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"OPINIÓN"

"Los santos y los amuletos"

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    jesusrojasriver@gmail.com

     

    El 66 por ciento de los mexicanos no cree en las cifras oficiales del coronavirus en nuestro País, así lo indica la última encuesta de Mitofsky sobre el tema. Algunos creen que se están ocultando datos y otros que los números son exagerados, el hecho es que apenas un 25 por ciento de los encuestados da crédito en la información que la autoridad comparte sobre la pandemia que llegó desde el pasado 28 de febrero a México.

    En general, los gobiernos mexicanos nunca han tenido altos niveles de “credibilidad”, los expertos le llaman confianza institucional y tiene que ver con los significantes que perciben los ciudadanos respecto a los mensajes que emite una autoridad. El mexicano puede creer más en los dichos populares que en los datos oficiales, en las cartas astrales que en la biometría hemática. Eso durante una crisis sanitaria es sumamente peligroso.

    Es difícil conectar con las audiencias, es difícil convencer de la “razón”. Andrés Manuel es un político que sabe comunicar, un experto para hablarle a las masas a las que tiene cautivadas y atentas a sus mensajes que apelan siempre a la emoción. Si bien los mexicanos pueden no creer en el gobierno, un 60 por ciento de ellos creé en lo que dice el Presidente.
    Los detractores podremos juzgar de loco al Subsecretario López Gatell cuando afirma que “la fuerza del Presidente es una fuerza moral y no una fuerza de contagio”. Podremos reírnos de su repentina renuncia a la voz científica en la que se formó por más de 20 años, para convertirse en uno más de los coristas militantes que adulan al Mandatario al punto de la idolatría. Podremos decirle mentiroso, por asegurar que AMLO no está dentro de la población altamente vulnerable, aun sabiendo que padece desde hace años hipertensión arterial, ha sufrido infartos y forma parte del grupo poblacional en la “tercera edad”.

    Pero el juego del Presidente ante el pueblo bueno que representan sus gobernados es el de la administración de la contingencia. Él está preocupado, pero no lo puede demostrar, entiende perfectamente la desfavorable situación en la que estamos parados, pero sus cálculos políticos están en la contención de una eventual crisis de pánico que desbordaría en el caos social.

    Los santos y los amuletos no son mensajes dirigidos para los doctores, académicos y universitarios que están siguiendo la prensa todos los días. Tampoco lo son para el grupo de opositores que se han empeñado en tomar la crisis de salud como bandera política contra el avejentado Presidente. El mensaje es para su base militante, la porra fiel, los convencidos y hasta cierto punto adoctrinados que piden ver serenidad y templanza en el Jefe del Estado.

    Por eso rechaza el gel antibacterial, sigue saludando de mano y repartiendo abrazos en actos multitudinarios. Él, tiene como objetivo de su comunicación estratégica mantener a la audiencia partida en dos, tal como lo dice la encuestadora Mitofsky, entre el 60 por ciento que tiene miedo y el 40 por ciento que cree que lo del coronavirus es una payasada.

    “Detente enemigo que el corazón de Jesús está conmigo”, es un fuerte mensaje en un país de arraigadas creencias chamánicas, de sincretismo entre lo aborigen de las deidades con el control de los elementos de la tierra, y la espiritualidad adoptada en un catolicismo con santos patronos para todo tipo de males. Mensaje que entra directo en la conciencia de los millones de mexicanos que prefieren pagar un curandero recomendado que un médico especialista titulado, que se enferman del “mal de ojo” y que usan amuletos para la buena fortuna.

    Octavio Paz habló del México país de los caudillos libertadores, de los presidentes dictadores constitucionales y del ideal de la resignación como una virtud popular que se conmueve ante la entereza en la adversidad. Me preocupa mucho saber el camino del discurso presidencial, ese que hoy apela a santos y amuletos, porque como dijo el Nobel mexicano, mañana apelará a la sabia y reconfortante resignación cristiana. Luego le seguimos...