¿Cómo veríamos hoy a Ludwig Van Beethoven si a su Sinfonía Heroica no le hubiese quitado el título de Sinfonía Napoleón?
Sí, así se llamaba. El gran renovador de la música sinfónica admiraba al arriesgado oficial de artillería francés, luego a elevado cónsul, que se erigía como también renovador de Europa, sin más impulso que su voluntad e ideales.
Eran las primeras veces en las que un hombre normal lograba cambiar la vida de sus compatriotas, gracias a un mérito ajeno a su nacimiento en una familia aristocrática.
Cuando Bonaparte se convirtió en Emperador, el joven compositor alemán de ideas liberales rompió en cólera al saber que su héroe y ejemplo, el Che Guevara de su época, en vez de representar los ideales democráticos, ahora se alzaba en un reyezuelo más, pero con la pompa y los laureles de un recargado rey sol.
Beethoven era ya una figura emergente y su Sinfonía Heroica prefiguraba un asunto musicalmente revolucionario que a algunos contemporáneos les pareció tan raro como oír hoy a Pink Floyd o Brian Eno.
Los salones del Viejo Continente estaban muy acostumbrados a las simétricas y armoniosas piezas de Mozart y Haydín; hoy lo oímos normal, pero esos públicos educados con un ritmo de cajita de música sintieron los estruendos de Beethoven como el pulso de un alma atormentada, poseyendo a una orquesta.
En ese tiempo, Ludwig Van era tan excéntrico hasta en su aspecto físico. En Viena le decían “El Español” porque su estampa no era la típica del germano altivo. (El prefijo “Van” en su nombre revela su origen holandés y que, a diferencia de los que usaban “Von”, anunciaba que era dueño de una propiedad pequeña. Traducido, su nombre significa “el dueño de un campo de remolachas”).
De Beethoven no sabemos exactamente qué día de diciembre nació, en 1770: puede ser el 16 o el 17. En aquellos tiempos había pandemias y si un niño nacía por la mañana, se le bautizaba por la tarde y si nacía por la tarde o noche, dicho acto se efectuaba al día siguiente. Como sólo tenemos su certificado de bautizo no podemos adivinar el día exacto.
Mi afecto e interés por Ludwig Van surgió en la serie Disneylandia, la cual tenía una sección llamada aventuras de la vida real, alternada con fragmentos de películas animadas. Vi ahí película biográfica de niño y por ese tiempo chequé de volada la vida de Beethoven en mi Enciclopedia de Oro de Editorial Novaro.
Aún recuerdo a Beethoven caminando por su ciudad destruida por la guerra contra Bonaparte, con todo mundo huyendo de la ciudad en llamas y él caminando muy seguro hacia las tropas.
Un amigo de la secundaria tenía bien grabado en su mente ese episodio y lo comentábamos juntos... también él recordaba cuando se ponía a componer la sinfonía pastoral bajo un árbol. Yo hice eso en Copala con un instrumento musical y no se me ocurrió nada.
Tengo años buscando esa película de Disney y no ha sido posible. La he rastreado y dado con registros de otras similares, ya que en los años 50 y 60, Disney tuvo que rodar películas en Europa para poder exhibir las suyas allá y pagar menos impuestos. Así surgieron Rob Roy, Los maldicelunas o Emilio y los Detectives, adaptaciones a clásicos juveniles europeos que vimos en Aventuras de la vida real, dentro de la Disneylandia de los miércoles y fue donde se dieron el lujo de insertarnos una biografía de Beethoven.
Disneylandia era un vehículo cultural, no solo un escenario para bodas de millennials.
Feliz 251 aniversario, querido Ludwig Van... no te lo festejaron el año pasado por la pesadilla de esta pandemia, así que hoy hagamos sonar y soñar tu música.