Vivimos una de las más tristes emergencias sociales que, inevitablemente, han sido desatendidas por el actual enjambre de violencia. Algo que ya necesita una acción gubernamental preventiva o de contención, porque ya la participación ciudadana no es suficiente.
Me refiero a la situación de esas personas con problemas de salud mental y atención que, en ocasiones, se extravían a pesar de la vigilancia de sus familiares.
El reciente hallazgo de dos adultos mayores atrapados en el lodo de la zona de la colonia Casa Redonda de Mazatlán, los cuales tenían perdidos varias horas -y creo que dos o tres días-, fue una terrible alerta de advertencia.
Dicha zona rodeada de manglares y cuerpos humedales fue el escenario de algo que pudo haber terminado de manera trágica y el riesgo sigue latente,
No contamos con alguna unidad de respuesta inmediata para esas emergencias que cada vez se han vuelto más comunes en una sociedad tan cambiante y tan creciente como la nuestra.
No podemos culpar de esto en todo al gobierno actual, ni tampoco a los tan acusados gobiernos neoliberales ya no tan recientes.
El conflicto tiene mucho que ver con el crecimiento de la población: el hecho positivo de que ya tengamos más acceso a la medicina social y que se ha prolongado más la esperanza de vida, está trayendo como consecuencia el, a veces inevitable, deterioro mental de los ciudadanos en edad avanzada.
No se trata de que hablemos de una epidemia de Alzheimer, que a veces se confunde con otros padecimientos, o la simple demencia senil.
En Europa es un problema constante. La falta de instituciones de apoyo se denuncia seguido y hay políticas para prevenir el desgaste del cuidador familiar, cuando están en casa. Allá prevalece una gran cantidad de personas que no tuvieron hijos o sólo tuvieron uno o dos y necesitan atención. No basta un solo descendiente para atender a veces a dos padres en situación de necesidad de apoyo.
La última pandemia del Covid sacó a flote ese problema en Italia, donde ya existía una crisis de albergues de personas mayores; muchos de ellos sin familia, que los atendiera o que pagase su internación.
Allá por los años 90, mi amigo el poeta Arturo Trejo Villafuerte publicó su única novela titulada “Lámpara sin luz”, que trató el tema de los desaparecidos en la Ciudad de México, ya que le tocó apoyar a una persona.
Así confirmó que, en la mayoría de los casos, cuando se denuncia una desaparición, incluso con violencia, la labor de autoridad se limitaba a tomar los datos, una fotografía y esperar que la persona apareciese, viva o muerta, en algún lugar. En ningún momento se ponía un agente investigador o una fuerza policial inmediata a recorrer la zona de la denuncia.
En el caso de Sinaloa, ¿no sería posible contar con alguna unidad mínima de apoyo canino que en los casos de emergencia pueda al menos intentar localizar en un perímetro básico? Hay perros entrenados que detectan droga o dinero a grandes distancias.
Hace dos años una persona que yo traté bastante en el pasado, se perdió y lamentablemente la infructuosa búsqueda sólo la realizaron familiares y voluntarios en jornadas de agotadores recorridos.
La pobre esposa del desaparecido estuvo casi un mes haciendo comida a diario, apoyada por familiares y amigos, para los grupos de voluntarios que se reunían en su casa y emprendían la búsqueda en sus propios vehículos.
En ese caso, como la persona había vivido en la zona rural cercana a Mazatlán, existía la posibilidad de que al haberse perdido, al ser bajado de un camión urbano por un chofer impaciente, hubiese entrado a una vereda, confiando en sus recuerdos infantiles.
Lamentablemente el señor fue encontrado en una zona boscosa, no muy lejos de la ciudad. La gran cantidad de lotes baldíos y áreas sin cercar provocó la dispersión de la búsqueda.
Este problema es global, incluso en Estados Unidos, cuando hay una pérdida de una persona o un niño, entran en acción equipos de voluntarios o personal de la fuerza armada entrenado en marchas largas, que literalmente peinan un sitio buscando una evidencia. A veces un simple objeto o prenda desprendida, pueden llevar a un indicio positivo.
Entiendo que es muy complejo lograr tener un mecanismo oficial de respuesta inmediata, pero al menos debería existir un protocolo para guiar a las personas y aconsejarles la forma de sectorizar sus búsquedas o recibir el apoyo oficial inmediato, porque en estas desapariciones las primeras horas son fundamentales.
No podemos depender de la buena aventura de las personas que repente ven a un adulto mayor extraviado en una zona y lo reportan. Los sistemas de cámaras de seguridad podrían ser muy útiles en los puntos clave. Pero ya sabemos qué pasa con ellos.
Ojalá en el futuro alguno de nuestros candidatos pueda asumir esa bandera y llevarla a los ámbitos del Gobierno, y así destinar algún programa de prevención, porque ya nos estamos volviendo un país de adultos mayores, como le pasó a la Europa continental.
Hay pueblos en aquella región que sólo viven y crecen gracias a la natalidad de los inmigrantes sudamericanos y africanos que ahí se refugian y emprenden los trabajos más elementales, incluyendo, a veces, el cuidado de adultos mayores en situación de necesidades especiales.
Por simple humanidad, es necesario una acción de prevención y acompañamiento experimentado en estos casos cada vez más comunes. No es suficiente apoyarse en una red social, compartir una foto y sólo darle un punto. El problema está en ascenso y más con esta situación de inestabilidad social.