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El principio de realidad está ausente en la 4T. La realización inmediata de todos los apetitos es una conocida fantasía que destruye. El recuento de realidades es obligado.
Ya no fue ejemplo de honestidad. Las irregularidades brotan a diario: súbita compra de pipas, empresas fantasmas de nueva generación, protección subrepticia a productores de carbón, sistemáticas asignaciones directas, fármacos y ventiladores con sobreprecio y un largo etc. Si de verdadera honestidad se tratara, la mentira hubiera sido arrinconada. Pero, por el contrario, al mundo le asombra la desfachatez para decir falsedades evidentes, ¿programas asistenciales como empleos? El manejo de la información del Covid-19 se ha convertido en una patética danza de cifras que provocan la sospecha fundada. Ocultar infectados y muertos es macabro. Mentirosos, les dice la prensa internacional.
La 4T ya no fue una alternativa de desarrollo. La gestión entregará los peores resultados económicos de muchas décadas. Por supuesto los estragos de la pandemia no son atribuibles a Morena, si en cambio la fractura con el sector privado y la lógica caída en la inversión. Son responsables de no haber sabido implementar una reacción gubernamental a la altura de colapso económico. Ejemplos hay muchos, países más ricos y más pobres. La defensa de los empleadores recibió una burda lectura ideológica. La falta de profesionalismo los ahoga. “¿Qué hacemos con los ricos?” a qué viene la pregunta. La 4T ya no fue fórmula para combatir la pobreza que aumentará como nunca antes. Al no haber crecimiento, la desigualdad, como lo advierte Coneval, se disparará, así como otros indicadores. A final del sexenio seremos mucho más pobres y mucho más desiguales. Incluso con un crecimiento magro a partir del 21, el PIB regresaría a niveles de 2013 en el 24.
La 4T ya no fue ejemplo de democracia. A 18 meses de gobierno la centralización del poder en el gran líder muestra una vocación claramente autoritaria. Si a ello agregamos los ataques a los órganos autónomos, el INE en primer lugar, o la imposición en la CNDH, o las varias intentonas fracasadas: reelección, “Ley Bonilla”, Tercera Sala en la SCJN, propaganda con programas sociales, control gubernamental de los medios estatales de comunicación, apropiación del presupuesto, etc., pues el expediente autoritario engorda por semana. Ya no fue federalista, basta con ver la rebelión de los gobernadores. La militarización es ya parte de la 4T. Sus militantes tendrán que asumirse como los nuevos autoritarios. De alguien es la autoría.
La 4T ya no fue progresista, no hay en el horizonte una sola medida, fiscal, por ejemplo, que ayude a mejorar la distribución del ingreso y corrija el Índice de Gini, o quizá también deben salir de nuestro vocabulario. No fue progresista porque ninguna de las obsesivas obras faraónicas, tendrá un impacto social relevante. No fue progresista porque en lugar de apoyarse en la ciencia, como toda democracia, la ha despreciado. Combatir la ignorancia y el desconocimiento ayuda a paliar la desigualdad. No fue progresista, porque su política energética está enfermando a millones de mexicanos, muchos de ellos pobres. No fue progresista por su incapacidad para avanzar hacia un sistema universal de salud que cambie la vida de los más pobres. Por el contrario, se le debilitó; el Covid-19 tomó a México en el peor momento institucional. No fue progresista porque han convertido ahorros de los mexicanos en gasto corriente, ahora van por los fondos contra desastres, les faltaban. Tampoco podrán aumentar el ahorro público. La 4T nunca será progresista porque no entendió las luchas de las mujeres.
La 4T será referente de ilegalidad. Nunca antes tantos mexicanos y empresas habían acudido al Poder Judicial para defender sus derechos.
Ni honestidad, ni legalidad, ni nuevo desarrollo, ni democrática, ni progresista, ni federalista, ni pacifista. ¿Qué será la 4T en la historia?