Luchemos junto a Rosa Lidia Félix
Desaparecidos: hambre de justicia

OBSERVATORIO
28/11/2024 04:02
    Los hijos que son víctimas de desapariciones forzadas, tal como lo dice la madre en huelga de hambre, son el oxígeno quitado a los hogares y el alimento privado al espíritu familiar; son la afrenta del Estado que ve pasar las pérdidas y se queda paralizado en los recuentos y en el discurso de que algún día vamos a salir de esto.

    Imposible dejar de ver la lucha de Rosa Lidia Félix, la madre que mantiene una huelga de hambre en el atrio de la Catedral de Culiacán, como el emblema de las familias de las más de 500 víctimas de desapariciones forzadas registradas en la narcoguerra que alcanza a todas las formas de desempeño de la acción humana, hiriendo a los ciudadanos en general ya sea como víctimas o como solidarios con éstas. Quienquiera que sean los golpeados de la barbarie, somos todos a la vez los sacudidos por estas desgracias.

    Sinaloa se estremece a diario con el dolor de hogares que ven salir a sus hijos creyendo que están protegidos por la Ley y por la eficacia de las autoridades, y ya no regresan al seno familiar o retornan como pérdidas letales. La prolongada jornada de crueldad nos está quitando a jóvenes, mujeres y niños al convertirlos a unos en cifras del recuento letal y a otros sumiéndolos en la peor de las impotencias por no poder salvarlos.

    Rosa Lidia busca a Jesús Tomás Félix, el joven de 28 años de edad que desapareció la madrugada del 1 de noviembre como si la tierra lo hubiese abducido, y tres días después la madre se plantó en la heroica jornada por encontrarlo, moviendo todos los hilos de la esperanza sin creer, ni por asomo, que no lo hallará para hacerlo volver con los suyos. Sigue los rastros que la fe le dicta en un andar sin tregua por el mismo camino que han marcado decenas de rastreadoras en Sinaloa, en igual batalla contra la desesperanza.

    Como sociedad nos buscamos todos en los laberintos del salvajismo en los cuales nos hemos extraviado durante dos meses y medio de la sangrienta confrontación en el interior del Cártel de Sinaloa. Por allí andamos escudriñando en las huellas que nos saquen de los campos de guerra del narcotráfico y esperando pacientemente que el Gobierno nos tome de la mano para trasponer los puntos ciegos que no nos dejan ver la magnitud del problema, a sabiendas de que es mejor desconocer el calvario en que estamos.

    Más de 500 desparecidos en 75 días deberían tener a la Fiscalía General del Estado con un mecanismo eficaz y todos los recursos disponibles para localizarlos, declarando la correspondiente crisis humanitaria para que llegue más ayuda nacional e internacional en investigar los casos y hallar al mayor número, si es posible a todos, de quienes han sido privados de la libertad de manera ilegal. Contar con fuerza pública numerosa en la labor de indagar, localizar y salvar a las víctimas.

    La huelga de hambre de Rosa Lidia es el llamado a evitar que normalicemos esta crisis de la seguridad pública y que cada ciudadano hagamos lo que nos corresponde, sin esperar a que este modo de tragedia toque a nuestras puertas. Los gobiernos federal y estatal, por su parte, deben dejar de contarlos y trasmutar a dar resultados en encontrarlos, pues ya sabemos lo doloroso del fenómeno y ahora requerimos conocer los resultados de localizarlos y reintegrarlos con las madres que los esperan.

    Los hijos que son víctimas de desapariciones forzadas, tal como lo dice la madre en huelga de hambre, son el oxígeno quitado a los hogares y el alimento privado al espíritu familiar; son la afrenta del Estado que ve pasar las pérdidas y se queda paralizado en los recuentos y en el discurso de que algún día vamos a salir de esto. Si vamos a librar esta batalla que sea entre todos y para todos, sin que ninguno más, ni uno solo, nos sea despojado por los criminales.

    El registro de desapariciones forzadas en el plazo de la actual narcoviolencia supera los hechos de este tipo acumulados en un año, reduciéndonos no por el número de víctimas sino por la pusilanimidad colectiva que nos inmoviliza al no ir al lado de las familias que buscan a sus seres entrañables. Somos insignificancia fraterna que el crimen aquilata al momento de decidir ir por más sacrificios de sinaloenses de bien, conociéndonos como los que nos quedamos con el dolor sin optar por defendernos desde la acción cívica y la exigencia de Ley que detenga la barbarie. Nos han tomado la medida los facinerosos retándonos a que retomemos la estatura de sociedad indignada, movilizada y dignificada.

    No preguntemos por quién lucha Rosa Lidia. Si queremos indagarlo veámonos en el viacrucis de ella, porque nadie estamos tan alejado de las consecuencias de la bestialidad del hampa que engulle todo, empezando por la procuración e impartición de justicia. Las noches y las madrugadas son fauces de fieras hambrientas que devoran a los pacíficos para que perdamos la apuesta por la civilidad.

    Levantémonos. Tomados de la mano con las familias de los desaparecidos, los de antes y los de ahora; marchemos en demanda de que no estén solos ni las víctimas ni sus familias. Que no sufran la orfandad de las instituciones responsables de dar seguridad pública. Que haya tanta sociedad solidaria que pueda derrotar a las apatías.

    Reverso

    A ti, digna madre luchadora,

    Sinaloa todo te abraza,

    Seguro de que vendrá la hora,

    En que él regresará a casa.

    La UAS es la que pierde

    Es necesario leer letra a letra el boletín de prensa emitido ayer por la Universidad Autónoma de Sinaloa para descifrar quién gana y quién pierde con el “arreglo”, mediante la negociación política no con apego en la Ley. Jesús Madueña Molina regresando a ejercer el cargo de Rectoría no es ninguna garantía de que inicie el proceso de democratización de la UAS. En tanto, son descifrados los vericuetos de la concertacesión, cántese la victoria de la impunidad.

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