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"Opinión"

"Mareas del 2019"

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    SinEmbargo.MX

    Escribo estas líneas en las últimas horas del 2019, apenas unos días antes de que se termine. Camino a la casa donde recibiré el Año Nuevo, en la carretera, voy pensando en todo lo que ocurrió. Recorro mentalmente, mes tras mes, los acontecimientos que vivimos, que viví desde enero. Facebook me recuerda que desde diciembre del 2018 comenzaron a delinearse los problemas que aquejarían a la comunidad artística y cultural: la lucha por el presupuesto. Después, el inicio de las mañaneras, la militarización, los ataques del Presidente a sectores, instituciones, personas, que si nos lo hubieran contado, no lo hubiésemos creído. La decepción. No haré un recuento de todas las decepciones, allí están documentadas, en las columnas que escribí desde junio, una tras otra.

    Quizás como nunca, este año la política invadió nuestras vidas: si pensábamos que tras las elecciones podríamos volver a una vida política menos polarizada, sucedió todo lo contrario: este año descubrimos que el Presidente y sus funcionarios seguirían en campaña, atacando a sus adversarios, como si no fuesen el poder. También, que los “adversarios” no eran, estrictamente, políticos, sino “la sociedad civil” y entre ella, artistas, científicos, académicos, periodistas, defensores de derechos humanos que habían apoyado al Presidente en su larga carrera por la presidencia.

    Asimismo, descubrimos que la comunidad artística podía organizarse, que es capaz de resistir las arbitrariedades del poder. Como nunca, creadores que no solían estar relacionados pudieron vincularse por una meta en común. Actores, cineastas, bailarines, músicos, pintores, escritores. Tal vez no como nunca: en realidad, como solían hacerlo a través del FONCA en los encuentros de Jóvenes Creadores. Si algo ha hecho la institución a lo largo de su historia ha sido vincular a artistas de todas las disciplinas y de todo el país. O al menos solía hacerlo. Este año redescubrimos ese privilegio. Sí, escribí privilegio, porque la interlocución artística entre creadores de todo el país lo es. La conciencia que adquirimos este año nos ha puesto a platicar, reflexionar, organizarnos.

    Por supuesto, también la polarización que reina en el país, promovida centralmente por el poder presidencial, se ha manifestado entre artistas. Son los menos, ya casi inexistentes, pero todavía hay defensores a ultranza de la política derechista de la 4T: los que no se han cansado de denigrarse en sus muros de Facebook, sus cuentas de Twitter; parece que no encuentran el fondo. Empezaron defendiendo la militarización, atacaron a mujeres y niños asesinados, desprestigiándolos, a niños enfermos de cáncer, a mujeres desamparadas y terminaron el año defendiendo a Bartlett, como un “patriota”. Desprecian a la cultura y el arte y, sobre todo, comparten la idea, derechista y neoliberal, de que los ciudadanos no tienen derechos culturales. No dudaría que estos defensores murieran de intoxicación el año próximo: cuando la propaganda termine por asfixiar el poco oxígeno que les permite identificar los rasgos de la realidad.

    En cambio, los colectivos que este año surgieron aquí y allá son una esperanza. Esperemos que en los años por venir la organización, el diálogo y la solidaridad florezcan frente a un escenario político profundamente adverso para la cultura y el arte del país.

    Pienso también en otros hechos que marcaron el 2019: las protestas de mujeres feministas. Dos movimientos surgieron. El primero, una adecuación mexicana del movimiento virtual #Metoo y después, un movimiento en las calles contra la violencia sexual y feminicida que se encontró con el fenómeno del performance “Un violador en tu camino” de las chilenas Las Tesis. Forman parte de una misma conciencia feminista cada vez más extendida, pero no son lo mismo. Si las protestas en las calles de los últimos meses señalaron directamente al Estado como feminicida evidenciando la brutal violencia que padecen niñas y mujeres en este país, violadas y asesinadas impunemente, el movimiento #Metoo no se ocupó de esta violencia, ni de evidenciar la rabia y el miedo que significa para mujeres de todos los estratos sociales, agudizado en las mujeres pobres, vivir en este país, ocupar el espacio público. Si el movimiento en las calles escribió, valientemente, sobre monumentos históricos “México feminicida”, mientras se rociaba con brillantina morada al jefe de la Policía, el #Metoo usó a las redes sociales como tribuna para el linchamiento mediático a través de denuncias anónimas, algunas falsas, incluso. Personas fueron sometidas al escarnio público sin ninguna consideración ética. Lo mismo se mintió para generar repudio social y perjudicar a algunos hombres, que para acceder a privilegios por medios ilegítimos: rivalidades profesionales, venganzas sentimentales, abusos reales. La mezcla irresponsable devino en el trágico suicidio del músico Armando Vega Gil y en el daño, totalmente injustificado, sobre personas sometidas a juicios sumarios y calumnias.

    Muy lejos de éste, con un enorme poder subversivo, surgiría después y en consonancia con las marchas, casi al final del año, el performance de Las Tesis, que se convirtió en una especie de himno a la causa de las mujeres en el mundo: centró su atención en el diagnóstico profundo de la violencia y creó un espacio para todas, mientras señalaba al Estado como el violador.

    Su aparición, junto con las protestas surgidas en países latinoamericanos como Chile, México y Argentina, contra la violencia sexual y feminicida, ya lo he escrito antes, son lo mejor del año que terminó. Suficiente para tener esperanza en el año que comienza.