En la entrada las banderas de la Unión Europea y de Venecia ondeaban empapadas de sangre. A lo largo de los lúgubres y desolados pasillos se podían escuchar los sonidos de una escena, cualquiera, en la que la violencia es protagonista; el olor a podrido y la sensación de abandono y soledad marcaban un nuevo sentido del arte. Sábanas viejas y llenas de líquidos orgánicos colgaban de las paredes, lucían bordados con frases espeluznantes como “así terminan las ratas”. En elegantes vitrinas se exhibían joyas incrustadas con vidrios recogidos en alguna balacera. Cada día, durante seis meses, el piso fue lavado con agua mezclada con sangre de las víctimas del crimen organizado; a la salida regalaban tarjetas, idénticas a las que se utilizan para picar cocaína, con la imagen de los restos de una persona involucrada en el tráfico de drogas.
¿De qué otra cosa podemos hablar?, fue el título del pabellón de México para la edición 53 de la bienal de Venecia en 2009. Un escándalo. Gran parte de la crítica se manifestó en contra de que el arte se convirtiera en denuncia. Era impensable la idea de que nuestro país figurara delante del mundo como una nación representada por lo abyecto, por la anomalía y por el dolor de una sociedad que sufre las consecuencias de la guerra contra el narco. Les costó el puesto a varios funcionarios de la cultura. Teresa Margolles (Sinaloa, 1963) logró su propósito: atraer la atención de una forma inusual y artística hacia los acontecimientos que ocurren todos los días en nuestro país.
Años atrás, en 1973, Sarah Ann Ottens, estudiante de enfermería de la universidad de Iowa, como miles de mujeres en nuestro país, fue brutalmente violada y asesinada. Ana Mendieta (Cuba, 1948- Nueva York, 1985), llevó a cabo Rape Scene, un performance sin precedente: después de citar a un grupo de amigos en su habitación de la universidad, la artista se colocó desnuda y cubierta con sangre sobre una mesa emulando la escena vivida por Sarah. El destino de Mendieta no sería más amable, años después cayó al vacío desde el piso 34 de su departamento en Manhattan; el único testigo fue su pareja, el artista Carl Andre. A pesar de las sospechas en su contra, tenía arañazos en la cara y los vecinos habían escuchado los gritos de pleito de la pareja, Andre fue declarado inocente. En 2015 se llevó a cabo una retrospectiva del artista en Día Beacon. Un colectivo de más de sesenta mujeres, entre ellas muchas artistas, acudieron a este centro de peregrinaje artístico y lloraron sobre las piezas exhibidas del artista.
En 1985 el MOMA (Museo de Arte Moderno) de Nueva York, llevó a cabo una exposición en la que se rendía homenaje a 169 artistas, de las cuales solo trece eran mujeres. Durante la apertura de la exposición, fuera de las instalaciones, un grupo con máscaras de simios se manifestó. Se hicieron llamar Guerrilla Girls y gritaron su enojo y frustración en contra de un sistema que respaldaba (y sigue respaldando), solo a artistas hombres y blancos, y no ofrecía espacios a las minorías. En 1989 el mismo grupo colocó un irónico póster a la entrada del Museo Metropolitano: la reproducción de La Gran Odalisca de Ingres acompañada de un texto: “¿Tienen las mujeres que estar desnudas para entrar en el Met Museum? Menos del 5% de los artistas en las secciones de Arte Moderno son mujeres, pero un 85% de los desnudos son femeninos”.
En 2017 el colectivo Tercerunquinto, formado por los artistas Gabriel Cázares y Rolando Flores, exhibió Doble Fondo en proyectos Monclova, la galería que los representa. Se trata de una serie de lienzos abstractos bellísimos que en sutilmente contienen un ejercicio de conservación, específicamente de memoria pública y política. En realidad, esos lienzos eran los paños utilizados en la remoción de pintas y grafiti encontrados en áreas públicas. Esta labor de deconstrucción se exhibió junto a un archivo con el registro y fotografías de la frase original escrita en el muro. Cada cuadro era una metáfora de la voz olvidada, silenciosa y anónima que en un momento dado manifestó su rabia y frustración.
Hace unos días, miles de mujeres, jóvenes en su mayoría, se manifestaron en contra del maltrato, la violación y el asesinato de otras mujeres. Las cifras mencionadas muestran el horror de un país en el que no existe protección alguna contra los crímenes de género. Llegaron juntas hasta el Ángel de la Independencia (que por cierto es una Niké alada a la que debería de nombrarse en femenino). Ahí, con una rabia entendible, muchas de ellas vandalizaron el monumento.
La reacción inmediata fue atacar o defender este acto. Los que están a favor se declararon solidarios con el desahogo de las mujeres que nunca han sido escuchadas y acusaron de misoginia a los que se opusieron, ¿cómo defender un monumento en contra de la vida de una mujer?, ¿es más importante una piedra que el dolor de una pérdida en manos de un violador, un asesino, un abusador? Los que se pronunciaron en contra de la vandalización cuestionaron la validez de un acto destructivo a pesar de la legitimidad del reclamo.
La discusión se prolongó a través de las redes. Quienes están a favor lo expresaron de inmediato con su foto de perfil bañada en rosa. Han pasado los días y la discusión ha ido bajando de tono. Hasta hoy, a raíz de los eventos del Ángel, no me ha tocado ver respuestas artísticas relacionadas a los eventos. Hay quien pide que las pintas queden como un registro de las acciones, una presencia que crearía consciencia.
Al emprender cualquiera de sus acciones artísticas Margolles, Mendieta, Guerrilla Girls, Tercerunquinto sabían que no necesariamente se puede cambiar la realidad de un mundo rebasado por la violencia. Sin embargo, a través de sus obras, nos han brindado la posibilidad de que un acto doloroso sea transfigurado en arte trascendiendo lo inmediato. Gracias a muchos artistas hoy, al entrar en un museo, galería, feria o exposición, podemos experimentar, entre muchas obras que nos deleitan y complacen en su contemplación, trabajos que nos obligan a pensar el mundo desde otro lado, a participar e involucrarnos con acontecimientos que de otra forma pasarían inadvertidos. La naturaleza del artista es manifestar las emociones y sentimientos utilizando como medio el arte, el poder de creación se opone y vence la indiferencia y el olvido. El arte, cuando lo es de verdad, se transforma en un acto de rebeldía infinito, sin límites; construye realidades inusitadas, antes jamás concebidas. Quedan inscritas en la materia como un acto de valor en construcción eterna.
¿Cuál será el aporte de los artistas ante la dolorosa tragedia que estamos viviendo?
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