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La semana pasada, Carlos S. Maldonado, periodista de El País, publicó un artículo con la lista de los libros más vendidos en México durante 2022. Viene una treintena de títulos sacados de Nielsen, una empresa que se dedica a monitorear las ventas en diferentes países. Los resultados son, cuando menos, sintomáticos. En la lista se presenta el título, el autor, la editorial y una etiqueta que sirve para identificar el género del libro. Así, es posible encontrar básicamente tres categorías: “ficción adultos”, “ficción juvenil” y “no ficción”.
Es curioso cómo se puede dividir el consumo de libros a partir de tres etiquetas en las que podría caber el mundo. Nótese que, ninguna de ellas, indica nada respecto a la calidad de los títulos. Eso, claro está, es bueno, pues la compañía que analiza se dedica a las ventas. Sería caótico que, además, pretendiera darles una calificación numérica a las mismas. Pese a ello, considérese que en “ficción adultos” cabe la mejor novela que hayamos leído y el bodrio más repugnante; que en “no ficción” entrarían los ensayos más sesudos y la autoayuda y que en “ficción juvenil” también tienen cabida los libros para niños.
Con éstos quiero empezar. De entrada, me entusiasma la idea de que la literatura infantil y juvenil tenga cada vez más presencia en las listas de lecturas. Entre más temprano se adquiera el hábito, mejor noticia será. Evidentemente, es necesario hacer un análisis más detallado sobre los libros que leen nuestras infancias y adolescencias, pero el simple hecho de que lo hagan significa un avance.
Llama la atención la “no ficción”. No están esos ensayos sesudos de los que hablaba. Los habitantes de la categoría son, en su mayoría, libros políticos y de superación personal. Es decir, libros coyunturales, por una parte, u otros que ofrecen soluciones a determinados problemas de la vida a partir de ciertas generalizaciones.
La parte de “ficción adultos” me estremece un poco. Es en esa inmensa categoría de donde suelo sacar mis lecturas. El estremecimiento se debe a que no hay un solo autor mexicano. En serio: ninguno de los novelistas de nuestro país (vivos o muertos) tiene lugar en dicha lista. Ni los más comerciales, ni los que dieron decenas de entrevistas, ni los que presentaron sus libros en cuantas ferias hubo. Ninguno.
Se piense como se piense, es triste. Algo no estamos haciendo los escritores mexicanos para llegar a los grandes públicos. La idea del escritor que puede vivir de sus libros se ve cada vez más lejana. Al menos, en los términos de la ficción.
Es claro que la respuesta a este fenómeno debe ser analizada con calma, pensando bien los argumentos y sin dejarse llevar las emociones. Sin embargo, es claro que aunque se supieran las causas y se atendieran, es muy poco probable que la lista cambie su composición en los próximos años. Y eso es triste, muy triste. Piénsese, si no, en los títulos publicados hace 50, 100, 500, 1000 o 3800 años. Esos clásicos de los que solemos repelar y enorgullecernos: casi todos son ficción de adultos (lo que sea que esto signifique).
Si acaso hay un consuelo es el de la necedad de los escritores: por mucho que sus nombres no aparezcan en estas listas ni en ningunas otras, de seguro continuarán escribiendo. Ojalá así sea.