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La UNICEF declaró el 12 de febrero como el “Día internacional contra el uso de Niños Soldado”. Irónicamente pareciera que en México rememoramos la fecha haciendo viral un video del entrenamiento recibido por 19 niños soldado que, como señala un líder de la guardia comunitaria de Chilapa, “se están preparando para defender a su pueblo, para defender a sus familias; se están preparando para defender a sus hermanitos, porque la delincuencia, pues, es demasiado en el Estado de Guerrero”. Los más grandes tienen 15 años y los menores 6.
Armados con palos y mosquetones viejos, los pequeños niños soldado visten huaraches, gorra y paliacate para cubrirse el rostro; tratan de no ser identificados, pero esto último a los narcotraficantes los tiene sin cuidado. Con paliacate o sin él, tarde que temprano, los levantarán. Son una presa extremadamente fácil. Son corderitos, carne de cañón, mini esclavos para usar y tirar, monigotes de un solo uso, medios para los fines del narco, entes sin dignidad, ni derechos. Por ello su comunidad los prepara, les adiestra para intentar darle la vuelta a lo que hasta ahora resulta ser su inevitable destino.
Bernardino Sánchez, coordinador de la guardia comunitaria de Chilapa, y uno de los entrenadores de este grupo de niños soldado, sin drama alguno, sintetiza las razones de lo que ellos entienden como una preparación militar: “Los de 12 a 15 años ya hacen guardia aquí en su comunidad, pero todavía no son parte de la CRAC; solamente apoyan en la comunidad haciendo guardia, y los de 12 años hacia abajo son los que estamos preparando para que cuando tengan 12 años pues empiecen ya a cuidar a su comunidad, cuidar a su familia, a cuidar de ellos mismos, ajá, a cuidar a sus hermanitos, porque muchas veces se van a cuidar al campo con sus hermanitos, y si ellos no llevan ningún arma, pues vienen los delincuentes y se los llevan. [...] Entonces nomás los jóvenes terminando la primaria pues ya empiezan a irse al campo e irse a cuidar; unos se salen de su comunidad a trabajar, fuera de su comunidad, porque no pueden estudiar, porque si van a la escuela los levantan los secuestradores que están intimidando al pueblo”.
Lo dicho por Bernardino adquiere un tinte monstruoso por su similitud con las crónicas narradas por Primo Levi en Si esto es un hombre y Los hundidos y los salvados, dos libros de la trilogía que escribió sobre los campos de exterminio nazi. Me explico.
En el prólogo de Los hundidos y los salvados, Levi relata la manera en que a partir de 1942 el mundo fue teniendo las primeras noticias sobre las atrocidades cometidas por los alemanes en los Lager (campos de concentración). Noticias “vagas, pero acordes entre sí: perfilaban una matanza de proporciones vastas, de una crueldad exagerada, de motivos tan intrincados, que la gente tendía a rechazarlas por su propia enormidad. Es significativo que este rechazo hubiese sido confiadamente previsto por los propios culpables”. Los alemanes sabían que a la opinión pública le costaría mucho trabajo creer lo que sucedía en esas antesalas del infierno, por ello continuaban su tarea de exterminio con toda confianza.
Quienes lograron sobrevivir, acompañados por una mezcla de asombro y horror, señalaron que los soldados nazis se divertían burlándose de ellos en los siguientes términos: “De cualquier manera que termine esta guerra, la guerra contra ustedes la hemos ganado; ninguno de ustedes quedará para contarlo, pero incluso si alguno lograra escapar el mundo no lo creería. Tal vez haya sospechas, discusiones, investigaciones de los historiadores, pero no podrá haber ninguna certidumbre, porque con ustedes serán destruidas las pruebas. Aunque alguna prueba llegase a subsistir, y aunque alguno de ustedes llegara a sobrevivir, la gente dirá que los hechos que cuentan son demasiado monstruosos para ser creídos: dirá que son exageraciones de la propaganda aliada, y nos creerá a nosotros, que lo negaremos todo, no a ustedes. La historia del Lager seremos nosotros quien la escriba”.
En parte los nazis tuvieron razón. Concluida la guerra hubo mucha discusión respecto a la información publicada por los aliados sobre el número de muertos, condiciones de vida y, muy especialmente, con relación a las razones por las cuales los presos (judíos, polacos, gitanos, etc.) no se revelaban ante los pocos soldados que cuidaban los campos. Los hechos narrados en los testimonios eran difíciles de creer, no solo por su contenido, sino porque los límites morales expresados en las palabras “bien”, “mal”, “justo” e “injusto” se desdibujaban en la lucha por la supervivencia. Los presos se habían convertido en seres sin inhibiciones, de ahí que, como dice Primo Levi, se les debía entender como “los hundidos” y “los salvados”, división muy poco evidente en nuestra vida común.
Usted y yo, en lo cotidiano, no vivimos aislados. En nuestros altibajos estamos ligados a nuestra familia, amigos, compañeros de trabajo y vecinos solidarios o, incluso, al amparo de la ley jurídica y moral, con lo cual “resulta excepcional que alguien crezca en poder sin límites o descienda continuamente de derrota en derrota hasta la ruina. Además, cada uno posee por regla general reservas espirituales, físicas e incluso pecuniarias tales, que la eventualidad de un naufragio, de una insuficiencia ante la vida, tiene menor probabilidad. [...] Pero en el Lager sucede la cosa de otra manera: aquí la lucha por la supervivencia no tiene remisión, porque cada uno está ferozmente solo”.
En el Lager, los hundidos eran los más: “los que cumplían las órdenes que recibían, quienes comían solo su ración, los que se atenían a la disciplina de trabajo y del campo, los que, a lo sumo, podían vivir tres meses”. En cambio, los salvados eran aquellos que, como dice Primo Levi, sabían que cada día había que “remontar la corriente; dar la batalla todos los días al hambre, al frío y a la consiguiente inercia; resistirse a los enemigos y no apiadarse de los rivales; aguzar el ingenio, ejercitar la paciencia, fortalecer la voluntad. O también acallar la dignidad y apagar la luz de la conciencia, bajar al campo como brutos contra otros brutos, dejarse guiar por las insospechadas fuerzas subterráneas que sostienen a las estirpes y a los individuos en los tiempos crueles”.
¿Quiénes son los hundidos y los salvados de Chilapa? Los hundidos son los niños que el narco secuestra, usa y, cuando no le son útiles, desecha; son los que no se pueden defender, los que solo usan el rifle para cazar pájaros y conejos, los que no se asumen ni se imaginan como asesinos; los que quieren seguir siendo niños. Los salvados pueden ser de dos tipos, los que han aprendido a acallar su dignidad de niño y actúan como cualquiera lo haría en tiempos crueles y están dispuestos a defenderse a sí mismos y a sus familias a punta de bala; son los que perdieron la inocencia, porque los inocentes mueren a manos de los malandros. El otro tipo de salvados (temporalmente) son los que huyen de su comunidad para encontrar techo y trabajo en otra tierra; trabajo de pobre, porque con la primaria rural a medias o terminada, la vida adulta se traduce y reduce a la pobreza. A salvo de la muerte en Guerrero, pero hundidos por la pobreza en las ciudades donde se mal emplean.
Abatir las causas por las cuales los niños de Chilapa se ven obligados a dejar su infancia para convertirse en soldados, entre muchas más, son las peleas que en este momento el gobierno de la 4T debería estar dando, en lugar de continuar atorado echando culpas a diestra y siniestra. Y nosotros como sociedad proponiendo soluciones y arrimando el hombro con todos aquellos que, por las circunstancias en las que transcurre su vida, son los hundidos de México. Negarnos a ello es una forma tan eficaz como horrible de renunciar a nuestra sensibilidad moral.