LUPA 1425 de Juan Ignacio González Íñigo.
10. A medida que la mentira se ha ido reconociendo como un rasgo humano profundamente arraigado, los investigadores de las ciencias sociales y los neurocientíficos han tratado de esclarecer la naturaleza y las raíces de este comportamiento. ¿Cómo y cuándo aprendemos a mentir? ¿Cuáles son los fundamentos psicológicos y neurobiológicos de la deshonestidad? ¿Dónde está el límite para la mayoría de nosotros? Los investigadores están aprendiendo que somos propensos a creer algunas mentiras incluso cuando se contradicen inequívocamente con pruebas claras. Nuestra propensión a engañar a los demás y nuestra vulnerabilidad a ser engañados son especialmente importantes en la era de las redes sociales. Nuestra capacidad como sociedad para separar la verdad de la mentira está bajo una amenaza sin precedentes.
11. Al igual que aprender a caminar y a hablar, mentir es una especie de hito (indicador) en el desarrollo. Aunque los padres suelen considerar preocupantes las mentiras de sus hijos, Kang Lee, psicólogo de la Universidad de Toronto, considera que la aparición de este comportamiento en los niños pequeños es una señal tranquilizadora de que su crecimiento cognitivo va por buen camino. Para estudiar la mentira en los niños, Kang Lee y sus colegas utilizan un sencillo experimento. Piden a los niños que adivinen la identidad de los juguetes ocultos a su vista, basándose en una pista sonora. Para los primeros juguetes, la pista es obvia -un ladrido para un perro, un maullido para un gato- y los niños responden fácilmente. Luego, el sonido reproducido no tiene nada que ver con el juguete. “Así que se toca Beethoven, pero el juguete es un coche”, explica Lee. El experimentador sale de la habitación con el pretexto de hacer una llamada telefónica -una mentira en aras de la ciencia- y pide al niño que no mire el juguete. Al volver, el experimentador le pregunta al niño: “¿Has mirado o no?”
12. La mayoría de los niños no pueden resistirse a mirar, según cámaras ocultas. El porcentaje de niños que miran y mienten depende de su edad. Entre los transgresores de 2 años, sólo el 30 por ciento falta a la verdad. Entre los de 3 años, el 50 por ciento miente. Y a los 8 años, cerca del 80 por ciento afirma que no ha mirado. Los niños también mejoran su capacidad de mentir a medida que crecen. Al adivinar el juguete que miraron en secreto, los niños de 3 y 4 años suelen soltar la respuesta correcta, sin darse cuenta de que eso revela su transgresión y su mentira. A los 7 u 8 años, los niños aprenden a enmascarar sus mentiras dando deliberadamente una respuesta errónea o intentando que su respuesta parezca una suposición razonada.
13. Los niños de 5 y 6 años se sitúan en un punto intermedio. En un estudio, Lee utilizó el dinosaurio Barney como juguete. Una niña de 5 años que negó haber mirado el juguete, que estaba escondido bajo una tela, le dijo a Lee que quería sentirlo antes de adivinar. “Así que puso la mano debajo de la tela, cerró los ojos y dijo: ‘Ah, sé que es Barney’”, cuenta Lee. Le pregunté: ‘¿Por qué?’. Me dijo: ‘Porque se siente púrpura’. Lo que impulsa este aumento de la sofisticación de la mentira es el desarrollo de la capacidad del niño para ponerse en el lugar de otra persona. Conocida como teoría de la mente, es la facilidad que adquirimos para comprender las creencias, las intenciones y los conocimientos de los demás. También es fundamental para la mentira la función ejecutiva del cerebro: las habilidades necesarias para la planificación, la atención y el autocontrol. Los niños de 2 años que mintieron en los experimentos de Lee obtuvieron mejores resultados en las pruebas de teoría de la mente y función ejecutiva que los que no lo hicieron. Incluso a los 16 años, los niños que eran buenos mentirosos superaban a los malos mentirosos. Por otro lado, los niños del espectro autista -conocidos por su retraso en el desarrollo de una sólida teoría de la mente- no son muy buenos mintiendo.