Es un lugar común definir a las crisis como una oportunidad de mejora. Desde los(as) que motivan a tener una postura más optimista y confiada sobre las propias capacidades, o sobre la gravedad del problema mismo, hasta los(as) que abogan por aprovechar las situaciones negativas para re-pensar estructuras, procesos y decisiones, muchos(as) presuponen que la complejidad, el conflicto y el fracaso pueden generar aprendizajes muy importantes.
En las ciencias sociales abundan los estudios históricos, organizacionales, de cultura cívica y de otros tipos que muestran cómo muchas instituciones son parte de la respuesta a las guerras, las hambrunas, la corrupción, el error y el crimen. Así, el Estado moderno busca evitar que haya una concentración excesiva de poder en una sola persona; las Naciones Unidas se formaron para evitar la guerra y, si tenemos la desgracia de que haya una, para reducir sus efectos; los tribunales internacionales existen para que ya no haya genocidas. El aprendizaje fundamental de la crisis es cómo salir de ella: cómo evitar que se repita.
Chesterton lo ilustra muy bien en su famosa Balada del Caballo Blanco, que relata las aventuras de Alfredo el Grande y su triunfo en la batalla de Ethandun. No obstante el buen desenlace para el protagonista, hay un momento en el que el rey y su grupo se encuentran rodeados y aislados en un islote en medio del río. En él encuentran a la Virgen, a quien el rey expone su situación desesperada y pide ayuda. Ella le responde describiendo cómo la esperanza acompaña a la fe, y que los(as) cristianos(as) se distinguen por esta virtud. Por eso “los hombres signados con la Cruz de Cristo / van alegremente en la obscuridad [...] Ustedes [...] / son ignorantes y valientes / y tienen guerras que apenas ganan / y almas que apenas salvan”.
Sin embargo, la esperanza del rey respecto a su problema concreto no es recompensada con la aparición del ejército celestial, ni tampoco con la irrupción de jinetes o arqueros que vengan en su ayuda. No se le da una espada o algún otro artefacto con poderes sobrenaturales, ni tampoco un alimento mágico que restaure sus fuerzas y las de sus hombres para poder enfrentar al enemigo. La ayuda celestial consiste en concientizar al rey sobre la gravedad y urgencia de su situación (lo sensibiliza sobre su contexto, diríamos ahora), empujándolo a que él mismo, en compañía de sus hombres y con los recursos que tienen a su disposición, encuentren una solución:
No te digo nada para reconfortarte,
Nada de lo que deseas;
Salvo que el cielo se vuelve más obscuro,
Y la marea sube.
La situación empeora con cada minuto que pasa. Cada vez hay menos luz, y el agua sube implacable. En esto consiste la ayuda de la Virgen: en animarlos y recordarles que deben moverse y encontrar una solución, o perecerán en el islote. Aunque se trata de una imagen literaria es interesante, pues Chesterton parece suponer que, de una u otra manera, poseemos (o podemos desarrollar) los recursos necesarios para salir de la crisis. Con todo, esto no se da de una manera automática: el rey y sus hombres necesitaron de ayuda para ampliar la visión y animarse ante la adversidad. No lo habían hecho ellos hasta ese momento, y muy probablemente no lo hubieran logrado por sus propias fuerzas.
Como modelo de gobernanza, la Balada nos ofrece una imagen con cierta utilidad. La concientización sobre la gravedad y urgencia de nuestros problemas es un pre-requisito para su solución. Esta concientización es, para la mayoría de los(as) actores(as) responsables, un estímulo para volver a considerar su situación y encontrar soluciones donde antes no lo habían hecho. Volver sobre su propia realidad, viéndola desde otra perspectiva y con ojos nuevos, puede ser la diferencia entre salir victoriosos(as) en Ethandun o morir ahogados(as) en el río.
El(la) lector(a) puede aplicar este mismo razonamiento a muchos de nuestros problemas, viendo en ellos mismos la oportunidad para aprender de la crisis y mejorar. O resolvemos el problema de la seguridad, o nosotros(as) y nuestros(as) hijos(as) seremos víctimas de ella. O mitigamos y nos adaptamos al cambio climático, o seremos desplazados de nuestras ciudades en las costas o por desastres naturales. O mejoramos sustancialmente en nuestro sistema de salud, o moriremos jóvenes, de enfermedades prevenibles o por carecer de las medicinas o tratamientos más básicos. O dejamos de polarizar la política para obtener algunos votos, o perderemos la capacidad para responder en conjunto a los problemas que nos afectan a todos(as). En todos estos problemas, el cielo se vuelve más negro y el agua sube a nuestros cuellos con cada minuto que pasa.