Los ‘Culiacanazos’ 1 y 2 son de todos
Lo que nos toca del reparto de culpas

OBSERVATORIO
    Buscamos escondites cuando la ráfaga vomita terror, sin embargo, hemos sido incapaces de construir los refugios seguros forjados con rocas de valores, buenos ejemplos, educación y mentalidad para la paz y la legitimidad. El prototipo de ciudadano de paz, posible únicamente si se embebe en la familia, oscila y naufraga entre los intereses y ambiciones que obstruyen la misión del hogar como fábrica de excelentes personas. La tentación por el auto de lujo, joyas y vida de sibarita, puede más que el cuidado de la seguridad y tranquilidad de los hijos.

    Cuando bastante se ha escrito sobre la fea realidad que el 5 de enero se mostró sin afeites en Culiacán, muy poco hemos discurrido sobre el rol que desempeñamos como sociedad en el contexto de narcotráfico y violencia, y todavía menos asumimos la responsabilidad que nos corresponde de la encomienda del nunca más las armas del crimen echando a perder las expectativas de paz que incuban en los pacíficos. A punto de entrar a la etapa donde olvidamos y normalizamos, es pertinente preguntar sobre la coparticipación social en el desbordamiento del crimen con sus envalentonamientos cíclicos.

    A una semana cumplida ayer del “Culiacanazo 2023” el debate público lo ha ocupado la sospecha de que la amenaza sigue latente descifrando tal persistencia del terror con secuelas como robos de automotores, acción militar sorpresiva mediante operativos en sectores de la capital de Sinaloa y el intenso patrullaje militar urbano y rural. En los días posteriores al remasterizado “jueves negro” la conversación pública se centró en posibles violaciones de derechos humanos ese día donde todas las garantías ciudadanas estuvieron comprometidas.

    Ya repartimos culpas y desahogamos teorías especulativas, así se trate de errores y suposiciones con bastante aproximación a la realidad. Que el operativo en la comunidad de Jesús María fue coordinado por o con la Drug Enforcement Administration, la temible DEA de Estados Unidos; que la detención de Ovidio Guzmán significó el “regalo” del Presidente Andrés Manuel López Obrador previo a que su homólogo estadunidense, Joe Biden, asistiera a la Cumbre de Líderes de América del Norte, o la ficción conspirativa de la traición de AMLO a los hijos de “El Chapo”.

    A los sinaloenses no nos dura más de siete días el azoro por hechos de gran impacto que hacen que todo tambalee. El drama persiste en la capacidad de indignación y recordación lo mismo que subsiste la empatía hacia las víctimas al presenciar la tragedia de Edipo Rey, de Sófocles, o El Rey Lear, de Shakespeare. Por ello, antes de que llegue la “normalidad” a la cofradía de la memoria efímera hagamos el adecuado pase de lista del “yo” en la coyuntura del “Culiacanazo II”.

    Participamos como sociedad en la construcción de episodios de violencia encolerizada cuando accedemos a tener relación, tratos y complacencias con sujetos o grupos cuyo modus vivendi es la delincuencia de alto espectro. Emparentamos, seducimos o simplemente le abrimos las puertas de par en par al capo de menor nivel o al jefe de jefes en los cárteles de las drogas, queriendo ascender en las escalas de poder económico, sabiendo que es dinero sucio y peligroso, o para ser respetados sin más requisito que el del miedo.

    Buscamos escondites cuando la ráfaga vomita terror, sin embargo, hemos sido incapaces de construir los refugios seguros forjados con rocas de valores, buenos ejemplos, educación y mentalidad para la paz y la legitimidad. El prototipo de ciudadano de paz, posible únicamente si se embebe en la familia, oscila y naufraga entre los intereses y ambiciones que obstruyen la misión del hogar como fábrica de excelentes personas. La tentación por el auto de lujo, joyas y vida de sibarita, puede más que el cuidado de la seguridad y tranquilidad de los hijos.

    Permitimos que sean socavados los orígenes de cualquier civilidad que son la educación, cultura y compostura apegada a la norma jurídica. La mixtura del anti ejemplo y la impunidad concedida al anárquico logran el absurdo de creer que el desorden es el modelo a seguir y los serenos viven en el equívoco. Cada vez más adoptamos el atropello de los derechos de terceros como forma de hacer notar la supremacía del alterado.

    Cuando nos llega la oportunidad de decidir a través del voto electoral escogemos sin mayor introspección al que promete la continuidad del caos al que nos acostumbramos, prolongación de los males envuelta en el celofán de la demagogia. Pervertimos la democracia cuando la dádiva nos resuelve necesidades urgentes, aunque eche a perder el futuro de los nuestros. Mil y una veces nos han reventado el barzón y seguimos como la yunta, andando.

    Atesoramos el concepto distorsionado de felicidad al asumir que dicha es tenerlo todo a cambio de ningún o del mínimo esfuerzo. Las emboscadas del yerno o el compadre narco, el hijo malandrín con el asentimiento temerario de los padres, el criminal utilizándonos como clientes o proveedores para lavar sus capitales, el joven que dejó los estudios porque “hay otras maneras de salir de pobre”, la emboscada del nini que parasita en la ayuda gubernamental, y la estoica resistencia en nuestra función de solapadores.

    Somos muy lentos en construir la paz, como esas obras negras que anuncian edificaciones fantásticas y al paso del tiempo son fierros enmohecidos y paredes al ras del derrumbe. La gente se enreda en los terrores y se queda allí, agazapada, rogando la pacificación sin mover un dedo para encauzarla. Anhelamos la tranquilidad de Dinamarca y Nueva Zelanda, la apacibilidad de Medellín tras la salvaje acometida del narcotráfico, y el ensueño no va más allá de la entelequia.

    Y así vamos: ya pasaron los “Culiacanazos 1 y 2” y poco a poco seguimos arrinconándonos en la pasividad, quizás listos para esperar el siguiente.

    Reverso

    Tenemos ese punto ciego,

    En que el ‘yo’ nunca vemos,

    Porque tanto le tememos,

    A nuestro índice de fuego.

    Operación jabón

    Por cierto, el Gobierno del Estado activó la campaña para limpiar la imagen negativa que le cause a esta tierra el internacionalmente referenciado “Culiacanazo II”. Bajo el lema “Sinaloa late por su gente” se destaca la cultura, costumbres y gastronomía que caracterizan al solar de los once ríos, “con un espíritu empático y un corazón bondadoso el cual destaca siempre que es necesario el auxilio a sus semejantes”. Ojalá que tenga mejor suerte que otras cruzadas para lavarle a Sinaloa la mancha roja de la violencia, indeleble por más de medio siglo.