilitado a defender la democracia cuando ataca a ésta al interior del PRI.

    Resalta entonces la nueva batalla desde la trinchera social. “Si el INE desaparece, la dictadura aparece”, “De blanco o de rosa, el INE no se toca”, “No somos narcos, somos ciudadanos. Mi voto no se toca”, “Defendamos nuestra democracia”, “Ya vamos llegando y ‘El Peje’ está temblando”, fueron los gritos en el Zócalo de la Ciudad de México, el mejor termómetro de los estados de ánimo en la tierra azteca.

    Fue la extinción del soliloquio de la versión oficial única e incuestionable, y el resurgimiento del vozarrón colectivo como el parlamento de los mismos que hace casi cinco años soñaron el cambio y en los hechos reciben igual gatopardismo de los regímenes priista y panistas.

    Reverso

    Se activan las convicciones,

    Cuando ante una amenaza,

    El pueblo entero se abraza,

    Para defender sus bastiones.

    Al ras de la violencia

    La observación recóndita de la segunda marcha nacional de “El INE no se toca” permite detectar que las actitudes y formas de la protesta proceden a caldearse entre los dos extremos de esta lucha que registró empujones, conatos de pleitos, agresiones a periodistas, provocaciones y actitudes en general al filo del encontronazo. ¿Quién aportará la necesaria cordura antes de que los fanatismos lleven a consecuencias muy lamentables? A ver quién se apunta para la sensatez.