Los traumas se heredan a los hijos (también en los genes)

    ¿Preocupado por lo que heredan tus hijos? Según un estudio reciente, el estrés infantil no solo deja huella en la mente, sino también en los espermatozoides.

    La infancia es una etapa crítica del desarrollo humano, donde las experiencias vividas pueden moldear de manera profunda la salud física y mental a lo largo de la vida. Sin embargo, cuando estas experiencias incluyen eventos adversos como el maltrato, el abuso o la negligencia, los efectos pueden ser duraderos y, sorprendentemente, trascender generaciones. Un creciente cuerpo de evidencia científica sugiere que los traumas de la infancia no sólo impactan al individuo directamente afectado, sino que también pueden influir en la salud y el bienestar de sus hijos. Este fenómeno, conocido como transmisión intergeneracional del trauma, ha despertado el interés de investigadores que buscan desentrañar los mecanismos subyacentes y las implicaciones para la salud pública.

    Un estudio reciente (Tuulari et al., 2025) aporta nueva luz a esta compleja interacción entre el estrés temprano y la herencia biológica. La investigación se centra en cómo el maltrato infantil puede provocar cambios epigenéticos en los espermatozoides, afectando potencialmente el desarrollo del sistema nervioso central de la siguiente generación.

    La epigenética es un campo que estudia cómo factores externos, como el entorno y las experiencias de vida, pueden influir en la expresión de nuestros genes sin alterar la secuencia del ADN. Esto ocurre a través de “marcadores” epigenéticos, como la metilación del ADN, las modificaciones de las histonas y la expresión de pequeños ARN no codificantes (sncRNA). Estos marcadores actúan como interruptores que pueden activar o desactivar ciertos genes, modulando procesos biológicos fundamentales.

    El estudio de Tuulari y su equipo identificó patrones específicos de metilación del ADN y alteraciones en los niveles de sncRNA en los espermatozoides de hombres con un historial de maltrato infantil. Particularmente, se observó una menor expresión del microARN hsa-miR-34c-5p y una hipometilación en regiones cercanas a los genes CRTC1 y GBX2, conocidos por su papel en el desarrollo cerebral. Estos cambios no son meramente casuales; sugieren un posible mecanismo a través del cual las experiencias traumáticas pueden “inscribirse” en el material genético y potencialmente influir en la salud mental y el comportamiento de la descendencia.

    Estudios previos con modelos animales también han demostrado que el estrés temprano en la vida de los padres puede llevar a cambios significativos en el comportamiento y la fisiología de las crías. En humanos, se ha documentado que los hijos de personas que experimentaron traumas severos, como sobrevivientes del Holocausto o veteranos de guerra, presentan un mayor riesgo de desarrollar trastornos de ansiedad, depresión e incluso alteraciones metabólicas.

    El trabajo de Tuulari et al. (2025, https://doi.org/10.1038/s41380-024-02872-3) aporta una dimensión biológica a estas observaciones, mostrando cómo el estrés infantil puede modificar directamente el epigenoma de los espermatozoides. Esto podría traducirse en un fenotipo más susceptible al estrés en la descendencia, una teoría respaldada por la alteración de genes involucrados en la regulación del sistema nervioso central. Además, la robustez de estos hallazgos, incluso al considerar factores como la edad, el índice de masa corporal, el consumo de alcohol y el tabaquismo, refuerza la solidez de la relación entre el trauma y los cambios epigenéticos.

    Dado el impacto potencialmente devastador de la transmisión intergeneracional de traumas, es fundamental desarrollar estrategias de intervención temprana. Programas que promuevan la salud mental y el bienestar emocional en adultos que han sufrido maltrato infantil no solo beneficiarían a estos individuos, sino que también podrían tener un efecto positivo en la salud de sus futuros hijos. Terapias basadas en la reducción del estrés, el fomento de la resiliencia y el apoyo psicosocial son enfoques prometedores.

    La transmisión intergeneracional del trauma representa un desafío complejo que va más allá del ámbito individual, tocando las fibras de la salud pública y el bienestar social. El estudio de Tuulari no sólo refuerza la idea de que las experiencias tempranas de vida pueden dejar una “huella” biológica, sino que también abre la puerta a nuevas oportunidades de intervención. Abordar el maltrato infantil y apoyar a las personas afectadas podría ser clave para romper el ciclo del trauma y construir un futuro más saludable para las próximas generaciones.