Los estudiantes de la generación 1979-1983, de la carrera de Ingeniería Industrial-Mecánica del Tecnológico de Culiacán, me hicieron el favor de designarme como su padrino. En la ceremonia correspondiente, pronuncié el discurso que transcribo a continuación, pues lo considero de interés para los lectores de El Universal.
El compromiso que siento que tenemos los que aceptamos “apadrinar una generación” es aquel de establecer una fecunda relación humana con los jóvenes. Seguirlos frecuentando y preocuparse, en cierta forma, por el desempeño de su vida profesional.
Además, nuestra conducta a seguir debe ser de gran probidad moral y eficacia en nuestro quehacer para no defraudar a aquellos quienes por alguna razón nos eligieron como testigo de su recibimiento.
Quiero, pues, dejar aclarado a ustedes quince jóvenes que mi deseo es ser su amigo; convivir y saber de sus anhelos y esperanzas, con mente abierta que me permita dejarme influir por ustedes y, por contraparte, ser vehículo para que comprendan la importancia que puede tener el formar parte del sector productivo de la país: la empresa.
En nuestro país, la empresa ha sido atacada y difamada. Se ha pretendido identificarla exclusivamente con los dueños, sin comprender que esta es una comunidad de vida y de trabajo que proporciona bienes y servicios a la sociedad al mínimo costo, cuando se le deja vivir en una economía social de mercado.
Es, además, por ser comunidad de vida y trabajo, el lugar donde se conjugan los anhelos y esperanzas: el trabajo y la productividad de los trabajadores, los mandos intermedios de los directivos y hasta de los accionistas o dueños.
Aquellos que enfermizamente creen en la lucha de clases que divide y destruye; y piensan en la destrucción para después construir sobre las ruinas, están muy equivocados.
El mejor lubricante de cualquier economía es la concordia y la paz, entendida esta última como tranquilidad en el orden donde debe imperar la justicia y la equidad para todos.
Así, pues, en lugar de hablar de lucha de clases hablemos de la lucha que debemos efectuar contra la injusticia y la marginación, contra la apatía y el desorden.
Recordemos esa hermosísima palabra que debemos procurar, que dice tanto y los manipuladores del ser humano han prostituido: solidaridad.
Solidaridad significa lo contrario de la lucha de clases, implica la posibilidad de conjuntar las voluntades por encima de nuestras diferencias y a pesar de nuestras divergencias en aras de alcanzar un objeto superior.
No significa que seamos iguales o pensemos lo mismo, no quiere decir sometimiento de un sector a otro, pues eso sería algo abyecto lo cual es infecundo.
La solidaridad presupone que somos diferentes en pensamiento y en capacidades y, a pesar de ello, por ser seres racionales y pensantes, podemos y debemos conjuntar nuestras voluntades para hacer algo que nos permita crecer juntos.
Ésta es la esencia misma y razón de ser de la empresa, lograr la solidaridad entre sus integrantes para que todos y cada uno de ellos puedan realizarse en su trabajo y crecer como seres humanos; solo la empresa que logra la integración puede ser fecunda y productiva.
Recordemos el significado de productividad: hacer lo máximo con el mínimo esfuerzo y México está desesperadamente urgido de esto. ¿Cómo es posible que teniendo 10 mil kilómetros de costa rica en especies marinas y 3 mil de frontera con el mercado más grande del mundo; potencialmente 35 millones de hectáreas sujetas a cultivo que podrían darnos la autosuficiencia alimentaria, además de ser una de las potencias petroleras más grandes del mundo y tener enormes y vastísimas reservas de minerales como son oro, plata y uranio, estemos en quiebra como nación?
Nuestra deuda externa rebasa los 88 millones de dólares, cifra que es dos veces y media la que requirió el Plan Marshall para hacer la Europa devastada y destruida por la pasada guerra mundial.
Creo que es la lucha de clases o falta de solidaridad uno de los ingredientes principales que no nos permiten salir del subdesarrollo en que nos encontramos.
Recientemente, el cardenal Corripio Ahumada, arzobispo de México, dijo: “El cristiano lucha por el hombre, no contra los hombres”.
-Lucha por una sociedad en la que cada uno encuentre las oportunidades de ser más consciente, responsable y libre.
-Lucha por una sociedad en la que se unan las libres voluntades de todos y se conjuguen libremente las capacidades de todos para lograr el bienestar de la sociedad.
-Lucha por una sociedad en la que la economía sea un instrumento para el desarrollo del hombre y no un fin de la existencia. El cristiano busca la dignificación del hombre por el trabajo y la desaprobación de la lucha de clases.
-Lucha por una sociedad en la que la verdad sea la norma de las relaciones, la base de la confianza y la meta de la actividad política.
El otro concepto que quiero mencionar, por pensar que es el que expresa nuestras graves carencias, es la subsidiariedad. El objetivo de la educación debe ser formar personas independientes, libres y responsables de sus actos. Libertad y responsabilidad son términos correlativos. No se puede ser responsable sin ser libres y viceversa.
El paternalismo es el peor enemigo de la educación y el elemento que más castra a la sociedad. Hay un viejo refrán esquimal que dice: “Los esclavos se hacen con regalos como los perros del trineo se hacen con látigo”.
La subsidiariedad ha sido definida como cada quien al máximo de sus responsabilidades. También se ha dicho a este respecto que ninguna sociedad mayor tiene derecho a hacer lo que no pueda realizar una sociedad menor, porque estaría eliminando la iniciativa de ésta.
Trataré de poner un ejemplo: El niño a los dos años requiere de la madre para bañarlo y alimentarlo, pero a los veinte los padres que siguen haciendo lo mismo están destruyendo en vez de educando.
Lo mismo acontece en la universidad si en un lugar de exigirle al estudiante se le entregan las cosas hechas. Finalmente, la sociedad, a través del Estado paternalista, suple el quehacer de las personas para tenerlas sujetas indefinidamente.
A las personas se les debe dar libertad tanto como sea posible y ejercer sobre ellas sólo tanta autoridad cuanto sea necesaria, si queremos formar hombres libres y responsables. Y siguiendo este símil debemos procurar que haya tanta sociedad cuanto sea posible y sólo tanto gobierno cuanto sea necesario.
Éste es el principio de subsidiariedad que sirve para formar pueblos adultos y libres; difíciles de manipular y mangonear. Esta es la forma en que debemos educar a nuestros hijos y subalternos. Esta es la relación positiva entre gobernantes y gobernados.
Si ustedes y yo somos capaces de llevar una vida donde imperen estos dos principios de solidaridad y subsidiariedad, estaremos contribuyendo a formar un Culiacán más adulto, un México más justo, una sociedad más responsable.
Jueves 26 de enero de 1984